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Mostrando entradas de marzo, 2010

Azul (Medellín, Colombia)

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En la simbología de los colores al azul se le ha asignado entre otros significados el de representar al acero, al zafiro y también a la perseverancia. Nada más indicado para relacionarlo con el deporte donde hay que tener la dureza y la elasticidad del acero, la transparencia mental de una piedra preciosa, pero también una gran capacidad de perseverancia para lograr las metas que se pretende alcanzar. En esta imagen, un deportista camina por una superficie que parece ilimitada. Como si se desplazara por una dimensión distinta al mundo por donde caminamos todos los días. Como si estuviera en una especie de trance, necesario para alejarse de todo lo que no sea el momento de la pugna que lo espera. Todos los sucesos, todas las alteraciones del ambiente a su alrededor quedan relegados a un segundo plano, pues toda su atención está puesta únicamente en un sólo acontecimiento: la competencia.

Los juegos modelo (Medellín, Colombia)

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Además de las emociones, de todas las medallas, de las multitudes que asistieron a presenciar los diferentes deportes, la belleza y la sincronización fueron las características que para muchos marcaron estos IX juegos suramericanos. La imagen de estas modelos, que fueron vistas realizando sus rutinas en la unidad deportiva Atanasio Girardot, también forma parte de la sensación, que para todos los que disfrutaron de este evento, dejó el desempeño de los deportistas, el público y los organizadores: un trabajo bien hecho.

El alma de los juegos (Medellín, Colombia)

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En algunas culturas se ha creído que las fotografías se roban las almas -o al menos parte de ellas- y las encierran en un pequeño cuadro. Tal vez sea cierto y en las fotos se quede algo de la gente. Al menos cuando se ven fotografías viejas es como si la memoria intentara recuperar sensaciones, olores y sentimientos que el tiempo ha debilitado o que nunca se llegaron a experimentar. Para estos jóvenes que posan sonrientes frente a las cámaras digitales, frente a los teléfonos celulares, esas fotos están plasmando para el recuerdo una nueva experiencia del mundo en el que viven y que será parte de ahora en adelante de sus historias como seres humanos. Para los deportistas que los acompañan no será difícil recordarlos, al fin y al cabo parte de su alma quedó encerrada en esos pequeños cuadros, si les vamos a creer a las supersticiones, que a veces tienen algo de asidero en la realidad.

And the winner is... (Medellín, Colombia)

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En el año 708 a.c. se incluyó la lucha como una de las competencias de los juegos olímpicos en Grecia, aunque la manera como se competía en esa época ha cambiado durante estos casi tres mil años. Pero no sólo ha existido esta disciplina en la forma como la conocemos, hay tantas maneras de luchar cuerpo a cuerpo como culturas se han sucedido sobre la faz de la tierra. Incluso hoy en diferentes partes del mundo se practica este deporte con características distintas aunque su finalidad sea la misma: ser más hábil que el contrincante para aprovechar la propia fuerza y destreza así como las debilidades del otro. Incontables veces se han enfrentado dos seres humanos tratando de vencer sólo con su cuerpo e incontables veces de esos dos que luchan, uno permanecerá en silencio mientras observa como el otro celebra su victoria. Esta vez el veredicto se ha expresado una vez más y el ganador, como tantas ocasiones en la historia humana, levanta su brazo en señal de triunfo. Sólo unos momentos ante

La hora de los autógrafos (Medellín, Colombia)

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Después, o antes de las tensiones, de la sensación de triunfo o derrota están los momentos de tranquilidad para los deportistas, como estos donde las expectativas cambian de lugar, ahora es el público el que se siente inseguro. La gente se les acerca con timidez esperando que les regalen su firma, una parte de ellos que se quedará guardada en la ciudad entre cuadernos o en los cajones donde uno almacena los tesoros que va recolectando en la vida. La mirada de estos jóvenes se fija con detenimiento, tratando de descifrar los signos claros o enrevesados de las firmas, que los atletas estampan en cualquier papel que se tenía a la mano y que les entregan presurosamente. Quizá no se vuelvan a ver pero entre ellos, los visitantes, y los dueños de esta ciudad se ha establecido un lazo que no se va romper nunca.

