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Mostrando entradas de julio, 2011

Tonos de feria (Medellín, Colombia)

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Por estos días, cuando la gente se prepara para intervenir en la feria de las flores, los tonos de la naturaleza se perciben más intensos, como si la mirada de muchos de los habitantes de esta ciudad adquiriera una sensibilidad especial para descubrir nuevas formas y tonalidades en las flores que nos rodean durante todo el año. A veces son las especies nativas que se han visto en la ciudad desde que la gente tiene memoria y a veces son esas flores de color y forma exótica que apenas hace algunos años empezaron a dejar los bosques y las selvas del país, para invadir los jardines citadinos. De cualquier manera, esta pasión por las flores hace de esta ciudad un lugar digno de verse y de visitarse, por supuesto.

El patio de los pájaros (Medellín, Colombia)

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Hay en las ciudades lugares públicos que pasan desapercibidos al observador, tal vez porque no encuentra en ellos una gran escultura o acaso una fuente que refresque la mirada. Sin embargo, allí suceden constantemente encuentros que parecen de gran importancia para sus protagonistas, aquellos que estiman en lo que vale un sitio donde los árboles, las plantas y las construcciones humanas se combinan para formar el escenario más propicio. No sabe uno a que juegos o tramas de la vida se entregan estas criaturas pequeñas y nerviosas, pero siguen sucediendo, independientemente de que nos demos cuenta o no.

Zona de calma (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad hay seres a los que se les ha encargado la tarea de refrescar el ambiente. Casi siempre son árboles como éste, que florece en abundancia con el fin explícito de crear una zona de calma, en un lugar donde todo tipo de vehículos se apiñan cada tanto cuando el semáforo se pone en rojo, para precipitarse después cuando cambia a verde. Todos aquellos que pasan por allí ignoran la gran valla que les anuncia en letras blancas sobre fondo verde que sobre sus cabezas es posible entrar, así sea nada más con la mirada y durante treinta segundos, en un lugar calmado como esos descritos por aquellos que hablan de meditación. Quién sabe, es posible que en esos cuantos segundos uno pueda pasar a otra dimensión de la realidad y abstraerse de la urgencia que le inocula el tráfico desesperado de una ciudad.

Perdidos en el paraíso (Medellín, Colombia)

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Por entre la ramazón de unos árboles se dejan ver unas figuras de bronce que se esconden o aparecen a su antojo, dependiendo del interés con que el ojo del observador se pose en ellas. A veces se convierten en imágenes de recuerdo para las cámaras de los turistas. Pero en otras ocasiones se integran tan bien con la vegetación que hasta quienes las ven todos los días se imaginan que están en otro lugar. Como este Adán que se mantiene estático mientras la naturaleza parece crecer a su alrededor, y el ruido de la gente que visita la pequeña plaza calca los sonidos de la selva con gritos como las llamadas de los pájaros y hasta con rugidos que en nada difieren de los que lanzan al viento los leones o los tigres en la espesura.

Los colores de la bandera (Medellín, Colombia)

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Las banderas (la de Colombia y la de Antioquia) a las que el viento se ha negado por el momento a agitar y desplegar, añaden sin embargo el color que le falta a la arquitectura futurista de este edificio. Concreto y acero se combinan para darle ese aspecto de lugar perdido en el futuro, pero cuando la atención se centra en los colores el observador vuelve al presente. Para muchas personas las banderas tienen una gran carga de emotividad, son la declaración explícita de la pertenencia a un lugar determinado de la tierra. Por eso, además del contraste evidente entre la frialdad de las superficies que rodean estos símbolos, resalta con fuerza la referencia a la patria que en mayor o menor medida mueve a cada ser humano.

Simplicidad (Medellín, Colombia)

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Una mínima silueta rompe con el regular perfil de los listones que cubren esta fachada. Un hecho que se repite constantemente en los distintos espacios citadinos. Es como si en las ciudades los pájaros y aves de todo tipo tuvieran el propósito de enriquecer con su presencia las arquitecturas antiguas o modernas que las conforman. Siempre están ellas quebrando las formas rectas que invaden el diseño actual o continuando las sinuosidades de la línea que el diseño antiguo utilizaba. De todas maneras la fauna siempre añade ese toque de vitalidad a tantos ángulos y superficies que de otra manera se verían como áreas desprovistas de vida e interés. Una simple tórtola cambia el aspecto de todo un edificio.

La seducción del plástico (Medellín, Colombia)

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Apilados al azar un montón de símbolos de la cultura pop infantil cuelgan en un desorden escandaloso llamando la atención, interesada o no, de quienes pasan por allí. En una ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio, a nadie le extraña encontrarse con este tipo de ventas callejeras donde la profusión de colores hace las veces de estrategia publicitaria. Con sus matices artificiales estos objetos compiten en este parque con la naturaleza que, aunque no lo parezca, contribuye con su aparente aspecto monocromático a resaltar el variopinto colorido del plástico.

El color de la ciudad (Medellín, Colombia)

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Apareció de nuevo el sol bañando la ciudad y los colores que, durante la temporada de lluvias habían permanecido en una como hibernación, se revitalizan y devuelven la luz transformada en el colorido al que estamos acostumbrados los habitantes de la Bella Villa, desde sus comienzos hace más de trescientos años. Al parecer siempre ha sido la vocación de esta ciudad entregarse apasionadamente a todas las gamas de la naturaleza que para fortuna nuestra se presenta profusamente en calles, balcones, parques y en cuanto lugar se pueda sembrar una planta. Hasta se olvida el calor sofocante que arropa la ciudad cuando “Jaramillo” brilla en el cielo sin obstáculos y a través de una atmósfera tan transparente que le hace a uno figurarse cómo pudo ser en esas épocas donde bosques y marjales cubrían gran parte de lo que es ahora la gran urbe.

Un cielo de verano (Medellín, Colombia)

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A veces sólo basta mirar hacia arriba para ver un árbol, de esos que han escapado al hacha criminal que por temporadas se desplaza por la ciudad, intentando combinar sus miles de verdes con los azules del cielo. Aunque el cielo visto así, a través de un vidrio, le hace pensar a uno que podría no ser más que un color pintado para engañar pequeñas plantas, para convencerlas de que afuera el tiempo es el ideal para su desarrollo. Pero el calor que hacía esta tarde en la ciudad no tenía nada de ficticio, era uno de esos calores de trópico con tendencia a convertirse en agobiante, como esos que describen los exploradores de selvas o bosques donde los retazos de azul o de gris son tan escasos, que quienes se mueven a ras del piso tienen que recurrir a la imaginación o a los sueños para no olvidarse del cielo. Afortunadamente los que vivimos en esta ciudad sólo tenemos que levantar la cabeza para ver árboles combinando sus colores con el azul, que siempre da la impresión de ser infinito.