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Mostrando entradas de febrero, 2010

Para subir al cielo (Medellín, Colombia)

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…no sólo se necesita una escalera grande y otra chiquita, como dice la canción, también se pueden utilizar canastas de esas que usan los bomberos. Pero al ver esta vacía y en medio de ninguna parte uno se pregunta que pasó con la persona que estaba allí, tal vez fue víctima de una abducción y la gente no se atreve a bajarla esperando que sea devuelta. O tal vez fue una ascensión de alguien que no soportó más seguir con los pies en la tierra. Se podrían hacer mil conjeturas en relación con el vacío de esta canasta y no encontrar respuestas satisfactorias. Quizá esa sea una de las características de las ciudades, plantear preguntas constantemente, y entregar, con avaricia siempre, algunas respuestas.

Atracción paralela (Medellín, Colombia)

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Las paralelas siempre han afirmado que nunca se unen, sin embargo algunos científicos se han atrevido a contradecir esa afirmación, tal vez por que la evidencia de la mirada nos lleva a constatar lo contrario: las paralelas no resisten la distancia sin tratar de unirse y convertirse en una sola o tal vez de cruzarse y seguir su camino alejándose más y más de su antigua compañera. En fin nadie sabe qué pasa en el infinito. Lo que si sabemos, porque lo indican nuestros ojos, es que en las fotografías la tendencia de las líneas a converger en un solo punto se hace mucho más evidente.

Contrastes (Medellín, Colombia)

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El ojo humano sólo puede percibir el paso del tiempo en las huellas que deja, impresas en las caras y en los cuerpos de la gente o en las fachadas de las casas o en los objetos que usamos todos los días. Sin embargo, a veces es posible retrazar sus consecuencias, como en el caso de las viviendas, a las que se puede retocar periódicamente o renovarlas en su totalidad y de esa manera engañar al deterioro. Hay casas a las que no se les ayudó a enfrentar el ataque del tiempo. El abandono las desarraigó y las alejó de la realidad que pasa frente a ellas. Sus paredes adquirieron la palidez enfermiza de los desahuciados. Los balcones se clausuraron sin que los habitantes de la casa se dieran cuenta: nadie volvió a pararse allí para echar una mirada a la calle, nadie volvió a asomarse desde allí para atraer con su presencia la atención de alguno que pasara. De otras casas en cambio, se desecharon totalmente los vestigios de su antigüedad para adaptarlas a la estética de los nuevos tiempos, per

Gente anónima (Medellín, Colombia)

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Las vidas de la gente que logró detener esta fotografía en una calle del centro, continuarán llenas de acontecimientos trascendentales o anodinos como pasa en la existencia de todo el mundo y aunque aquí sólo sean figuras que la distancia difumina, su importancia no disminuye por eso, al fin y al cabo son la razón de ser de este caos semiorganizado que llamamos ciudad.

La flor del deseo (Medellín, Colombia)

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Lejos quedaron aquellos días en los que conseguir una orquídea distinta a la conocida catleya morada era tan difícil. Uno tenía que hacer mil visitas a las abuelas o rogarle a alguna anciana bondadosa para que nos pusiera a “prender” una. Que accediera o no a aceptar nuestra solicitud, dependía de la ponderación de tantos factores, que muchas veces todo se quedaba en el simple deseo. En estos tiempos de clones, “in vitros” y demás, sólo hay que visitar algún almacén donde se encuentra de “todo” para hallar uno de esos especimenes que se veían solamente en las fincas de Santa Elena o en las exposiciones del Jardín Botánico. Pero en la nostalgia queda el placer de negociar con abuelas y de la espera a que las fases de la luna, fueran las indicadas para empezar el proceso de sembrado de la nueva planta.

Un barco fantasma (Medellín, Colombia)

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Este bello edificio al que la indiferencia de los transeúntes ha echado en el olvido, hace pensar en el casco de un antiguo barco que hubiera quedado atascado en una playa, después de sus incontables travesías por los mares de toda la tierra. Un barco fantasma que a nadie asusta porque nadie percibe su presencia.

