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La levedad del concreto (Medellín, Colombia)

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Quizá una de las características más importantes de la arquitectura contemporánea en la ciudad, sea el énfasis que ponen los arquitectos en disminuir la sensación de pesadez en los edificios. Como esta construcción que siempre que uno la mira, delgada y gris, no deja de prestar atención, sobre todo, a la escala que se proyecta hacia afuera y que contribuye a aumentar el efecto de levedad en la fachada. Una escala que parece tejida con el aire y la luz que la atraviesan.

La serenata de los indios (Medellín, Colombia)

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Esas canciones clásicas como dust in the wind , los sonidos del silencio o el cóndor pasa , de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad. Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios. Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías. El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes. Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes

Noche de Navidad (Medellín, Colombia)

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Una vez más se celebra en la mayoría de las casas de esta ciudad una de las tradiciones más antiguas de Occidente y Latinoamérica: el nacimiento de Jesús. En nuestra ciudad los pesebres están por todas partes y cada vez el nivel de perfección en la manera de elaborar estos pequeños escenarios se supera.

Torres en la vieja ciudad (Medellín, Colombia)

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Cualquiera podría confundirse con este cielo despejado de edificios, aunque gris y cargado de nubes; pensar tal vez que esta fotografía fue tomada en uno de esos pueblos antioqueños donde todavía las torres de las iglesias dominan el panorama urbano. O dejarse llevar por la imaginación y creer que se ha asomado a una ventana para ver los techos de Praga, Budapest o porque no del París clásico que se ve en las películas. Pero no, es uno de esos ángulos que tiene esta ciudad y que le permiten al observador recrear la vista que debieron tener los habitantes de la época, cuando los edificios apenas si sobrepasaban la altura de los templos y la arquitectura estaba concebida a una escala más acorde con la estatura de la gente. Vistas como esta son escasas, a diferencia de otras muchas ciudades ésta no tiene un sector antiguo propiamente dicho, apenas algunas cuadras seguidas donde predominan las casas viejas. Es como si de manera consciente sus habitantes hubieran decidido que lo antiguo y l

Ya no hay vacantes (Medellín, Colombia)

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A cuántos viajeros se les vendrá el mundo encima al llegar frente a este hotel y encontrarse con la infausta noticia de que ha cerrado. Esa casa que recibió a quienes decidieron aventurarse por estos parajes, por esta ciudad que para los turistas tiene el encanto de los lugares que no entregan sus secretos fácilmente, ha dejado de abrir sus puertas a los desconocidos. Cuántos de esos andariegos supieron que este hotel fue en realidad una casa, donde alguna familia vivió la existencia lánguida de una pequeña ciudad latinoamericana en los cuarenta o los cincuenta y que despertó perezosamente en la década de los sesenta para desaparecer de este barrio en los ochenta y alejarse del bullicio y el desorden, que luchan por asentarse definitivamente en las urbes modernas. Cuántos de esos viajeros se dejaron ganar por la curiosidad y averiguaron, tal vez, que los herederos de aquellas gentes fueron incapaces de sostener el tren de vida que exigía una casa como ésta, una de esas casas c

El arte de hacer pesebres (Medellín, Colombia)

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Entre los innumerables pesebres que pululan en estos días por todas partes destacan, entre otros, esos que los profesionales en estas lides exponen en almacenes y centros comerciales. Claro que a veces uno prefiere los que la gente arma con todo tipo de imágenes y materiales en los antejardines de las casas, en las esquinas o en los parques para que quien quiera se acerque a rezar la novena entre la algarabía de cascabeles hechos con tapas de botella, panderetas de plástico y los villancicos de toda la vida cantados con la claridad y el entusiasmo de los niños. En esta época de luces y adornos, todavía las festividades se centran en esa pequeña puesta en escena, en ese revival, que en todo Colombia llamamos pesebre.

Cicatrices (Medellín, Colombia)

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Al paso de los cambios, la ciudad se ve marcada con esas cicatrices de color gris que dejan las nuevas construcciones y los proyectos que según las diferentes administraciones benefician a sus habitantes. Pero ahí están las heridas. Claro que como todo cuerpo vivo, la ciudad tiende a curarse a sí misma. Eso sucede con estos muros donde la gente pinta toda una serie de propuestas que aunque coloridas no logran disimular la vaciedad y soledad que aqueja a estos lugares en un principio. Murales de excelente o regular factura tapizan las paredes que flanquean las nuevas construcciones de la ciudad, como los telones en los escenarios que pretenden crear un mundo nuevo a partir de las dos dimensiones de la pintura. Pero la realidad llegará más tarde cuando las puertas y las ventanas empiecen a perforar estas superficies frías y por ellas vuelva a circular la vida.

