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Mostrando entradas de junio, 2013

Entre los árboles (Medellín, Colombia)

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A veces uno mira la ciudad desde un lugar nuevo y siente como si por fin estuviera despidiéndose de ella. O como si regresara de un viaje muy largo y los sentimientos que le ha imbuido durante el tiempo que la ha habitado se vigorizaran con una fuerza demoledora al parecer. De todas formas es inevitable que la ciudad donde se ha pasado la mayor parte de la vida marque nuestra existencia, y se sienta como un vuelco, o un tropiezo en el paso inquieto del corazón cuando se la ve desde un ángulo diferente, novedoso.

La dueña de la orquídea (Medellín, Colombia)

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Cualquier día uno está mirando la orquídea que en el jardín de su casa han cuidado con tanto esmero y de pronto como si se materializara frente a nuestra mirada aparece una pequeña avispa visitando sus dominios. Un lugar bastante conocido para ella si se va a juzgar por la seguridad con que recorre las hojas de la planta; como si llegara a un lugar de su propiedad. No deja uno de hacerse la eterna pregunta, quién es en realidad el dueño de este planeta: los humanos o los insectos que por cantidades desmesuradas habitan cada lugar de la tierra. Un hecho maravilloso, si los hay, es la manera como estas pequeñas criaturas se han apropiado, sin aspavientos, todos los rincones de este planeta que llamamos nuestro.

Jaulas errantes (Medellín, Colombia)

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Algunos juegos infantiles que recorren los parques y plazas de la ciudad, parecen en realidad una serie de jaulas ambulantes que no sólo atrapan a quienes se atreven a utilizar estos aparatos sino que crean en el ambiente una mezcolanza visual que no siempre es saludable para el observador. Hasta un transeúnte desprevenido siente la necesidad de pararse a mirar y preguntarse cómo es posible que alguien experimente algún placer en encerrarse voluntariamente en estas canastas. O tal vez se pregunte en realidad cómo es posible tal derroche de color en un área tan pequeña. Pero los habitantes de las ciudades latinoamericanas se han acostumbrado a que en las calles se encuentre tal miscelánea de colores y formas que ya es poco probable que alguien se cuestione esta necesidad latina del desorden visual: porque no lo considere como tal o porque conoce la inutilidad de su preocupación.

La fuente del parque (Medellín, Colombia)

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Aunque la plazuela de la iglesia de la Veracruz no es un parque en realidad, la fuente que sirve de asiento a tantas palomas del sector se ha convertido para aquellas personas que pasan por allí diariamente en un hito arquitectónico que, tenga agua o no, siempre se identifica con un lugar para refrescar la mirada. Al fondo la centenaria iglesia de la Veracruz, cuya superficie ha sido modificada tantas veces, mantiene su forma inconfundible para los habitantes de esta ciudad. Esta es una imagen donde la composición no desentona en un sector que no se caracteriza por su coherencia arquitectónica.

La textura del cielo (Medellín, Colombia)

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Mirar hacia arriba en algunos lugares de la ciudad, sobre todo en esas calles bordeadas por viejos árboles, es ver el espacio con una textura contraria a lo impalpable del aire. Y es que esos árboles retorcidos se pegan al azul del firmamento con una tenacidad tan real que le dan a éste, a primera vista, una calidad que el observador cree poder sentir la rugosidad de los troncos convertidos en cielo.

Al son de la música marcial (Medellín, Colombia)

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No importa el motivo, pero las procesiones de todo tipo que a veces sacuden las calles y las avenidas de la ciudad con la música marcial siempre sorprenden a los desprevenidos que pasan por El Centro, que en esta ciudad como en cualquiera de regular tamaño son bastantes. Los tambores resuenan y los rostros impertérritos de quienes desfilan pasan frente a la gente con el orgullo escrito en las facciones. Estos herederos de tantos otros colombianos que tal vez nunca hayan desfilado por una calle citadina, pero que si lo han hecho por la geografía de estas montañas con la fortaleza que se necesita para vivir en las, a veces inhóspitas montañas antioqueñas, muestran en sus rostros los rasgos distintivos de los hombres latinos tan característicos en cualquier lugar del planeta.

