A la luz del atardecer (Medellín, Colombia)

Quien haya leído a los autores que han escrito de ciudades tan memorables como Alejandría, o Estambul (en cualquiera de sus encarnaciones), de Kyoto o New Orleans, debe haberse dado cuenta de que hacen un énfasis especial en la particularidad de la luz de aquellas urbes, como si de alguna manera la naturaleza bendijera esos puntos de la geografía, con una luz distinta a la que puede bañar cualquier otro lugar de la tierra.
Pero en esta ciudad, que cambia de colores constantemente según la hora del día y la calidad del cielo, la gente lleva a cabo sus actividades cotidianas indiferente a ese fenómeno que hace de esta villa otro de esos lugares privilegiados.
Pocos se dan cuenta cuando el cielo en complicidad con el sol les cambia el color de la piel, o les intensifica ese tono cálido que adquieren las superficies a la luz rojiza o dorada del cielo, en los atardeceres, al que ni siquiera la palidez más recalcitrante puede resistirse.

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