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Mostrando entradas de enero, 2012

Primer plano (Medellín, Colombia)

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A primera vista parece como si el amarillo dominara todos los colores de la naturaleza en la ciudad, son tantos los lirios que bordean las avenidas, que colorean los parques. Y sin embargo a pesar de la cantidad, la vista no se cansa de ver ese tono que alcanzan estas flores cuando se abren plenamente. Cuando uno observa una flor de estas tan de cerca como la de la fotografía, se puede, con un poco de imaginación, oír el zumbido de la abeja de rigor que viene a impregnarse las patas de polen, tan dorado como sus alas.

Nenúfares (Medellín, Colombia)

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Con sus raíces afincadas fuertemente en el fondo del lago flotan despreocupadamente los nenúfares. Nada les perturba, ni los insectos que los sobrevuelan, ni las ranas que se detienen en la superficie de sus hojas para calentar su sangre fría. Y nada en su aspecto tranquilo y apaciguador, aunque sea esa su función, hace sospechar que esta flor haya tenido su origen en la muerte trágica de una ninfa.

Donde nacen las nubes (Medellín, Colombia)

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De estos bosques que todavía cubren algunas laderas cercanas a la ciudad se desprenden, cuando la humedad es la adecuada, algunas nubes: que pueden llegar a convertirse en nubarrones deshechos por el viento o las famosas nimbus que crecen hasta convertirse en nubes de tormenta. Estos verdes, combinados con el gris del cielo, recuerdan esas postales que los pocos viajeros que visitaron estas tierras en épocas lejanas, pintaban como prueba de haber estado en lugares tan inhóspitos. Ahora esos lugares inhóspitos están a unos cuantos minutos de la ciudad y sin embargo siguen evocando la tranquilidad de la naturaleza.

Un soplo de aire nuevo (Medellín, Colombia)

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La imagen de una ciudad vacía es para quienes viven en ella un soplo de aire nuevo. Aunque la imagen de las multitudes y el tránsito caótico e imposible de todos los días permanece en la retina siempre. Pero ese día hasta la limpidez del cielo y la nitidez del aire contribuyeron para ver el paisaje urbano con total claridad. Así es esta ciudad, siempre sorprendente para los que viven en ella y la saben mirar o para aquellos que deciden pasar unos días entre sus montañas.

Lluvia de flores (Medellín, Colombia)

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Cualquiera que haya pasado por las calles de esta ciudad estará de acuerdo en que no sería extraño ver caer en ellas una lluvia de flores. Son tantas las variedades y aparecen en tal cantidad que sólo falta que caigan del cielo. Pero esta fotografía no fue tomada en una lluvia: son guirnaldas con las que se adornó un sector del Jardín botánico en uno de esos eventos donde la naturaleza es la protagonista. Cuando se juntan en un solo lugar tantas especies de plantas florales parece como si los ojos se fueran a enfermar de sobre estimulación. Los colores y las formas se conjugan para asombrar a los visitantes y unas guirnaldas de flores llegan a parecer gotas de lluvia.

Los cantos del camino (Medellín, Colombia)

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Las piedras de este camino, cuya forma ha sido afectada durante siglos por el agua, cantan suavemente cuando se las pisa, recordando con un susurro los lechos de ríos y torrentes donde el paso del agua las hacía entrechocar unas contra otras. Ahora lejos del agua, como parte de una estrecha vía entre la maleza, estos cantos evocan misteriosamente con su sonido los arroyos, ríos y corrientes de donde fueron sacados.

Un estallido de amarillo (Medellín, Colombia)

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El amarillo es un color que está íntimamente relacionado con los paisajes de esta ciudad. En cualquier lugar, y en determinadas épocas, revientan las flores del guayacán y embellecen hasta esos lugares que durante casi todo el año pasan desapercibidos por su carencia de atractivo. Pero cuando florecen los guayacanes, hasta en los días grises donde la luz no resalta los colores de las cosas, las flores de este árbol forman como un estallido que absorbe toda la luz y la devuelve de manera casi enceguecedora. Mientras tanto las flores que caen reflejan en el piso el árbol que acaban de abandonar.

Una torre en el bosque (Medellín, Colombia)

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Como perdida en una inmensa floresta se aparece esta torre a los habitantes de Boston que tienen la ventaja de mirar la ciudad desde cierta altura. Aunque para un observador imaginativo la torre de una iglesia común se puede convertir en el punto de referencia para recorrer sin perderse un bosque encantando y  la vegetación del pequeño parque transformarse en una arboleda interminable donde podrían experimentarse inenarrables aventuras.

Una niebla leve (Medellín, Colombia)

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Una niebla leve pero sospechosa, de esas que lo hacen dudar a uno si será el anuncio de la lluvia o por el contrario una nube transitoria de la contaminación que acecha cualquier ciudad en este planeta, se acercaba lentamente a la ciudad. A lo lejos, las montañas ya habían desaparecido casi por completo. Así pasa en esta ciudad, después de una tarde soleada la gente puede quedar empapada en cuestión de minutos por un aguacero o sorprenderse al ver como el día se vuelve gris y desapacible. Son los encantos y los inconvenientes de una ciudad construida en mitad del trópico y atrapada entre montañas.

Un vistazo a Buenos Aires (Medellín, Colombia)

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Las torres de las viejas iglesias apenas se distinguen entre tantas construcciones de la pequeña colina que se extiende al centro oriente de la ciudad. Desde allí El Centro se ve como una ilusión que se hubiera aparecido de pronto. Son tan nítidas las siluetas de los edificios, parecen tan cercanas las avenidas que cuadriculan la ciudad. Sin embargo cuando uno mira hacia los barrios que componen este sector, los ve apartados como si la vista los alejara. Las iglesias se desdibujan entre el adobe que palidece o se enciende dependiendo de la luz que ilumina tanta casa.

Una visita inesperada (Medellín, Colombia)

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Justo en el momento de su mayor esplendor, las flores empiezan a recibir visitas: todos esos insectos que recorren parques y jardines de la ciudad en busca del delicioso néctar que las flores entregan a cambio de la polinización. Pero siempre hay algunos retrasados, como esta avispa que llego en las horas de la tarde a buscar entre los pétalos algo de lo que pudieron haber dejado los otros animalitos. Ya las orquídeas se preparaban para dormirse cuando llegó la avispa con su zumbido insistente recorriendo una por una todas las flores hasta quedar saciada. Despertándolas a todas de ese letargo que en las tardes soleadas parece acunar a todos los seres vivos.