Tres monjas y una paloma (Medellín, Colombia)

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Qué pasará al otro lado que estas monjas siguen con tanto interés. Es algo tan atrayente para ellas que no se han dado cuenta de la presencia de la paloma. Pudo haber sido el espíritu santo vestido de gris y su curiosidad les impidió darse cuenta de esa aparición. Mientras esperaban la llegada del metro se acercaron al pasamanos y de pronto se vieron atrapadas por algún suceso, o quizá se perdieron en sus pensamientos, que a veces tienen la capacidad de aislarlo a uno del entorno mejor que cualquier muro. Lo cierto es que ninguna se dio cuenta de la llegada de la paloma desde las alturas. Suele suceder con mucha frecuencia que sólo los observadores, los que están por fuera de una escena pueden contemplar con desapego lo que sucede frente a sus ojos. Lo mismo debe acontecer con ellas, desde la altura pueden ver con claridad y entender además lo que sucede allá abajo o en sus cabezas y sin embargo no pueden ver que tal vez la sabiduría se está acercando a ellas y la están dejando pasar.

Un vapor, una neblina (Medellín, Colombia)

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En un día soleado, o mejor en un rato soleado después de un aguacero, apareció en un jardín de la ciudad una neblina, intentando competir con los rayos de sol que abrillantaban los colores de las cosas, opacados hasta hacía poco por las nubes. De pronto el vapor, o la neblina, empezó a apoderarse de este lugar, parecía como si surgiera de algún tipo de nave que hubiese descendido o que quisiera despegar y perderse en el cielo o como si de pronto la luz o el calor hubieran empezado a deshacer los objetos y las plantas frente a nuestros ojos. Afortunadamente, era sólo el efecto que producía este vapor, esta neblina, al esparcirse lentamente por el aire. Pero, es que a veces suceden cosas tan extrañas, que cualquier fenómeno poco usual lo pone a uno a inventarse esas explicaciones peregrinas que alimentan la imaginación de la gente y que tal vez por eso hacen que vivir en esta ciudad sea cada día una experiencia única para quien quiera mirarla con los ojos del asombro.

Puerta al vacío (Medellín, Colombia)

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Un hombre se debate entre dos azules, contemplando quizá la posibilidad de perderse en cualquier cielo. Y es que hay días de soledad tan intensa que uno cree que sólo en el vacío es factible encontrar algún tipo de desahogo. La mirada perdida del hombre apenas si le permite quedarse en el lugar donde su cuerpo ha permanecido durante mucho tiempo. Es como si a lo lejos la verdadera vida lo llamara y tuviera que luchar en su interior con el mundo conocido donde habita y del que apenas si podrá escapar si desecha los caminos usuales.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

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No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días. Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos. En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta e

Reflejo y transparencia (Medellín, Colombia)

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Hasta las cosas creadas por el hombre buscan la simetría. Un reflejo en la piedra oscura completa el ventanal que se abre al cielo y la forma del edificio que se ve a través de ella. Este edificio no parece real, es como si lo hubiesen pintado sobre el vidrio en un intento de revivir el antiguo arte del vitral, en este caso con un tema moderno y cotidiano como son estas construcciones donde se acumulan seres humanos a compartir su aislamiento. La piedra negra logra, de manera por demás acertada, completar la imagen creando una atmósfera inquietante para una ventana que antes regalaba a quienes miraran a través de ella el cielo abierto y que ahora les entrega un espejismo: un edificio que quizá no sea otra cosa que vidrio pintado. Como suele suceder en el ambiente urbano hasta las construcciones y sus reflejos tienen la tendencia a convertirse en performances.

Panoramas cotidianos (Medellín, Colombia)

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Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean. Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.

Naturaleza en bajorrelieve (Medellín, Colombia)

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Acaso este rastro llegue a ser el único testigo de la existencia de un objeto tan efímero y sin embargo tan perenne como la hoja de una planta. Quizá la voluntad de un artesano decidió dejar para la posteridad, en el piso de cualquier construcción, la evidencia de su amor por la poderosa imagen gráfica de las plantas. Aunque como siempre sucede con los hechos de los que desconocemos sus orígenes, caben muchas hipótesis para explicarlos. Es factible que este pedazo de concreto sea en realidad una roca milenaria petrificada por circunstancias incomprensibles para los legos, una piedra de esas donde una planta que quizá se haya extinguido dejó constancia de su paso por la superficie del planeta. Cualquier posibilidad tiene validez en esta ciudad donde se combinan sin saberlo los fenómenos y los objetos más disímiles, confundiendo la atención de quienes quieren verla como un fenómeno coherente y racional. En una ciudad tan latinoamericana como ésta todo es posible, hasta que las baldosas d

