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Mostrando entradas de enero, 2010

Naturaleza de artificio (Medellín, Colombia)

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No siempre las flores que se encuentran en la ciudad son esas que ha desarrollado la naturaleza después de millones de años de evolución, a veces uno se tropieza con sus colores y formas repetidos con fidelidad obsesiva. Sin embargo por más que estas flores se asemejen a las originales, siempre se añoran las verdaderas.

La piedra se desmorona (Medellín, Colombia)

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En un pedestal de cemento una escultura sometida a la fuerza del viento y del agua se desmorona paulatinamente, como si quisiera emular esas otras estatuas milenarias, que empiezan a mostrar los estragos que también hace el tiempo en la piedra, cuando ya hace mucho que sus creadores han desaparecido. Y para reforzar el aspecto de monumento visitado por viajeros, la superficie está marcada con letras y avisos de distinta índole; sólo que los peregrinos que sienten la necesidad de dejar su huella en este lugar, son los caminantes de las calles y los empujadores de esquinas de la ciudad.

Flor de lis (Medellín, Colombia)

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El lirio, una de las flores más comunes en los jardines públicos y privados de la ciudad, se roba las miradas con su color intenso. Y si además uno observa con detenimiento la pureza de sus líneas, empieza a preguntarse cómo puede haber tanta belleza en sólo seis pétalos. No es de extrañar que los alquimistas de la edad media utilizaran su imagen, entre otros fines, para simbolizar la perfección.

Juegos de luz y de sombra (Medellín, Colombia)

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La luz que se desliza sobre la decoración semibarroca de esta iglesia, juega con las superficies para aumentar o disminuir el efecto de las sombras, incitando a aquellos particularmente sensibles, a buscar mensajes cifrados en la repetición de sus formas.

Un día gris, de esos que ya... (Medellín, Colombia)

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Esta panorámica del centro de la ciudad, que la luz opaca del día luchaba por despojar de todo color, como si quisiera marcar cada cosa con el acento monocromático del gris, se iluminó de pronto cuando apareció en primer plano el verde brillante de una cheflera.

Cotidiano (Medellín, Colombia)

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Cada día ella siempre hace todo igual… así se podría empezar a cantarle a esta ciudad. Pero cada día, ella, obliga a sus habitantes a alterar algo de sus rutinas al confrontarlos con escenarios similares, donde los personajes cambian de roles continuamente. Todos los días se parecen a los anteriores y sin embargo la ciudad, los habitantes o los hechos mismos, siempre lo empujan a uno a involucrarse en situaciones distintas. La ciudad cambia siempre, la ciudad es siempre la misma.

El camino de las orugas blancas (Medellín, Colombia)

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Por este techo se desplazan continuamente unas orugas gigantes, pero nuestra mirada temerosa las percibe como una característica más de la arquitectura. Su movimiento, sinuoso e infinito, pasará siempre desapercibido para quienes no desean mirar la realidad con las vestiduras de la fantasía.

Sobre vírgenes y santos (Medellín, Colombia)

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Afuera de la iglesia, en el saliente de una columna que prefigura las repisas donde pasaran el tiempo, estas imágenes esperan, en perfecta formación, ser llevadas al lugar donde aguantarán la carga de esperanzas y arrepentimientos de los devotos. Deben estar dispuestas desde ya a soportar agravios, zalamerías o ruegos de los que por su mediación, piden las dádivas más triviales o importantes a las identidades celestiales que representan.

La imaginación de los espejos (Medellín, Colombia)

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Muchos autores de ficción y de no ficción han defendido, o al menos han expuesto la tesis, de que detrás de las superficies que reflejan objetos hay otra realidad: en unos casos se limitan a duplicar lo que se encuentra frente a ellas, pero en otros van más allá y el reflejo adquiere formas y dimensiones distintas, como si obedeciera a unas leyes completamente diferentes a las de nuestro universo. Pero no sólo repiten o deforman, a veces le agregan elementos a la imagen que duplican, como es el caso de la nube que se refleja en los vidrios de este edificio. A juzgar por el azul impecable del cielo, su existencia a este lado de los espejos es muy improbable.