La humedad de la luz (Medellín, Colombia)

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La luz, que todo lo transforma a su antojo, decidió esta vez hacerles creer a los que observaran la superficie de este edificio, que por su exterior se filtraba el agua. Que la textura no era seca y áspera al tacto sino todo lo contrario, que la mano podría percibir el frescor de la humedad, como si sus paredes rezumaran agua, como si fueran las muros interiores de esos calabozos donde mantenían prisioneros a los héroes de las novelas del siglo diecinueve o a los navegantes que se cruzaron en las rutas de los corsarios que azolaban el Mediterráneo o el mar Caribe. Sólo que aquellas mazmorras adolecían de lo que en esta ciudad tenemos a raudales: luz. Aunque podría ser uno de esos acantilados que azota el mar incesante y que uno tiene que escalar de alguna manera para recuperar lo perdido en las aventuras por las que ha pasado en la vida. La verdad es que todo eso hace la luz: convertir una superficie seca en una húmeda o poner a desvariar a la gente pensando que los muros exteriores de

Naranja al cubo (Medellín, Colombia)

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No es necesario tener un ojo entrenado en la búsqueda de ángulos originales o de combinaciones novedosas, para hallar en cualquier rincón de la ciudad imágenes tan sugestivas como ésta. Los tubos de color naranja que parecen perderse en el infinito armonizan con el adobe gris e impersonal de esta construcción, enriqueciendo su color y convirtiendo la ausencia de calidez del edificio en una condición necesaria para el impacto que causa esta mezcla de metal y cemento. El edificio de tendencias cúbicas que carece de cualquier pretensión decorativa, se enriquece sin embargo con la repetición del módulo metálico del cercado. A veces parece como si el azar le permitiera a los portadores de una cámara fotográfica, toparse de pronto con lugares como éste que para quienes viven a su alrededor han adquirido, con el tiempo, ese velo de cotidianidad que los fue despojando de la admiración que pudieron causar al principio.

Cóndores no se ven todos los días (Medellín, Colombia)

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Es casi imposible que exista un sólo habitante del Valle de Aburrá que haya visto alguna vez un cóndor desplegar sus alas sobre la ciudad, sin embargo los cóndores vigilan permanentemente desde las alturas el día a día de quienes caminan presurosos por las calles del centro. Apostado en entradas de edificios o erguido en la parte superior de muchos escudos de la república, el cóndor, ave emblemática de nuestro país, permanece inmutable a los cambios que con regularidad afectan la imagen de la ciudad. A pesar de que la mayoría de las personas ha dejado de percibir su silueta, la fuerza de su aspecto impresiona a los que miran con detenimiento las fachadas de ese centro, que todavía conserva algunos rincones de la vieja arquitectura. Su mirada penetrante y escudriñadora se fija con intensidad en el barullo permanente de las calles y los parques, como la de esta escultura que observa desde el dintel de la entrada al antiguo edificio de la Bolsa los ires y venires de la gente en el Parque

Un baño a las once en punto (Medellín, Colombia)

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Entre los miles de palomas que trazan sus caminos en el aire o en los andenes y plazas de la ciudad, éstas han decidido tomar un baño cada día, a la misma hora. A las once, con la minuciosidad neurótica con que se mueven por todas partes, se presentan al lugar donde unos chorros danzan incesantemente, como si las moléculas de agua quisieran montarse unas sobre otras para alcanzar mayores alturas. Las palomas, invisibles para la mayoría de las personas que viven en una ciudad, se mueven por rutas idénticas día a día; recorren los mismos caminos pisoteados por la gente que apenas si las mira, vuelan entre las mismas azoteas y saledizos que enmarcan su mundo. Para ellas la ciudad tiene una geografía distinta a la de nosotros, con lugares mágicos donde a determinadas horas aparece un ser indefinido que les arroja maíz o como este lugar, donde en ciertos momentos del día surgen de la tierra los refrescantes surtidores de agua. El objetivo de la cámara paralizó sus cuerpos, de la misma maner