La esquina del movimiento (Medellín, Colombia)

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Las esquinas de esta ciudad tienen su magia, es como si los comerciantes hubieran analizado que para mucha gente son algo más que un elemento de la arquitectura. En una esquina se puede definir una vida. Siempre están planteando la terrible pregunta, seguir o no seguir, voltear o continuar hacia el frente, girar a la derecha o a la izquierda. Y mientras a uno lo invade la duda los colores y el movimiento de estos locales te pueden atrapar en su remolino incesante. Hay de esquinas a esquinas, pero ésta es una de las tantas donde el color y su misma vocación están llamando constantemente a los transeúntes para que se integren en su actividad de todos los días. Este sitio, como otros tantos en la ciudad, es el depositario de ese montón de esperanzas de detener el tiempo y proteger la vida del olvido, al fin y al cabo esa es la función que le hemos asignado las personas comunes y corrientes a las fotografías. Este lugar por donde pasan a diario miles de personas es uno de esos que

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

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En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo. Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Palabras al aire (Medellín, Colombia)

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Quién sabe cuántas palabras o párrafos y hasta historias completas se escaparán de un libro cuando, por accidente, sus hojas se entreabren. Y si por casualidad son varios los que dejan expuestas sus hojas a las corrientes de aire, no resultará extraño entonces que las voces grabadas en sus superficies se entremezclen en agradable disonancia o en un diálogo que ni siquiera el más imaginativo o avezado escritor pudo prever jamás. Una conversación entre libros debe ser uno de los acontecimientos más fascinantes para quien pueda escucharla; la de historias nuevas que aparecerán, la de giros idiomáticos que ningún oído humano ha escuchado nunca y que tal vez pasen décadas sin que los escritores lleguen a descubrirlos; hasta que sea necesario contar una nueva historia o relatar esas viejas leyendas de una manera novedosa e impactante. De todas formas, siempre se ha sospechado que los libros se pasan informaciones a espaldas de los lectores, lo que nadie sabe es a dónde van esas nuevas ideas.

Cristal líquido (Medellín, Colombia)

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Uno de los aspectos más bellos del agua es su fluidez, de hecho gracias a esa característica es que se pueden crear obras de arte inigualables, aunque efímeras, como estas canastas que parecen de vidrio. Se le hace a uno difícil creer que estas formas aparentemente caprichosas del agua al caer, sean el resultado de un dispositivo circular que le da “forma” al líquido. Sería más emocionante imaginar a uno de esos incomparables maestros vidrieros de la antigua Venecia, abandonando de noche y subrepticiamente la famosa isla de Murano, por allá en los mil doscientos, para encontrar refugio en el mundo de la fantasía y las leyendas, donde se han fabricado todas esas joyas que a veces aparecen en los cuentos y en las novelas, y dedicarse allí a imprimir a estas pequeñas fuentes esa calidad de cristal, casi imposible de copiar en estos días donde los diseños simples al extremo dominan en casi todos los ámbitos.

A la venta (Medellín, Colombia)

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No es raro encontrarse en esta ciudad con comercios como éste. Para sus habitantes los viveros son lugares tan familiares como las ventas de artesanías. Allí es posible dar rienda suelta a esa fascinación que ejercen las flores y las plantas ornamentales en la población de esta ciudad y de sus alrededores, como si la vocación de urbe estuviera combinada, de una manera poco convencional, con la necesidad de mantener la naturaleza siempre presente. No sólo los jardines públicos dan cabida a una gran variedad de plantas, también los jardines privados, los patios interiores y los balcones dan albergue a todas esas plantas que florecen de forma constante o que refrescan el ambiente y la vista con su innumerable variedad de verdes. Así se ven expuestas para la venta en todos los viveros de la ciudad y en los municipios vecinos.

Nada es verdad ni es mentira (Medellín, Colombia)

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Cuando uno repasa con los ojos las fachadas de la ciudad, quizá el fenómeno más llamativo, aunque común, es el de la realidad copiada muchas veces en los vidrios de los edificios. Pero también es factible encontrar imágenes inquietantes alimentando la duda que a veces las ciudades instilan en nuestra mente. ¿Qué es real y qué no lo es en el panorama que vemos pasar a gran velocidad? Desde hace muchos siglos los artistas aprendieron a engañar los ojos del espectador mediante trucos de diversa índole, desde los cuadros renacentistas donde un personaje parece irrumpir en este lado del universo, hasta los murales que repiten con minuciosidad los detalles de la arquitectura permitiéndole al observador adentrarse en lugares que no existen. Los ejemplos de esta particular experiencia artística son pocos en la ciudad y no tienen la espectacularidad de las obras que John Pugh ha pintado en Honolulu o Richard Haas en Chicago o New York, sin embargo cumplen la función principal de tergiversar lo