Campo de estrellas (Medellín, Colombia)

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Durante un tiempo muy corto, mientras la luz del cielo se apaga, es posible ver como la oscuridad va devorándolo todo frente a nuestra vista. Al mismo tiempo las luces artificiales con las que el hombre combate uno de sus miedos más atávicos, empiezan su lucha con las sombras, para dar paso a un espectáculo que, guardando las distancias, parece un firmamento lleno de estrellas.

La fuente del patio... (Medellín, Colombia)

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…que nos da frescura… dice el viejo bolero. Para los japoneses, por el contrario, más que la frescura del agua, la gracia de una fuente está en su canto. El golpear del agua tiene un timbre y una sonoridad que tranquiliza, aunque por estas latitudes a mucha gente le perturba el espíritu, porque su oído está ya viciado por la cacofonía que produce la ciudad.

Volúmenes (Medellín, Colombia)

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Dicen que las edificaciones son esculturas donde se habita. Este primer plano confirma la veracidad de esta afirmación. Al menos en su exterior este edificio recuerda algunas obras de arte moderno.

Abanico (Medellín, Colombia)

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La brisa que a veces refresca las tardes calurosas de la ciudad es producida por abanicos como éste.

Un escenario para la indiferencia (Medellín, Colombia)

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Las personas pasan frente a estas escalas en pos de su destino o con la ilusión de alejarse de él. Apenas perciben a quienes se sientan en las gradas día tras día con la expectativa de que también su sino cambie, o que las fuerzas herméticas que gobiernan las vidas de los demás no posen la vista en ellos, pasen de largo y les permitan seguir viviendo en la paz de los ensimismados.

La cosecha (Medellín, Colombia)

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En uno de los miles de jardines en la ciudad un níspero florece y da sus frutos. Los más beneficiados son los pájaros que permanecen invisibles, camuflados entre las hojas mientras dan cuenta de las pequeñas esferas amarillas. El único indicio de su presencia es el canto bullicioso con el que acompañan el festín agridulce.

La oficina del parque (Medellín, Colombia)

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Negocios de todo tipo se realizan, a cualquier hora, en las grandes ciudades donde se deciden los destinos de millones de personas. Este hombre cuya oficina se encuentra al lado de un prado en un parque, asesora asuntos de los que quizá nadie tenga noticia. Tal vez por eso no se preocupa por la falta de clientela. Tarde o temprano alguien llegará con la pregunta que él y sólo él tiene la autoridad para responder.

Un sábado en Junín (Medellín, Colombia)

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¿Qué es lo que quiere la niña…? Nadie parece saberlo. Su mano señala hacia un lugar fuera de la imagen. Tal vez sea algo invisible porque nadie mira hacia donde estira el brazo, ni siquiera la miran a ella. Como sucede casi siempre su deseo se extraviará entre los otros deseos, expresados u ocultos, que se mueven alrededor de la gente.

La conquista del espacio (Medellín, Colombia)

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Quién sabe qué luchas calladas e imperceptibles habrán tenido que librar estos árboles para impedirle a las tejas cubrir todo el terreno. A pesar de que aparecen confinados a un área pequeña, es innegable que al menos esta batalla por un lugar donde crecer, la ha ganado la naturaleza.

El reflejo (Medellín, Colombia)

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El reflejo de esta escultura cobra vida al vaivén de quienes se mueven detrás del vidrio. Es la gente con su ir y venir, la que hace creer que su movimiento es verdadero y no una mera ilusión.

Lo que queda del día (Medellín, Colombia)

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La vista de un árbol sin hojas invita a que se aposente en nuestro espíritu una cierta melancolía. Sin embargo el derroche incontinente que hace el guayacán con sus flores amarillas, siempre le llena a uno el corazón de gozo. No importa que ya se le hayan caído y se vean sus ramas desnudas… el espectáculo de las flores continúa en el piso.

Desde la ventana (Medellín, Colombia)

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Enredada en la ventana de una casa en Buenos Aires languidece una planta. Quizá la vista de la ciudad sea su única razón para aferrarse a la vida.

