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Mostrando entradas de octubre, 2010

Viviendo el color (Medellín, Colombia)

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Nunca sobra un toque de color en la arquitectura de las ciudades modernas que casi siempre tienden a la monotonía. Sobre todo esos edificios de apartamentos que pululan últimamente en algunos barrios de la ciudad y donde sólo se enfatiza en la funcionalidad del espacio. Una imagen como ésta le hace pensar a uno en esas construcciones que levantan los niños con todo tipo de materiales, resultando a veces propuestas verdaderamente interesantes. Aquí el color rojo, el ocre y el gris se combinaron sabiamente para conformar un diseño simple e impactante. Otra vez las edificaciones que vemos todos los días, o casi siempre, nos dan la sorpresa cuando los miramos como objetos de diseño y no como soluciones de vivienda, nada más.

La ciudad reflejada (Medellín, Colombia)

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La ciudad se copia a sí misma en este ojo de agua artificial y en las fotografías adheridas al muro. Fotografías que se abren como ventanas en lugares específicos y donde han quedado plasmadas, a través del objetivo, unas imágenes parciales de la ciudad. A las personas que caminaban al lado de esta pared los ojos se les iban hacia las fotos, tratando de identificar los lugares retratados, pero no se daban cuenta de que ellas mismas eran reproducidas con fidelidad casi absoluta en la superficie del agua que apenas se rizaba un poco, como para no engañar del todo al ojo que de pronto estuviera observando sus maniobras. Uno no sabe adónde van esas imágenes que se roban los espejos de agua o tal vez no van a ninguna parte, quizá se queden en la superficie como la mayoría de las acciones que se ejecutan sin pensar en ellas. Como las palabras que se pronuncian mecánicamente o las acciones cotidianas que el cuerpo realiza sin el concurso de la voluntad. O como esas fotografías que encasillan

La magia de la repetición (Medellín, Colombia)

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En uno de esos jardines públicos de la ciudad unas pencas repiten sus formas hasta el infinito según parece y su bien organizada presentación evoca un desfile. Uno cree que de pronto va a comenzar la música que escribió Paul Dukas para el aprendiz de brujo, dándoles la entrada para la marcha. Como si de pronto la naturaleza, sin mediar ceremonias, les diera permiso a estas plantas para llevar a cabo un recorrido hacia ninguna parte, que es hacia donde se dirigen en un principio quienes nunca han caminado. Lo harían siempre en la misma dirección como esos bancos de peces que muestran en los documentales marinos, girando con coordinación extrema ante cualquier obstáculo o debido a alguna razón imperceptible para nosotros, simples seres humanos de sentidos atrofiados por la manía de pensar. En realidad estas pencas que nunca se han desplazado del lugar donde fueron plantadas y no han pensado hacerlo, al menos en el inmediato futuro, lo único que mueven es la imaginación de algún observado

Calle abajo (Medellín, Colombia)

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Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas. Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado. Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido. Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.

Prohibiciones (Medellín, Colombia)

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Las ciudades, que históricamente han dado cobijo a todos los ensayos y a todos los soñadores, que se abren gozosas a todo lo nuevo y a todas las posibilidades de la civilización, se dejan llevar también por el prurito de la norma. Cientos de avisos les dicen a sus habitantes qué hacer y cómo vivir, llegando a veces a los extremos. Este vagón que recorrió las carrileras de Antioquia llevando y trayendo sueños, terminó anclado en un rincón donde hasta se le prohíbe soñar con el viento y con la lluvia que azotaba sus ventanas, mientras que las miradas ansiosas de los pasajeros se bebían el panorama en cada viaje. Tal vez sus paredes todavía estén impregnadas con las esperanzas de los afortunados que viajaron en su interior. Ahora que se ha detenido para siempre, nadie puede viajar en él, como si para viajar hubiera que moverse en el espacio, como si para viajar uno necesitara desplazarse de un lugar a otro. Tal vez los que se apropiaron de este vagón no saben que para la imaginación no ha

Una flor inquietante (Medellín, Colombia)

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La apariencia de esta flor no sugiere delicadeza como casi siempre sucede con las flores que se ven en la ciudad o en cualquier otro lugar. Es más, la primera impresión que uno tiene es que debe ser una de esas flores carnívoras de las que aparecen en la ciencia ficción. Será tal vez porque cuando uno la mira no deja de encontrarle un parecido inquietante con Audrey Jr., la planta carnívora de La pequeña tienda de los horrores , esa película donde una planta obliga al protagonista a conseguirle comida constantemente (seres humanos) y que crece en forma tan desmesurada que termina por devorarlo también a él. Hasta cree uno que en cualquier momento va a escuchar el susurro exigente de la planta: feed me, feed me… Afortunadamente para nosotros esta flor no es gigantesca ni tampoco carnívora, apenas es otra de las manifestaciones vegetales de la naturaleza tropical que al parecer tiene tanta imaginación para combinar formas y colores como los mismos seres humanos.