Los que van, los que vienen y los que se quedan (Medellín, Colombia)

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La gente que camina por la ciudad va y viene por las calles y los parques sin tener en cuenta la red de hilos invisibles que crean sus pasos. Algunas veces se detienen y junto con otros, que deciden hacerlo en el mismo momento, forman aglomeraciones que tal vez tengan la misma causa o que quizá sólo obedezcan a la casualidad. De forma simultánea y por las razones más anodinas o sin causa aparente se forman esos grupos que fijan su atención en determinado punto de la ciudad y de la misma forma se deshacen para congregarse de nuevo por algún otro suceso o deciden de pronto continuar con el camino que siguen sus vidas o las de los demás. La atención va y viene como los pasos de la gente, que parece moverse de un lado para otro tal vez con la esperanza de que la ciudad en cualquier momento se convierta en espectáculo: uno de esos performance que a veces hacen los artistas para sacar a los individuos de su ensimismamiento.

Luz (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad la luz del día puede llegar a ser tan intensa que parece deshacer el concreto o la piedra con los que han sido construidos muchos de sus edificios. Como en este caso donde hasta los vidrios parecen absorber, en vez de reflejar, la luz que los ilumina; es como si toda la edificación se entregara a la fuerza inapelable del resplandor del cielo. Pero, esa misma luz que parece destruir es la encargada de mantener el verde característico de las palmeras y el resto de la vegetación que se encuentra por toda la ciudad. Un ejemplo de las paradojas de este planeta: las fuerzas que destruyen son, simultáneamente, las mismas que impulsan la vida.

La marcha de los lemmings (Medellín, Colombia)

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Esta imagen me recuerda esa vieja historia europea que describe la marcha de miles de roedores, los lemmings, dirigiéndose ciegamente hacia un lugar indeterminado, con una decisión tan inquebrantable que ni siquiera los ríos descomunales de la taiga les detienen. Las calles de esta ciudad parecen a veces atestadas de unas criaturas tan ciegas y tan decididas como aquellas; desplazándose todas en la misma dirección, empujándose unas a otras con la única finalidad de avanzar, no importa hacia dónde, ni qué medios emplear para llegar primero. Como si la verdadera necesidad fuera adelantársele a los demás. Al final, tal vez, les espere algún precipicio como única recompensa, pero eso para el observador no es más que una promesa indefinida; para él ese movimiento lento, desesperante sólo le indica que los instintos salvajes todavía no han sido contenidos aún por las normas citadinas, que paradójicamente se encargan de sacar a la superficie, con cualquier pretexto, el lado más atávico de sus

Coartada para el reciclaje (Medellín, Colombia)

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Verdaderamente hay algo en esta ciudad que impulsa a sus habitantes a sembrar plantas en cualquier lugar, así sea en canecas de plástico como éstas que debieron contener en sus orígenes los elementos más tóxicos y que ahora, gracias a la iniciativa de algún jardinero amateur albergan unas cuantas plantas. En realidad todavía no son las más frondosas (les falta mucho para aclimatarse del todo), pero esta propuesta para contrarrestar la imagen árida de algunos rincones urbanos tiene su validez. Le recuerdan a uno esos patios donde todavía la gente siembra matas en vasijas de todo tipo, desde las tazas de loza o de peltre rotas hasta ollas que de tanto haber sido repasadas por la esponja de brillo lucen orgullosas sendos agujeros. En este edificio donde el barro cocido campea, hacía falta un poco de verde, así sea que intente medrar en jardineras poco convencionales.

Púrpura espesura (Medellín, Colombia)

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Será que a todas las ciudades les sucede lo que le pasa a esta urbe donde es posible encontrar los paisajes más inusuales, tanto que en ocasiones le hacen creer a la gente que está en otro sitio, o al menos le hacen evocar esos lugares de los que hablan las novelas o los cuentos o esos que se ven en las películas y que remiten a mundos diferentes o a países tan remotos que es difícil poder viajar hasta ellos. Es el caso de estas plantas: al verlas uno piensa en esos bosques de árboles gigantes, de colores o de formas extrañas, por donde héroes de todas las épocas han trasegado en busca de tesoros o con la finalidad de rescatar algún cautivo. En esta ciudad, donde las plantas y las flores han sentado sus reales disputando al cemento y al asfalto el dominio del territorio aparecen, en las avenidas o en los parques, plantas de colores tan extraños que parecen desafiar al ojo del observador e impulsarlo, sin que este se dé cuenta, a imaginar que cruza por un lugar inexplorado.

