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Soledad en el claustro (Medellín, Colombia)

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A unos cuantos metros de las congestiones que se producen en la calles Ayacucho y Pichincha o en la carrera Girardot, el visitante despreocupado puede encontrarse con un lugar tan apacible como éste y sentirse transportado de inmediato a un ambiente similar al de los monasterios donde la meditación y la tranquilidad dan la pauta para medir el tiempo. La gente que pasa por los corredores aledaños, no mira siquiera este rincón; van tan inmersos pensando en todas esas gestiones institucionales que les impone la vida citadina, que apenas si reconocen el camino por donde se desplazan. Pero entre todos los atractivos que tiene la ciudad este es uno de los que vale la pena visitar, para entregarse a la lectura, la meditación o para tener una buena conversación sin la amenaza omnipresente del ruido.

Caminante vertical (Medellín, Colombia)

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No siempre los que caminan esta ciudad en todas direcciones lo hacen de la manera usual. Algunos eligen o son elegidos para recorrer la ciudad en forma vertical. Como las lagartijas o los insectos. Desde allí deben tener una óptica sui generis de lo que puede ser el movimiento de la ciudad. Algunos fingen su verdadero interés y simulan dedicarse a esos trabajos riesgosos que sólo unos cuantos realizan. Pero su verdadera intensión, lo que los mueve en la vida es observar a los demás y a la ciudad desde otra perspectiva.

Un jardín en el claustro (Medellín, Colombia)

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Solía ser un jardín en un viejo claustro, silencioso y tranquilo, por donde los pocos que pasaban lo hacían sumidos en la contemplación. Hoy, por los corredores que flanquean este lugar transitan diariamente cientos de personas y sin embargo la tranquilidad permanece, como si sus antiguos habitantes lo hubiesen impregnado con su silencio. A pocos metros la ciudad se sume en el caos del ruido y del movimiento constantes de una urbe, sin embargo los sonidos no llegan hasta aquí. Quizá el observador se predisponga de inmediato para la meditación al pasar cerca de este sitio, de la sabía combinación de verdes y grises y se olvide, aunque sea por un momento, de percibir aquello que perturbaría la meditación. No se sabe si la gente que pasa es consciente del efecto sedante que este lugar ejerce sobre su ánimo. Lo que si debe suceder es que de alguna manera aquellos que pasan por aquí, deben irse con el espíritu algo menos cargado de tensiones.

San Diego y San Ignacio (Medellín, Colombia)

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Desde la colina atestada de casas del barrio San Diego, la torre blanca de su iglesia vigila impasible la marcha del tiempo. Abajo el pequeño espacio de la plazuela, por donde ha transitado una gran parte de la historia de esta ciudad, permanece abierto al cielo… ahora como hace doscientos años.

Los querubines de San Ignacio (Medellín, Colombia)

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Con la indiferencia de los niños, dos querubines juegan sobre la fachada de esta iglesia sin percatarse de la cruz que los separa. Uno de ellos parece observar la plaza y lo que sucede allí, mientras que el otro da la espalda y mira hacia atrás, tal vez al infinito. Dos miradas: una material y otra espiritual que conjugan en una representación plástica, el forcejeo de los seres humanos a lo largo de su vida.

Sobre vírgenes y santos (Medellín, Colombia)

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Afuera de la iglesia, en el saliente de una columna que prefigura las repisas donde pasaran el tiempo, estas imágenes esperan, en perfecta formación, ser llevadas al lugar donde aguantarán la carga de esperanzas y arrepentimientos de los devotos. Deben estar dispuestas desde ya a soportar agravios, zalamerías o ruegos de los que por su mediación, piden las dádivas más triviales o importantes a las identidades celestiales que representan.

El abrazo de un árbol (Medellín, Colombia)

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En una ciudad donde pasan tantas cosas de manera simultánea, no es extraño que estos pocos peatones ni siquiera perciban que sobre sus cabezas, un árbol y un edificio se abrazan permanentemente, confirmando una amistad de décadas.

Fauna urbana (Medellín, Colombia)

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Una ardilla, que parece diminuta, recorre a gran velocidad el tronco de un viejo árbol. Lleva su vida sin prestarle mucha atención a la gente que pasa. Pero no hay que llamarse a engaño, su mirada vigilante la previene para no dejarse atrapar. La experiencia de muchas generaciones le ha enseñado a evitar el contacto con esa especie desesperada, que se mueve por debajo de su mundo.

Bandera (Medellín, Colombia)

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El pasado 20 de julio (el día de la independencia) a la entrada de un edificio, influidos tal vez por el inconsciente colectivo, tres personas formaron durante unos momentos la bandera de Colombia.