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

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Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello. Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno. Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

Reflejos (Medellín, Colombia)

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Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de este lugar salieron de repente a la superficie las tortugas, sin preámbulos ni alharacas como siempre; con curiosidad tal vez o sencillamente a tomar algo del sol de la mañana. Este lago, que al decir de los que lo conocieron en el pasado, era mucho más grande, alberga ahora una fauna limitada: unos cuantos peces, las tortugas y los patos que al parecer no permanecen mucho tiempo en él, pues se la pasan atosigando a los turistas y a los paseantes desprevenidos. Los reflejos de la vegetación, que le dan ese aire de lugar sereno y apacible, se ven removidos de vez en cuando por el nado suave de los peces y los brillos que la caparazón de las tortugas le arranca al sol. A veces parecen reliquias de piedra, arrojadas allí por hombres de tribus ya desaparecidas pero que continuarían existiendo a través de sus creencias. Sin embargo los ídolos se mueven y lo hacen al compás de ese reloj lento y milenario que rige sus vidas, tan distinto al que

Volvió el azul (Medellín, Colombia)

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Después de varias semanas de lluvias volvió a verse azul el cielo. Se deslizó hasta por entre los edificios para recordarnos que ahí estaba el sol de nuevo. Aunque tratamos de convencernos a veces de que este azul es eterno, las nubes se resienten del amor que esta ciudad le tiene al sol y se deslizan por el cielo, de manera violenta en ocasiones, y le hacen creer a uno que nunca desaparecerán. Sin embargo la lluvia pertinaz que golpea con fuerza, con la levedad de una pluma o con la insistencia de un alfiler se encarga de lavar la atmósfera y cuando desaparece, es como si todas las cosas hubiesen renovado sus colores, como este azul, tan prístino que parece el primer azul que contempló la tierra. Nunca se sabe cuándo volverán las nubes bajas y opresivas, lo que sí es cierto es que con cualquier luz, esta ciudad no deja nunca de sorprender al observador.

Composición y diseño (Medellín, Colombia)

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La naturaleza se solaza con facilidad en los juegos de formas y colores. Sobre todo las plantas. Para los seres humanos en cambio llegar a dominar esta habilidad requiere de largos estudios de diseño o de pintura. Aprender a determinar las relaciones más convenientes entre el volumen, las texturas y el color no es nada fácil. La naturaleza que tiene una experiencia medible en millones de años, ya conoce todos los trucos para hacer que las plantas que han evolucionado bajo su tutela encuentren siempre las combinaciones más acertadas. Nosotros, apenas si logramos acercarnos al equilibrio que es capaz de establecerse entre las hojas y las flores de una misma planta; ni que decir de esas maravillosas imágenes que aparecen ante nuestros ojos y que son el producto, de la combinación, de diversas plantas de la misma familia o de especies diferentes y que uno cree formadas al azar.

Lugares imposibles (Medellín, Colombia)

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Quizá sea éste uno de esos puertos espaciales que tanto conocemos gracias al cine, uno de esos donde llegan las naves intergalácticas que viajan a velocidades imposibles de imaginar para un mortal común y corriente. O será en realidad un portal que comunica mundos paralelos; o la salida de uno de los gusanos que atraviesan el universo por donde les es permitido a los viajeros adentrarse en los confines del tiempo y el espacio. Cualquier opción es probable, incluso hasta las que nadie se ha atrevido a imaginar todavía. Lo cierto es que este edificio que se levanta en una esquina de la ciudad, se deja ver en esta imagen aséptica y futurista como un lugar casi desconectado de su entorno. Tal vez la única posibilidad de conexión con el mundo de todos los días en esta ciudad, y que el ojo descubre de inmediato, sea la silueta de un pequeño buitre que vuela en círculos dejándose llevar hacia las alturas, como siempre, por una corriente de aire cálido.

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

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El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla. Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior. Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación. Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

La ciudad secreta (Medellín, Colombia)

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A quién le fue enviado este mensaje, se pregunta uno en un primer momento cuando ve esta hermosa composición de colores y se da cuenta que en cada cuadro hay una letra. Pero quizá no sea tan importante saberlo como averiguar las motivaciones que puede tener una persona para comunicarse mediante un elemento público como éste. Además quién podría garantizar que el mensaje real sea el que se puede leer directamente, quizá esté encriptado como esas comunicaciones que se envían los espías, sólo que no conocemos la clave para descifrarlo, ni siquiera tenemos un indicio de la posible misión a la que alude. Y es que en las ciudades se generan, de manera constante, una serie de códigos incomprensibles y manejados por grupos tan cerrados que a veces los demás ni se enteran de su existencia. Aunque no sean sólo esos pequeños grupos los que establecen contactos de manera críptica, son tal vez los que pueden llegar a ser los más creativos en su forma de concebir la comunicación. Es como si de pront