Una ojeada a la Metropolitana (Medellín, Colombia)

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La catedral de estilo románico conocida como la Metropolitana y situada en el parque Bolívar impresiona con su gran tamaño. Los miles de ladrillos que se emplearon para su construcción le dan ese aspecto particular con el que, tal vez inconscientemente, se han identificado durante décadas los constructores de las casas de adobe en los barrios de la ciudad. Como si su gran presencia hubiera influenciado la arquitectura de las laderas. La sabia combinación de volúmenes y líneas es tal vez el aspecto que más resalta en el exterior de esta iglesia. Otro bello edificio en el centro de la ciudad que llama la atención por la sencillez que caracteriza este estilo arquitectónico y que redunda en la proyección de tranquilidad en el entorno donde está ubicada.

La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

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Cuando uno recorre los barrios de esta ciudad, adheridos a las montañas tiene, a cada momento, la perspectiva de los pájaros. Y aunque a veces la mirada se cansa de ver las edificaciones como si fueran las fichas de uno de esos juegos para construir objetos, a veces resalta como una joya, un lugar distinto. Como esta terraza a la que un artista tomó la decisión de convertir en un lienzo de concreto. Un artista a quien le pareció más importante mostrarle su obra a los que dejan vagar su mirada desde las alturas, que a los que caminan por las calles, con el alma encerrada por los muros, con los ojos pegados al suelo, sin levantar la cabeza para contemplar las fachadas de las casas. Tal vez por eso la figura que se ve con más claridad es la de un pájaro que flota. La sensación de vida que transmite el abigarramiento de colores entre la monotonía de los adobes y el gris de los techos del lugar, capta la mirada de inmediato. El contraste con la otra terraza es evidente, ésta parece una copi

Claroscuro (Medellín, Colombia)

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Es innegable que esta ventana compite con el paisaje que se puede ver a través de ella. La ciudad se extiende lánguidamente por las laderas hasta difuminarse por completo en la bruma de la mañana, pero eso al observador le pasa casi desapercibido porque su mirada se ha quedado detenida en la hermosa composición de tubos, que como fuertes trazos de tinta, se entretejen dándole a la luz una calidad que recuerda los cuadros de Rembrandt o de los pintores tremendistas españoles donde la luz aparece, no para develar la realidad sino para agregarle misterio y dramatismo a lo que se representa. Nada más adecuado para una biblioteca donde por principio se pueden rastrear todas las respuestas, todas las aventuras o todos los enigmas. No parece una ventana para ver al otro lado, sino para mirar hacia adentro. Las imágenes que se perciben al fondo sólo sirven para resaltar la necesidad que se tiene de buscar la luz no sólo en el exterior.

Una foto (Medellín, Colombia)

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La actividad febril en un parque de la ciudad ha sido detenida en el tiempo gracias a una cámara fotográfica. Grupos de personas que tal vez nunca se habían visto acudieron ese día y en ese momento preciso desde lugares cercanos o alejados, desde los barrios de la ciudad y hasta de lejanas tierras, para cumplir la cita que el destino les había fijado en este lugar. Aislados unos de otros por las barreras invisibles que les impiden conocer a los demás, comparten el mismo espacio y se entregan a sus realidades completamente indiferentes a lo que pasa a su alrededor. El único que al parecer todavía siente que fuera de su pequeño entorno hay otro mundo, es el niño que abandona la escena donde se encuentra. Fija su atención en algún acontecimiento exterior, como ese personaje del cuadro de Velásquez, que nos inquieta con la mirada que pasa por encima de nuestro hombro para interesarse por algo invisible a nosotros.