Junín (Medellín, Colombia)

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A la sombra de las palmeras y del edificio Coltejer la gente se pasea por Junín. No importa de dónde vengan o cuánto tiempo lleven viviendo aquí, tarde o temprano “todo el mundo” llega a Junín para caminar por estas tres cuadras de restaurantes y almacenes, que hacen parte de uno de los recorridos más tradicionales en esta ciudad. A veces, para quienes vivimos aquí, este recorrido se vuelve tan cotidiano que las vitrinas y los edificios y hasta la gente dejan de mirarse con el asombro de la primera vez, pero siempre, aunque uno pase por allí muchas veces, la magia de esta calle emblemática permanece. Es como si durante las muchas décadas que la gente ha caminado por allí, hubiese impregnado esta calle de esa magia que tienen los lugares donde las personas de todas partes sienten que algo de ellas se les queda o como si inconscientemente dejaran algo de si a propósito para tener la disculpa de volver. Junín es uno de esos sitios que tienen todas las ciudades donde nadie se siente ajeno

Viviendo el color (Medellín, Colombia)

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Nunca sobra un toque de color en la arquitectura de las ciudades modernas que casi siempre tienden a la monotonía. Sobre todo esos edificios de apartamentos que pululan últimamente en algunos barrios de la ciudad y donde sólo se enfatiza en la funcionalidad del espacio. Una imagen como ésta le hace pensar a uno en esas construcciones que levantan los niños con todo tipo de materiales, resultando a veces propuestas verdaderamente interesantes. Aquí el color rojo, el ocre y el gris se combinaron sabiamente para conformar un diseño simple e impactante. Otra vez las edificaciones que vemos todos los días, o casi siempre, nos dan la sorpresa cuando los miramos como objetos de diseño y no como soluciones de vivienda, nada más.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

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La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad. A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras. Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan

La magia de la repetición (Medellín, Colombia)

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En uno de esos jardines públicos de la ciudad unas pencas repiten sus formas hasta el infinito según parece y su bien organizada presentación evoca un desfile. Uno cree que de pronto va a comenzar la música que escribió Paul Dukas para el aprendiz de brujo, dándoles la entrada para la marcha. Como si de pronto la naturaleza, sin mediar ceremonias, les diera permiso a estas plantas para llevar a cabo un recorrido hacia ninguna parte, que es hacia donde se dirigen en un principio quienes nunca han caminado. Lo harían siempre en la misma dirección como esos bancos de peces que muestran en los documentales marinos, girando con coordinación extrema ante cualquier obstáculo o debido a alguna razón imperceptible para nosotros, simples seres humanos de sentidos atrofiados por la manía de pensar. En realidad estas pencas que nunca se han desplazado del lugar donde fueron plantadas y no han pensado hacerlo, al menos en el inmediato futuro, lo único que mueven es la imaginación de algún observado

Calle abajo (Medellín, Colombia)

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Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas. Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado. Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido. Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.

Prohibiciones (Medellín, Colombia)

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Las ciudades, que históricamente han dado cobijo a todos los ensayos y a todos los soñadores, que se abren gozosas a todo lo nuevo y a todas las posibilidades de la civilización, se dejan llevar también por el prurito de la norma. Cientos de avisos les dicen a sus habitantes qué hacer y cómo vivir, llegando a veces a los extremos. Este vagón que recorrió las carrileras de Antioquia llevando y trayendo sueños, terminó anclado en un rincón donde hasta se le prohíbe soñar con el viento y con la lluvia que azotaba sus ventanas, mientras que las miradas ansiosas de los pasajeros se bebían el panorama en cada viaje. Tal vez sus paredes todavía estén impregnadas con las esperanzas de los afortunados que viajaron en su interior. Ahora que se ha detenido para siempre, nadie puede viajar en él, como si para viajar hubiera que moverse en el espacio, como si para viajar uno necesitara desplazarse de un lugar a otro. Tal vez los que se apropiaron de este vagón no saben que para la imaginación no ha

Una flor inquietante (Medellín, Colombia)

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La apariencia de esta flor no sugiere delicadeza como casi siempre sucede con las flores que se ven en la ciudad o en cualquier otro lugar. Es más, la primera impresión que uno tiene es que debe ser una de esas flores carnívoras de las que aparecen en la ciencia ficción. Será tal vez porque cuando uno la mira no deja de encontrarle un parecido inquietante con Audrey Jr., la planta carnívora de La pequeña tienda de los horrores , esa película donde una planta obliga al protagonista a conseguirle comida constantemente (seres humanos) y que crece en forma tan desmesurada que termina por devorarlo también a él. Hasta cree uno que en cualquier momento va a escuchar el susurro exigente de la planta: feed me, feed me… Afortunadamente para nosotros esta flor no es gigantesca ni tampoco carnívora, apenas es otra de las manifestaciones vegetales de la naturaleza tropical que al parecer tiene tanta imaginación para combinar formas y colores como los mismos seres humanos.