Por el camino verde (Medellín, Colombia)

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En la literatura y en el cine, incluso en la fotografía los árboles se han identificado con el proceso de crecimiento por el que pasan todos los seres vivos. Pero también, si le creemos a la famosa canción podría decirse que un árbol es un camino que representa para muchos la ruta que nos lleva al lugar de los recuerdos, y tal vez por eso para muchos la imagen del musgo que cubre los troncos sea un motivo para sumergirse en la memoria. Por la superficie de los árboles pasan, durante su existencia, infinidad de pequeñas criaturas para las que tal vez la capa vegetal que crece en sus troncos sea también un camino hacia el recuerdo o hacia el crecimiento.

Luz natural (Medellín, Colombia)

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Colgando del cielo, como esas luces navideñas que adornan profusamente en los diciembres las calles de esta ciudad, uno puede encontrarse unas flores como estas en algunos jardines. Parecen alumbrar el lugar con su forma y su color. En estos días de equinoccio cuando los elementales de las plantas según algunas creencias están en su mayor actividad sería posible verlos, para quien tenga la mente abierta, desplazarse bajo estas hermosas flores que como lámparas deben iluminar los caminos secretos del bosque.

Morado claro (Medellín, Colombia)

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Algunas flores de esas de las que nadie conoce el nombre y que aparecen en algunos jardines sin que nadie las siembre, o cuidadas por manos desconocidas tienen unas formas tan complicadas que parecen diseñadas específicamente para hacer su aparición en la decoración barroca de alguna iglesia latinoamericana de la época colonial o de un palacio europeo. Es posible que la creatividad de los arquitectos y decoradores de aquellas épocas se haya basado en la observación de flores como ésta, cuyo suave color resalta lo complicado de su dibujo.  

La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

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La mirada de los pájaros es inquietante cuando se fija de frente en nosotros y aunque los ojos estén disimilados por una línea de plumas oscuras, no deja uno de pensar en cuál será la idea que se mueve al interior de sus pequeños cerebros. Se establece de inmediato la referencia a la película de Alfred Hitchcock: Los pájaros, y en particular la amenazadora escena donde todas esas aves empiezan a reunirse para atacar. La cuestión es: será este el momento en que se repetirá una situación como la de la película y seremos agredidos por una bandada fuera de control. Nadie sabe... Nadie sabe... Sólo hay uno por ahora, pero pueden llegar los demás.

Curiosidad (Medellín, Colombia)

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La curiosidad canina es proverbial. Es incluso mayor que la de los seres humanos. Los perros sienten una necesidad innata de enterarse de todo lo que pasa a su alrededor. Basta verlos en las ventanas de las casas, de los automóviles o como en este caso en la ventanilla de un bus de transporte público con la nariz dispuesta, analizando todos los olores que llegan a su magnífico aparato olfativo. En las ciudades modernas o antiguas, y ésta no es la excepción, siempre ha sido una escena común la de los perros desplegando su interés por cualquier objeto inerte o en movimiento, recolectando información para compartirla entre los de su especie y elaborar su propia teoría sobre la vida y la gente, sus aparentes amos. Sin embargo, todo lo aprendido por ellos no está disponible para nosotros, tal vez ellos suponen que no estamos preparados para tal flujo de conocimientos.

Tormenta en occidente (Medellín, Colombia)

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Las nubes se reunieron esa tarde, como lo hacen en una novela del siglo XIX para una escena dramática, presagiando una gran tormenta. Parece como si los truenos se pudieran escuchar mientras las casas y los edificios levantados sobre las laderas se preparan para el gran evento: una de esas tempestades que a veces castigan la ciudad. El tiempo impredecible en estas montañas nos regala imágenes como ésta donde la fuerza de la naturaleza es más que evidente.

Destinos (Medellín, Colombia)

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Cruzando… cruzando caminos pasan hombres y mujeres por las calles de esta ciudad. Lentamente en ocasiones y a veces con imprudencia por en medio de las calles para los carros o por los andenes para los peatones. Nos dejamos llevar por el afán y exponemos la vida diariamente, sin saber que el lugar donde nos aguarda el destino nos espera con paciencia. Hay citas que se cumplen inexorablemente con independencia del tiempo que nos tome llegar.