Escrito sobre el cuerpo (Medellín, Colombia)

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Un desfile estático donde algunos de los maniquíes llevan sobre su piel artificial vestidos confeccionados en diferentes tipos de papel, hace pensar de una manera distinta en el lenguaje elocuente, aunque no verbal, de la ropa con que las personas cubren su cuerpo. El papel, que tradicionalmente se ha usado para manifestar cualquier intención, para copiar en su superficie la realidad tal y como la ven los que escriben, de acuerdo a las pautas que les ha permitido el mundo al que pertenecen, se ha utilizado en este caso para relatar otras historias. Esas que cuenta la gente de las ciudades, al vestirse todos los días de manera redundante o creativa, para narrar sin palabras la historia de sus vidas. Como si su impulso más íntimo fuera describirle a cualquier desconocido que los vea quiénes son, sin necesidad de tener que recurrir a las palabras que generalmente son tan esquivas. Y así como la gente es capaz de proyectar su ser más interno en la ropa que usa, así mismo hay quienes son ca

Cuadros de una exposición (Medellín, Colombia)

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Las trece secciones en que estas ventanas dividen la pared, aíslan diferentes aspectos de un sector de la ciudad. Cada una de ellas parece una imagen en sí misma, sin ninguna relación con las demás. Hasta podría decirse que estas imágenes son un muestrario de la riqueza visual de los barrios de la ciudad, tan variada que su estilo, color y textura puede cambiar drásticamente en unos cuantos metros. Muchas veces sin solución de continuidad. Por eso no es de extrañar que el observador desprevenido se engañe y crea que en vez de ventanas, está frente a una exposición de fotografías, que reúne en un espacio reducido lugares distantes y distintos de la misma ciudad.

El miedo a la libertad (Medellín, Colombia)

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Un gallo, ducho en encuentros con seres humanos observa con atención el juego de unos niños. Sabe por experiencia que su cercanía no augura nada bueno para su tranquilidad. Desconfía de ellos, conoce sus cambios de humor, sabe de la imposibilidad de predecir sus acciones. Los niños que se entregan al placer de inventar con unos cuantos objetos encontrados al azar, edificios o vehículos, o cualquier cosa que su imaginación les dicte, están tan familiarizados con el gallo que ni siquiera se dan cuenta de su actitud vigilante. Tal vez ya ha sido objeto de su interés y saben de lo difícil que es cogerlo, así esté amarrado. O tal vez han intentado liberarlo, para compartir con él esa sensación de libertad que para ellos es la única forma de vivir; habrán tratado de cortar la cuerda que lo ata y redimir de esa manera a los adultos que todavía encuentran placer en torturar y dañar a los animales sin motivo. Pero hasta ahora han fracasado, no importa cuáles hayan sido sus intenciones: liberar

Una canasta para sus sueños (Medellín, Revista)

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Mientras la gente flota sobre casas y calles, o mira al cielo y siente que de alguna manera milagrosa se ha vuelto ingrávida, es posible que se entregue a los sueños que acarician siempre las personas cuando se sienten tranquilas, o al menos cada vez que deciden sentir su cuerpo y dejarse llevar por la imaginación, como en esos ejercicios de yoga, donde uno se reencuentra con las sensaciones que los sentidos le envían al cerebro constantemente y que muchas veces pasan desapercibidas. El balanceo lento y sostenido de estas canastas sirve para apaciguar el espíritu y para que uno se dedique a desarrollar el producto más querido y maravilloso del cerebro: los sueños.