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

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Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello. Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno. Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

Reflejos (Medellín, Colombia)

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Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de este lugar salieron de repente a la superficie las tortugas, sin preámbulos ni alharacas como siempre; con curiosidad tal vez o sencillamente a tomar algo del sol de la mañana. Este lago, que al decir de los que lo conocieron en el pasado, era mucho más grande, alberga ahora una fauna limitada: unos cuantos peces, las tortugas y los patos que al parecer no permanecen mucho tiempo en él, pues se la pasan atosigando a los turistas y a los paseantes desprevenidos. Los reflejos de la vegetación, que le dan ese aire de lugar sereno y apacible, se ven removidos de vez en cuando por el nado suave de los peces y los brillos que la caparazón de las tortugas le arranca al sol. A veces parecen reliquias de piedra, arrojadas allí por hombres de tribus ya desaparecidas pero que continuarían existiendo a través de sus creencias. Sin embargo los ídolos se mueven y lo hacen al compás de ese reloj lento y milenario que rige sus vidas, tan distinto al que

Volvió el azul (Medellín, Colombia)

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Después de varias semanas de lluvias volvió a verse azul el cielo. Se deslizó hasta por entre los edificios para recordarnos que ahí estaba el sol de nuevo. Aunque tratamos de convencernos a veces de que este azul es eterno, las nubes se resienten del amor que esta ciudad le tiene al sol y se deslizan por el cielo, de manera violenta en ocasiones, y le hacen creer a uno que nunca desaparecerán. Sin embargo la lluvia pertinaz que golpea con fuerza, con la levedad de una pluma o con la insistencia de un alfiler se encarga de lavar la atmósfera y cuando desaparece, es como si todas las cosas hubiesen renovado sus colores, como este azul, tan prístino que parece el primer azul que contempló la tierra. Nunca se sabe cuándo volverán las nubes bajas y opresivas, lo que sí es cierto es que con cualquier luz, esta ciudad no deja nunca de sorprender al observador.

Composición y diseño (Medellín, Colombia)

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La naturaleza se solaza con facilidad en los juegos de formas y colores. Sobre todo las plantas. Para los seres humanos en cambio llegar a dominar esta habilidad requiere de largos estudios de diseño o de pintura. Aprender a determinar las relaciones más convenientes entre el volumen, las texturas y el color no es nada fácil. La naturaleza que tiene una experiencia medible en millones de años, ya conoce todos los trucos para hacer que las plantas que han evolucionado bajo su tutela encuentren siempre las combinaciones más acertadas. Nosotros, apenas si logramos acercarnos al equilibrio que es capaz de establecerse entre las hojas y las flores de una misma planta; ni que decir de esas maravillosas imágenes que aparecen ante nuestros ojos y que son el producto, de la combinación, de diversas plantas de la misma familia o de especies diferentes y que uno cree formadas al azar.

Lugares imposibles (Medellín, Colombia)

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Quizá sea éste uno de esos puertos espaciales que tanto conocemos gracias al cine, uno de esos donde llegan las naves intergalácticas que viajan a velocidades imposibles de imaginar para un mortal común y corriente. O será en realidad un portal que comunica mundos paralelos; o la salida de uno de los gusanos que atraviesan el universo por donde les es permitido a los viajeros adentrarse en los confines del tiempo y el espacio. Cualquier opción es probable, incluso hasta las que nadie se ha atrevido a imaginar todavía. Lo cierto es que este edificio que se levanta en una esquina de la ciudad, se deja ver en esta imagen aséptica y futurista como un lugar casi desconectado de su entorno. Tal vez la única posibilidad de conexión con el mundo de todos los días en esta ciudad, y que el ojo descubre de inmediato, sea la silueta de un pequeño buitre que vuela en círculos dejándose llevar hacia las alturas, como siempre, por una corriente de aire cálido.