Bajo el puente (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad los puentes no sólo los utilizan aquellos que no tienen casa para protegerse de la intemperie total o los motociclistas que se escampan de alguna lluvia intempestiva, también los aprovechan los que tienen algo para vender o los que únicamente quieren pasar al otro lado y no se atreven a cruzar la calle.

San Diego y San Ignacio (Medellín, Colombia)

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Desde la colina atestada de casas del barrio San Diego, la torre blanca de su iglesia vigila impasible la marcha del tiempo. Abajo el pequeño espacio de la plazuela, por donde ha transitado una gran parte de la historia de esta ciudad, permanece abierto al cielo… ahora como hace doscientos años.

Los vendedores de sueño (Medellín, Colombia)

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Atraídos por las multitudes que asientan sus reales diariamente en las plazas y en los parques de la ciudad, estos dos hombres caminan por entre la gente llevando a cuestas la mercancía que venden. Pero nadie está seguro de cuál es su intención, vender las hamacas solamente o también vender con ellas la posibilidad de tener sueños placenteros, donde el inconsciente no esté descontrolado. Las pesadillas, por supuesto, estarán ausentes de los usuarios de este producto. Y aquellos a quienes el insomnio ataca consuetudinariamente se les puede ocurrir, al ver uno de estos objetos desplegado ante sus ojos enrojecidos, que tal vez en su superficie se encuentre la solución a sus carencias.

Rojo (Medellín, Colombia)

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Al final de la tarde los tonos neutros, fríos e impersonales, de los colores se apoderan de la ciudad anunciando la llegada de la noche. Sin embargo es también en esta hora donde el rojo se destaca con más fuerza y la mirada se enciende con la promesa de pasión que este color representa y que tal vez la oscuridad traiga consigo.

A quién llaman las campanas (Medellín, Colombia)

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Ya pasó el tiempo en el que la llamada de las campanas marcaba los ritmos de la vida para los habitantes de la ciudad. Ahora para diferenciar su sonido del intenso ruido que nos rodea es necesario, en cierta forma, sintonizarse con la frecuencia de una ciudad casi desaparecida.

El señor del tiempo (Medellín, Colombia)

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Como un dios que juega despreocupadamente con la existencia de la humanidad, un niño se entretiene dejando caer lentamente la arena por entre sus dedos. De la misma manera flemática, impasible, fluye el tiempo que gobierna nuestras vidas.

Los libros de la calle (Medellín, Colombia)

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Los domingos y en distintos lugares del centro es posible encontrar estas ventas de libros de segunda mano. A veces, embolatado entre manuales, tomos de enciclopedia o recetarios brilla con un tono apagado el título de una obra selecta y escasa. El conocedor que acostumbra visitar periódicamente estos lugares, buscando rarezas u obras descontinuadas, cede de nuevo al impulso de rescatar y llevarse consigo para su biblioteca, uno de estos libros de la calle.

Siluetas en el barrio (Medellín, Colombia)

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En lo alto del poste un pequeño buitre despliega sus alas y parece como si intentara copiar con su figura los enredos de la línea eléctrica.

Decisiones (Medellín, Colombia)

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Seguir o no seguir… He ahí la cuestión. Siempre es difícil aparecer bajo los reflectores por primera o por segunda vez… pero así es la vida, una sucesión de escenas y desfiles para los que no valen ensayos, porque todas las situaciones en las que somos protagonistas siempre son una primera vez.

El arte de la complicidad (Medellín, Colombia)

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Mientras las miradas se posen en el cuerpo de la mujer desnuda o intenten ignorarla, la pareja que se esconde detrás permanecerá invisible a los miles de ojos que recorren el lugar. Ella los observa disimuladamente y les transmite con palabras inaudibles un sentimiento de seguridad.