Esperando a Ulises (Medellín, Colombia)

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Argos, el perro que evoca Homero en el canto XVII de la Odisea, fue el único que reconoció a Ulises cuando volvió de la guerra y de todas las vicisitudes que las divinidades le pusieron como obstáculo para impedir su regreso a la isla de Ítaca, su patria. A pesar de la edad y del mal estado en que se encuentra los dos se reconocen y Ulises tiene que esconder la emoción que le causa volver a ver a su perro. Poco después Argos muere. Tal vez ésta sea la primera de una larga serie de historias que describen la relación afectiva tan estrecha que existe entre los seres humanos y los perros. Historias que pueden desarrollarse en cualquier lugar del mundo: en Europa o en Alaska o como la de Achiko el perro de raza akita que se paraba a esperar diariamente y en el mismo lugar a su amo desaparecido y que según cuentan fue tal su lealtad que se hizo merecedor del afecto de toda la gente del pueblo donde vivía. A su muerte le erigieron una estatua, una copia de la cual se puede ver todavía en Shi

Hibiscus (Medellín, Colombia)

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Tuvieron que pasar muchos años y muchos libros por mis manos, para llegar a descubrir que los hibiscus que aparecían en algunas de las novelas leídas en la adolescencia, eran los conocidos y populares sanjoaquines que las mamás tenían sembrados en el jardín. En esa época a toda la gente de esta ciudad le gustaba tener plantas ornamentales frente a sus casas. Pero esos sanjoaquines que se cultivaban con tanto esmero eran rojos, intensamente rojos; ahora son tan amarillos o tan blancos que han desplazado a los escarlatas, robándose la atención y haciéndole pensar a la gente que esos fueron los colores que siempre estuvieron reventando por ahí en los barrios de la ciudad.

Piedra y cielo (Medellín, Colombia)

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En Colombia la unión de estos dos términos todavía evoca, no se si con nostalgia, la polémica generada por los piedracielistas, esos poetas que al final de los treinta dieron tanto de que hablar en torno a la poesía colombiana. Ahora para un par de transeúntes de esta ciudad esas dos palabras unidas los lleva a pensar no en poesía, pero si con nostalgia, en esa ciudad que por allá en la década del cincuenta empezaba a agitar sus alas de ciudad moderna, construyendo sus edificios al mejor estilo contemporáneo. Edificios cuyas fachadas estaban recubiertas con una combinación de materiales que resaltaba la belleza de la piedra y el reflejo del cielo único de esta ciudad, en los paneles de vidrio de las ventanas. Otra fachada del centro que ha acompañado desde lo alto el andar presuroso de los medellinitas o el caminar despreocupado de los soñadores de cualquier lugar. Es uno de los cuantos que hasta ahora se han salvado del prurito regenerador y que ojalá se preserve durante mucho

Una aguja en la ciudad (Medellín, Colombia)

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Si encontrar una aguja en un pajar es difícil, hallar una en el centro de esta ciudad es la tarea más sencilla de todas. Basta levantar la mirada para encontrarse con este edificio, que parece una aguja, apuntando siempre al cielo. No se sabe si la intención que tenían los arquitectos al definir su diseño, era crear una aguja que hiciera referencia a la vocación textil de la ciudad o si la imaginería popular estableció esa similitud, dejándose llevar por la apariencia de su silueta: Una imagen que se combina constantemente con todas las perspectivas de la ciudad y que siempre ha servido, desde 1972, como punto de referencia tanto para los habitantes de la “Bella Villa” como para quienes la visitan.

El arte del anonimato (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad se encuentran composiciones visuales de tal belleza que uno no puede menos que pensar en algún artista anónimo, alguien que se tomó el trabajo de ubicar los colores y las formas en un lugar determinado, aunque poco convencional, para que a alguna persona se le ocurriera ver allí un objeto artístico. Aunque lo más factible es que deben haber sido varios los “creadores”; a lo mejor fueron muchos los que contribuyeron, de manera inconsciente, a hacer esto posible. Con toda seguridad cada elemento fue ubicado allí en períodos de tiempo distintos por personas que ni siquiera tuvieron en cuenta el entorno en el que estaban trabajando. Pero lo que importa es el resultado, independientemente de la intencionalidad de los autores.