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

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El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla. Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior. Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación. Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

La ciudad secreta (Medellín, Colombia)

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A quién le fue enviado este mensaje, se pregunta uno en un primer momento cuando ve esta hermosa composición de colores y se da cuenta que en cada cuadro hay una letra. Pero quizá no sea tan importante saberlo como averiguar las motivaciones que puede tener una persona para comunicarse mediante un elemento público como éste. Además quién podría garantizar que el mensaje real sea el que se puede leer directamente, quizá esté encriptado como esas comunicaciones que se envían los espías, sólo que no conocemos la clave para descifrarlo, ni siquiera tenemos un indicio de la posible misión a la que alude. Y es que en las ciudades se generan, de manera constante, una serie de códigos incomprensibles y manejados por grupos tan cerrados que a veces los demás ni se enteran de su existencia. Aunque no sean sólo esos pequeños grupos los que establecen contactos de manera críptica, son tal vez los que pueden llegar a ser los más creativos en su forma de concebir la comunicación. Es como si de pront

El silencio del ferrocarril (Medellín, Colombia)

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En los libros de historia, que describen los ires y venires de este mundo paisa, están consignados los nombres y las aventuras de aquellos que trazaron el que fue uno de los logros más importantes de esta tierra a finales del siglo XIX y principios del XX: el Ferrocarril de Antioquia. Lo que no nos describen, es cómo se cancelaban los sonidos del bosque al paso traqueteante del tren. Cómo volaban en silencio los pájaros y dejaba de oírse la hojarasca mientras un hombre permanecería inmóvil, entre los árboles, observando fijamente las ventanas, tal vez con la esperanza de ver un rostro conocido. Aunque desapareció hace tiempo todavía es posible ver, en esta ciudad, algunos vagones dedicados a menesteres tan peregrinos como una cafetería anclada al borde del follaje casi domestico de un jardín botánico. Y a pesar de todo es posible rememorar, aunque sea con esfuerzo, lo que pudo haber sentido ese hombre que veía pasar por entre la vegetación la figura estruendosa y puntual del tren. Lo q

De fábulas y tafetanes (Medellín, Colombia)

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Algunas de las texturas, que de pronto se pueden ver en esos espacios estrechos que la naturaleza ha sido capaz de robarle al cemento y al concreto en esta ciudad, recuerdan esas pinturas del renacimiento donde las telas pesadas y oscuras de los ropajes principescos daban una impresión de mesura, como los retratos de Felipe II y la corte española famosa por su sobriedad extrema o los atuendos de algunos personajes de las escuelas flamencas de la pintura. Sorprende ver aparecer frente a la mirada desprevenida estas superficies que invitan a la mano a deslizarse por ellas, sintiendo antes de posarse la sensación delicada del terciopelo más fino o del tafetán legendario fabricado en todas aquellas ciudades milenarias de la antigua ruta de la seda. Para quienes nos imaginamos aquellos tejidos fabulosos que describían con tanto detalle en los cuentos de las mil y una noches, es una tentación acariciar estas hojas y viajar mediante las sensaciones a los países que la literatura nos descubrió

Perspectiva simple (Medellín, Colombia)

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Con la misma velocidad con la que la mirada se precipita en esta fotografía hacia el abismo, que parece incitar al precipicio, se construyen edificios en la ciudad. Parece como si brotaran del suelo como esos géiseres que a una hora precisa y con la misma intensidad se pueden observar en determinados lugares, dando cuenta de las fuerzas que se mueven al interior de la tierra. Pero estas construcciones que aparecen cada vez con más y más frecuencia no dan cuenta de alguna fuerza subterránea, más bien son la manifestación de la actividad febril, que acompaña los días y las noches, sobre la superficie de esta ciudad, mientras se acerca peligrosamente a convertirse en otra gran aglomeración de gente y a perder esa dimensión humana de tantas ciudades que todavía no se han dejado seducir por los cantos de sirena del progreso desmesurado. Ya ninguno de los habitantes de esta ciudad se sorprende cuando ve desaparecer ante sus ojos alguna de esas casas, que sirvieron de referentes a varias gene

Una escena doméstica (Medellín, Colombia)

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Cualquiera diría, al ver la pose estática de este par de aves, que esperan con ansia la llegada de los otros patos que los siguieron en el recorrido anual de miles de kilómetros para desplazarse desde el lejano norte a un clima más benigno. Cualquiera pensaría que la fijeza de su mirada refleja las expectativas que las aves migratorias sienten por los miembros rezagados de su bandada, los que se quedaron en el camino con el compromiso de reanudar el vuelo tan pronto les fuera posible. Pero la realidad es mucho más anodina y simple de lo que uno pudiera esperar: son dos patos que fueron atrapados por la cotidianidad de un parque botánico y pasan sus días entre un pequeño lago y los caminos que recorren diariamente con su andar gracioso acosando a los visitantes. Ejercitan su mirada penetrante para intimidarlos y lograr que les arrojen algunas migajas de sus comidas preparadas industrialmente. Lo cierto es que no queda nada de salvaje en ellos. Tal vez si alguna vez atraviesan el firmame

Op art (Medellín, Colombia)

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Como si fuera una de las obras del estilo artístico que difundió Vasarely el pintor húngaro, este muro se inscribe en la mejor tradición de la ilusión óptica como forma de arte. Un muro que parece combarse en los extremos debido a la deformación que el objetivo de la cámara hace de la superficie calada por unos adobes hechos de manera inusual. Es como si el arquitecto hubiera querido trasladar a la forma tridimensional esas maravillosas ilusiones que para el ojo crearon en dos dimensiones Vasarely y sus seguidores. Pero la ilusión no se queda sólo en la superficie, se integra con el mundo reducido que se alcanza a ver a través de los pequeños espacios entre las piezas de barro. Como siempre que se entrevé una realidad, la curiosidad nos lleva a adivinar el resto o a inventarlo para calmar la necesidad de saber. Una manera inusual de darle vida a una forma de arte que para muchos pecaba de frio e impersonal.