El sonido de Pompeya (Medellín, Colombia)

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Los dedos detenidos en el gesto de repetir la música que escucha hacen de esta figura de metal, una de las más interesantes que se pueden encontrar cuando se camina por las calles y parques de esta ciudad. Aunque uno se pregunta si es una escultura o uno de esos cuerpos que quedaron sepultados en alguna erupción. De todas maneras, ahí está oyendo eternamente un sonido imperceptible, que oídos humanos jamás podrán escuchar.

Blanco azalea (Medellín, Colombia)

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Sólo la naturaleza es capaz de producir un blanco tan nítido, que refleje la luz totalmente, como estas flores que prosperan a la entrada de un edificio en el centro de la ciudad. Ni siquiera esa capa de polvillo negro, que cubre todas las superficies expuestas a la contaminación, permanece sobre sus pétalos.

Agua, agua (Medellín, Colombia)

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Dicen los que han pasado por desiertos que el calor y la sed hacen ver espejismos a los viajeros. Por fortuna (o no) las fuentes de agua que hay en la ciudad nos evitan pasar por esa experiencia. Sino fuera así, qué de alucinaciones tendríamos a cada momento, imaginando lagos y ríos donde zambullir el ansia de humedad.

La cantante que surgió de un muro (Medellín, Colombia)

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Esta ciudad siempre nos asalta los sentidos. A veces se vale del color o de la arquitectura. Esta vez lo ha hecho por medio de Sally Bowles, la cantante del famoso Kit Kat Club. La imagen maravillosa de Liza Minelli interpreta en silencio para el público de Medellín, desde un muro en la calle Maracaibo, el desgarro emocional de la Alemania de entre guerras.

Ley de gravedad (Medellín, Colombia)

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Las ilusiones ópticas tienen de su lado la necesidad que tiene el hombre de cruzarse en su camino con lo maravilloso. Este helecho parece flotar en la atmósfera inmóvil de un antiguo claustro, dedicado hoy a otros menesteres, como muchos de los edificios antiguos y grandes de la ciudad. Pero esas nuevas actividades que se realizan entre sus paredes, no le han podido quitar al aire una cierta quietud que invita a la reflexión, así sea mirando una planta que cuelga de un alambre invisible.

Las paradojas del color (Medellín, Colombia)

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En estos días cuando el sol es el protagonista en la ciudad, hasta el gris adquiere luminosidad y calidez; es como si todos los colores que la luz abrillanta lo impregnaran con algo de sus tonalidades.

Ruido (Medellín, Colombia)

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Las palabras, ansiosas, se montan unas sobre otras en el afán de capturar la atención del transeúnte, pero lo único que logran en realidad es que el cerebro mezcle todo en una sola mancha de ruido visual y haga caso omiso al mensaje urgente que se le quiere transmitir.

Sed (Medellín, Colombia)

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Bajo un sol abrasador (como describen en las novelas al sol de los desiertos), las ramas resecas de un árbol se estiran hacia el cielo como pidiendo clemencia o buscando una nube que anuncie la lluvia. Pero no hay nubes a la vista y el azul del cielo es tan brillante y nítido, que hasta hiere los ojos de quien se atreve a mirarlo fijamente.

Las huellas del oficio (Medellín, Colombia)

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En la superficie de un andén, por donde pasa “todo el mundo”, se puede ver el bajo relieve de las herramientas con las que miles de personas en la ciudad se ganan la vida. No se conocen las motivaciones de quien decidió marcar este bloque de cemento, tal vez pretendía combatir el paso del tiempo, como los viajeros que escriben su nombre en la superficie de las pirámides o tal vez todo se reduzca a una simple estrategia publicitaria, de la peluquería que queda justo enfrente.

El color de la repetición (Medellín, Colombia)

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En esta calle, que debería ser declarada patrimonio histórico de la ciudad, la gente valora tanto la belleza del conjunto que forman las fachadas de sus casas, que no les han cambiado el aspecto desde su construcción, hace décadas. La armonía es tal, que parece que un diseñador hubiera definido la combinación de colores, para resaltar el efecto que produce la repetición de su arquitectura.