Los tesoros en la intimidad (Medellín, Colombia)

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Un muro que se abre es una tentación para la curiosidad humana, sobre todo cuando la primera vez que uno mira, lo único que ve es otro muro: un muro dentro de otro. La siguiente vez la mirada se detiene durante más tiempo, el suficiente para que la imaginación empiece su trabajo demoledor de barreras. Es entonces cuando el ojo entrenado para esos menesteres, puede ver lo que debió haber visto un hombre que se hubiera asomado por una rendija a la cueva de Alí Babá o lo que hubiera contemplado si le hubiese hecho compañía, aunque fuera con la mente, a los héroes de las historias de las Mil y una noches en su recorrido por palacios deshabitados, llenos de puertas que sólo se abrían mediante complicados mecanismos. En su interior permanecían los tesoros más sorprendentes, tanto que las palabras son incapaces de describirlos. Mientras este muro se abre completamente (hasta ahora su movimiento ha sido tan lento que nadie lo ha percibido), sería bueno que quienes sólo ven un muro abriénd

La era de los acuarios (Medellín, Colombia)

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Hair, la película de los años 70 dirigida por Milos Forman, empieza con una canción que pronostica que en la Era de Acuario la armonía y el entendimiento entre los seres humanos, marcarán el signo de los tiempos. Hoy más de treinta años después de haberse escuchado esa hermosa canción por primera vez, las cosas no están muy distintas. Al parecer el único influjo que ha logrado esta particular confluencia de los astros ha sido el desarrollo de la afición por los peces en cautiverio. Y no faltan los teóricos que asemejan muchos de los comportamientos humanos en las ciudades, a comportamientos similares a los de los peces en un acuario. Hasta se podría decir lo mismo, siguiendo ese orden de ideas, que las vitrinas de los almacenes donde se exhiben maniquíes pertenecen a ese género, así como las ventanas de los edificios por donde a veces es posible ver seres solitarios que se pasean de un lado para otro y a quienes ni siquiera se les ven los pies, como si flotaran. O los medios cuerpos

La belleza de la multitud (Medellín, Colombia)

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Quizá si una de estas flores se viera aislada de las demás ni siquiera llamaría la atención, apenas si lograría la mirada despreocupada de algún naturalista. Sin embargo cuando se las ve juntas, reunidas en ramilletes, el impacto es evidente. La combinación de colores y su forma resaltan con mucha fuerza contra el verde profundo de las hojas. Es como si se contemplara una de esas composiciones que hacen los diseñadores para ejercitar su sentido de la proporción y del color. Pero en este caso es la naturaleza la que designa, de acuerdo a leyes impenetrables, cuáles serán las formas de presentación de sus creaciones.

El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)

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En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior. Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras q

Perspectiva oculta (Medellín, Colombia)

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Basta con dirigir la mirada hacia el cielo para que se nos revele el paisaje desconocido que forman los edificios en el centro de una ciudad. Lo difícil es convencer a la voluntad para que se aleje del horizonte limitado al que hemos acostumbrado los ojos. Pocas veces nuestra atención se desvía de los rostros anónimos e impersonales con los que nos cruzamos cada día. Casi nunca dejamos de mirar los mismos lugares aunque hayan perdido todo su encanto a manos de la repetición. Los rituales de nuestras vidas son tan fuertes que uno se siente incapaz de mirar de otra forma la ciudad que habita. Como si el temor a perder las referencias que rigen cada rutina individual lo impulsara a uno a continuar con los ojos soldados a las mismas fachadas, a las mismas puertas, a las mismas vitrinas, a los mismos cruces de calles donde es necesario detenerse y esperar a que los semáforos den la señal de paso. Y estando allí inmovilizados, presas de la ansiedad, no se nos ocurre mirar hacia arriba, donde

La soledad de la belleza (Medellín, Colombia)