Imitación (Medellín, Colombia)

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En una ciudad donde las flores abundan no es raro encontrarse en algún lugar con un toque de snobismo: algunas de estas flores decidieron renunciar a su color para cambiarlo por uno que las asemeje a sus imitaciones de plástico.

El bosque de las decepciones (Medellín, Colombia)

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Unos cuantos pinos que crecen juntos, tal vez lleven a un observador fantasioso a creer, por un momento, que se encuentra frente al comienzo de un gran bosque. Pero la realidad es otra, apenas si son algunos árboles ornamentales, que quizá nunca abandonen las macetas donde fueron plantados.

El espectáculo del cielo (Medellín, Colombia)

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Esta combinación irrepetible de luz y nubes se recortaba hoy contra el borde de los edificios que flanquean la calle Colombia. Lamentablemente pocas veces nos dejamos seducir por el espectáculo que el cielo despliega sobre la ciudad, dejándonos llevar por el horizonte limitado que nos imponemos a nosotros mismos.

Ángulos secretos (Medellín, Colombia)

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Existen construcciones de tal impacto visual que le anulan al observador la posibilidad de concentrarse en los detalles. Esta serie de planos angulares que forman una imagen tan armoniosa, pertenece a uno de los edificios más interesantes de la ciudad.

Para qué las rejas (Medellín, Colombia)

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Esas rejas que resaltan con su simplicidad las líneas clásicas de esta casa no parecen tener una función decorativa solamente, acaso eviten también que la realidad de afuera, trastorne la calma que se adivina al interior de sus paredes.

Los querubines de San Ignacio (Medellín, Colombia)

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Con la indiferencia de los niños, dos querubines juegan sobre la fachada de esta iglesia sin percatarse de la cruz que los separa. Uno de ellos parece observar la plaza y lo que sucede allí, mientras que el otro da la espalda y mira hacia atrás, tal vez al infinito. Dos miradas: una material y otra espiritual que conjugan en una representación plástica, el forcejeo de los seres humanos a lo largo de su vida.

Atardecer con luna (Medellín, Colombia)

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Esa tarde la luna apenas era una pequeña pincelada blanca en el azul oscuro del cielo, un azul que se acercaba ya a la noche pero que aún guardaba algo de la luminosidad del día. Todo el interés lo captaba la luna que tenía el tamaño perfecto para enriquecer toda la imagen: como un trazo corto y delicado en un grabado japonés.

El color del calor II (Medellín, Colombia)

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Nunca deja de impactar el amarillo con el que las flores de los guayacanes nos sorprenden en cualquier época del año. La mirada descansa en un color que se vuelve más vivo cuando se le observa contra el cielo. Es como si absorbieran el calor y lo utilizaran para intensificar su tono.

El color del calor (Medellín, Colombia)

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En una escena donde predominan el verde y el azul se destaca, rompiendo con la monotonía de las hojas y del cielo, el anaranjado de un árbol florecido. Su color es tan intenso que parece absorber, y reflejar, el calor que por estos días agobia a todo ser viviente en la ciudad.

La curiosidad (Medellín, Colombia)

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Uno de los regalos más controvertidos con que la naturaleza dotó a los seres humanos, porque si bien es la impulsadora de las ciencias también puede ser la causa de muchas desgracias. De todas maneras, para aquellos que se dejan llevar por sus designios, es uno de los mejores antídotos contra el aburrimiento.

Un canario en tu balcón (Medellín, Colombia)

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Canta al sol de la mañana… y alegra con sus trinos la calle del barrio. El timbre claro de su canto, se impone a los mil ruidos que marcan el despertar a las tareas cotidianas de la cuadra y, aunque sea por unos momentos, ese sonido anima el espíritu de aquellos que lo escuchan.

Vertical (Medellín, Colombia)

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Hace mucho tiempo que en el centro de la ciudad se abandonó el deseo de tocar el cielo. La zona de los edificios altos se desplazó a otras latitudes. Por eso la línea pura y definida de este edificio se destaca solitaria, como una raya blanca proyectada hacia el cielo.