El pulso de la tierra (Medellín, Colombia)

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Entre las muchas teorías que hablan de este planeta se pueden encontrar hasta las que describen a la tierra como un ser vivo. Hay quienes tratan de escucharla o sentirla o acariciarla de diversas maneras. Como si trataran de encontrar la forma correcta de comunicarse con ella. Algunos hasta pretenden convertirse en antenas vivas para que la tierra libere a través de sus cuerpos, algo de la energía que sabemos permanece contenida en sus entrañas. Pero cualquiera que sea la manera que se escoja para comunicarse con la tierra, todas tienen en común el gran respeto que le tienen al planeta además del gran afecto que sienten por él. No faltan los que deciden cada cierto tiempo interpretar danzas particulares en su honor, como si quisieran apaciguar así la energía que podría liberarse en cualquier momento y destruirnos. Como en esos ritos primitivos donde las personas daban salida a sus convicciones telúricas y arcaicas, esas creencias que hablaban de dragones o minotauros o monstruos devora

El sabor de los adioses (Medellín, Colombia)

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El tiempo se ha estirado como siempre lo hace en los recuerdos. Apenas se fueron quienes dejaron allí las pruebas de su estadía y ya la mesa y estos dos vasos se han sumergido en ese aire de nostalgia, que adquieren los objetos abandonados hace mucho tiempo. Sin embargo, sólo han transcurrido unos pocos minutos desde que se silenciaron los sonidos en esta mesa. Nunca sabremos las circunstancias de la partida, aunque uno se entretenga en sopesar y barajar, entre las múltiples opciones, aquellas que le agreguen contenido a una imagen que se ve todos los días. Es posible que los dos se hayan ido juntos, inmersos todavía en las conversaciones que empezaron hace tiempo o que por el contrario hubieran abandonado el lugar en el silencio cómodo y sin sorpresas de los viejos amantes. Tal vez uno se fue inmediatamente después del otro, como si quisieran añadir a su alejamiento un aire de furtiva indiferencia. Pero no sé porqué esta foto de dos vasos solitarios abandonados sobre una mesa gris me

The three amigos (Medellín, Colombia)

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Por fin, después de una larga semana, llegó el sábado y la hora de empezar a jugar play station para estos tres amigos. Pasaban rápidamente pero decidieron detenerse un momento para esta fotografía y de esa manera dejar plasmado para la posteridad un instante de su gran amistad. Llegarían con prisa al lugar adonde las pantallas los esperaban para su sesión de nintendo y se sumergirían en todos los retos que super Mario les iba a presentar. Aunque eso no explica completamente las sonrisas y el aire de fiesta que parece impregnar sus rostros y envolverlos. Hasta la manera como se paran frente a la cámara habla de su felicidad. Así se dirigieran los tres a cualquier otra tarea las sonrisas hubieran sido las mismas y sus cuerpos hubieran reflejado la misma intensidad, la misma alegría que parecen contener a duras penas. Lo que los contenta de esta manera es haber descubierto, sin saber todavía que lo han encontrado, uno de esos tesoros de los que hablan los adultos y que todos los seres hu

Barco pirata con helechos (Medellín, Colombia)

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Hoy me sorprendí al ver un barco pirata que lentamente ha empezado a ser invadido por los helechos. Tal vez por eso los barcos de piratas jamás deben detenerse, pensé. Les salen plantas en los costados o cosas tan terribles que uno no se atreve siquiera a nombrar por temor a que se conviertan en realidad. Será que los felices piratas que se ven sobre la cubierta no se han dado cuenta de lo que le está pasando a su barco o tal vez su alegría se deba al hecho de que ya lo saben y han decidido partir: arrojarse a la quebrada que pasa por allí, desembocar al río Medellín y después a cualquier río más grande hasta llegar al Magdalena o al Cauca y por fin al mar, de donde no debieron haber salido nunca. Buscaban quizá una vida más tranquila. Pero las vidas tranquilas no garantizan que uno esté a salvo de que le salgan helechos u otra de esas plantas que se aprovechan de los sedentarios.