Color en la ciudad (Medellín, Colombia)

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No es sólo la variedad del color de la piel de los habitantes de esta ciudad, es el color de los atuendos a que son tan aficionados los colombianos, lo que se resalta en esta escena, tan común en cualquier lugar público de este país. La gente se reúne en los centros comerciales y por unas horas escapan a la rutina de sus vidas, aunque para algunos visitar estos lugares y sentarse en espacios amplios, los que no encuentran en los lugares donde viven, puede convertirse también en rutina. Las horas pasan y a medida que el sol declina el color que la luz natural de esta ciudad resalta en la gente y en sus vestidos se va difuminando en esos tonos sin gracia evidenciados por las luces artificiales tan características de las ciudades modernas.

La abstracción de la mirada (Medellín, Colombia)

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A veces, basta mirar hacia arriba para encontrarnos con una imagen poco corriente que en un primer momento no se parece a nada conocido. Una sección de un edificio corriente puede convertirse en una imagen extraña o impactante, dependiendo del ángulo y de la luz. En una ciudad la atención es capturada por escenas aparentemente normales que crean en el cerebro composiciones impactantes como ésta, que parece diseñada por el más creativo de los arquitectos.

Sol de la tarde (Medellín, Colombia)

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No era una tarde tan soleada como las que se suelen ver en la ciudad, sin embargo la luz que se reflejaba en los edificios, el cielo apenas matizado por girones de nubes y el tráfico pesado de las calles hacían sentir como si fuera una de esas tardes de verano que a veces nos agobian en el valle. Al fondo las infaltables montañas servían de telón al paisaje urbano al que estamos acostumbrados a ver desde las laderas de occidente. Y como siempre el viajero, y hasta el habitante de “toda la vida” de este valle, comprueban una y otra vez (en una imagen cotidiana) el dinamismo de esta ciudad perdida, aparentemente, entre las montañas de la cordillera de los Andes bajo el sol de la tarde y un cielo azul.

Cruce de la carrera Girardot con la calle Ayacucho (Medellín, Colombia)

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Quien recorra la carrera Girardot, desde La Avenida Argentina hasta la calle Pichincha al menos, la sorpresa no lo abandonará (si observa con cuidado) pues la arquitectura va desde edificios de apartamentos sin ninguna relevancia arquitectónica hasta fachadas de tiempos idos; como estas donde se aprecia parte del Paraninfo de la Universidad de Antioquia y el lado oriental de una de las sedes de la Caja de Compensación Comfama: el Claustro (además de una punta del Instituto Confucio que funciona en el antiguo edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia ). Y es que una de las características que enriquecen, sin proponérselo tal vez, a nuestras ciudades americanas es el eclecticismo en la combinación de sus construcciones. Cuando se ha decidido conservar estos edificios para la memoria colectiva de sus habitantes, se ve con claridad cuáles han sido sus intereses y gustos a lo largo de la historia.

La impresionante belleza de lo diminuto (Medellín, Colombia)

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El delicado color lila de esta florecita (resaltado por el amarillo del centro de su corola) se destaca con intensidad sobre el verde de las hojas. No es difícil apreciarla pues, este “arbolito” de apenas unos cuantos centímetros de altura contribuye profusamente a matizar su follaje con muchas flores. Basta con mantener la atención puesta en todas las manifestaciones de la flora que abundan en esta ciudad para percibir la belleza que la naturaleza nos regala constantemente en este lugar rodeado de montañas, que tal vez por eso, puede darse el lujo de maravillarnos con tal abundancia, tanto en lo grande como en lo diminuto. Ni siquiera es necesario conocer el nombre de esta planta o saber a cuál especie pertenece; con admirarla y protegerla es suficiente.

Máximos y mínimos (Medellín, Colombia)

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Sobre la superficie de un pequeño tronco, encontrado en una matera, unos hongos diminutos realizan su insaciable labor de descomponer la materia de la que está hecho. Así como en las extensas selvas americanas son los mínimos organismos los encargados de sustentar la exuberancia de los altísimos árboles y las plantas descomunales, así en el pequeño mundo de una matera en un jardín, estos mínimos devoradores se dedican a realizar el trabajo en el que se han especializado sus congéneres selváticos. Sólo la planta, objeto de los mimos de la dueña de casa, presencia dicha labor a la expectativa de que el tronco pronto se convierta, gracias a la imparable labor de estos hongos, en su futuro alimento.