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En medio de uno de los pocos céspedes que todavía no se han secado, una flor sola se yergue con su pequeña estatura para matizar con su color intenso, brillante y llamativo el verde uniforme de la hierba. Sólo se ve la flor, como si surgiera de la tierra, sin ataduras a ninguna planta o como si hubiera sido puesta allí por una mano desconocida para conmemorar en ese lugar específico la celebración de un evento anónimo, pero tan significativo que llevó a esa persona a comunicárselo en silencio a todos los que pasen por allí. Para que se alegren con su vista o se les altere la monotonía con la que se mueven por las calles y plazas de esta ciudad. Para que caminen durante un rato con un destello de alegría en la mirada, o acompañados por la nostalgia del recuerdo olvidado que esa flor revivió, o para que se pongan un poco melancólicos que es como estar triste sin motivo. A veces una flor solitaria aviva la imaginación de la gente; ni siquiera se siente la necesidad de arrancarla y dejar e

All that jazz (Medellín, Colombia)

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Si… el show debe seguir, aunque no haya acudido nadie a ver el espectáculo. Pero la necesidad que sentía esta artista de expresarse era mucho más fuerte que la cantidad de personas que presenciaran su actuación. Aunque es posible que esas sillas estuvieran vacías sólo en apariencia. Tal vez el público para quien actuaba esta niña era visible sólo para ella. Un público tan etéreo que ni siquiera sus siluetas lograron ser captadas por la cámara fotográfica. Únicamente ella escuchaba los aplausos atronadores que arrancaba con su desempeño. No importa que para la gente ésta hubiera sido una actuación solitaria, o que nadie la entendiera o que ni siquiera se hayan dado cuenta de haber sido interpelados por uno de esos seres que sienten la necesidad imperiosa de interpretar la realidad desde su punto de vista. Por fortuna esas sillas vacías aparentemente estaban llenas de seres invisibles que aplaudieron una actuación memorable. Porque el mundo del arte está ahí, al alcance de la mano, para

El hijo de la esfinge (Medellín, Colombia)

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Este nacimiento a plena luz del día apenas si fue presenciado por unos cuantos paseantes, pero ninguno de ellos pareció extrañarse. Será que es una costumbre conocida sólo por las personas que frecuentan esta plaza y nadie hasta hoy la había documentado o por el contrario fue un hecho tan sorprendente que la gente optó por ignorarlo para no tener que registrarlo en su cerebro. Lo cierto es que mientras las personas se dedicaban a moverse lánguidamente por el lugar, a mirar con indiferencia la realidad que ya les parece común y corriente, nacía el hijo de la esfinge y uno se pregunta cuál será la misión que llevará a cabo. Acaso se consagre a plantear enigmas dondequiera que vaya, ampliando la labor de su madre que hasta donde se conoce siempre estuvo condenada a permanecer en el mismo lugar, interrogando sólo a quienes pasaban frente a ella. O tal vez este hijo tendrá el poder de resolver los enigmas que se dan por montones en ciudades tan extrañas, caóticas, y hermosas como ésta. No s

La magia de la luz (Medellín, Colombia)

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Sólo la magia puede explicar la manera como la luz de la tarde pinta con su reflejo el retrato de un edificio en los vidrios de otro para crear nuevas perspectivas, nuevas superficies que enriquecen de manera pasajera y siempre cambiante las imágenes estáticas que tenemos de ellos. Para muchos los edificios son sólo unas construcciones que marcan la ruta por donde fluye suavemente o a los tropezones el camino de sus vidas. Para otros son los que limitan el horizonte al que no han podido acudir porque la ciudad les impide ver el lugar donde los aguarda y para esos otros: los soñadores, los artistas, los locos, las fachadas de los edificios son el lugar donde se escenifican todo tipo de fantasías públicas. Como esa tarde cuando la luz volvió a pintar con su paleta irrepetible un edificio en la cara de otro. Sin embargo el grueso de la gente recorre las calles de la ciudad sin percibirlos, como el hombre que viviendo junto al arroyo, al cabo del tiempo deja de escuchar su canto.