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Sí hay camino (Medellín, Colombia)

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Hoy es tan seductor montar en tranvía como caminar por la calle Ayacucho, solos o conversando con los amigos o llevando en la memoria otras caminadas con otras amistades, que quizá ya no estén cerca; aquellos con los que subimos y bajamos muchas veces por los andenes estrechos o montados en los viejos buses destartalados y veloces mirando sin ver las viejas fachadas. Algunas aún se conservan, las otras dieron paso a paredones impersonales, al aspecto anónimo de edificios recién construidos o al comercio desmesurado. La calle Ayacucho por donde han pasado y pasan tantas emociones ha dejado de ser calle para convertirse en viaducto. Sin embargo, continúa siendo la ruta diaria de los que habitan el centro oriente de la ciudad; de los que trasiegan a pie o en tranvía un camino que se ha  convertido además en atractivo turístico .

El silencio de las campanas (Medellín, Colombia)

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Hubo un tiempo en que las campanas anunciaban celebraciones o desastres. Un tiempo en el que su canto convocaba. Un tiempo en el que en el tañer de los bronces se podía identificar la alegría, la tristeza o la solemnidad; y en su doblar la muerte. Hoy, en esta ciudad, las campanas han cedido su voz a los parlantes. Sólo queda de ellas una imagen quieta en lo alto de algunas iglesias. Un recuerdo detenido en la memoria de quienes hasta las identificaron por su timbre. Hoy la gente pasa frente a los templos, donde permanecen inmóviles y en silencio como una huella de una época casi olvidada, sin percatarse de que tal vez en su corta vida nunca han oído su sonido claro y distinto. Sin arrebatos. Sin echarse al vuelo, las campanas se adentraron suavemente en el pasado.

Vistas (Medellín, Colombia)

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Esta es una ciudad que no se ve completamente desde ningún punto de su geografía. Construida en un valle sinuoso y estrecho siempre tendrá lugares que se escapen a nuestra mirada. Sin embargo hay dos sectores de la ciudad que se han mirado desde antes de que existiera algún asentamiento en este valle: Oriente y occidente se contemplan desde las laderas observando sus diferencias geográficas. Pero las construcciones que lentamente han invadido las pendientes del norte de la ciudad se han encargado de borrar las diferencias pintando de un ocre uniforme las laderas que otrora ostentaban un sinnúmero de tonalidades verdes. Un urbanismo descontrolado ha llevado a la invasión de unas montañas que en ocasiones ofrecen poca seguridad a sus habitantes; aunque para quienes habitan estos barrios vivir en las alturas quizá tenga el atractivo insuperable de ver una parte alejada de la ciudad desde las calles y las terrazas, así se tenga que pagar el precio de desplazarse lentamente por esas

Volver (Medellín, Colombia)

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En los barrios viejos de la ciudad los recuerdos nos asaltan en cualquier parte, hasta en las escalas que aparecen inesperadamente para unir dos calles empinadas. Como si se quisiera enfatizar que los recuerdos nos llegan en fragmentos, esta escala en Manrique, trae a la memoria la canción Volver, una de esas canciones que se han oído durante décadas en las calles de este barrio que desde hace mucho tiempo consagró sus tardes y sus noches al tango. Un barrio donde la radio, los traganíqueles o los tocadiscos hacían oír a los transeúntes de manera discreta (era la época cuando la música no atronaba en las calles) las canciones de Gardel que según la conseja cada día canta mejor. Nada más sugerente que una escala forrada con trozos de baldosín recitando una letra que para cualquier habitante de esta ciudad se asocia con algún afecto de su historia larga o corta, o un cuadro del Zorzal criollo hecho con pedazos de vidrio que, utilizando la técnica del mosaico, da cuenta de una me

La melancolía del barrio Prado (Medellín, Colombia)

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Una tarde lluviosa da a este barrio un aspecto melancólico que va muy bien con las calles arboladas y las grandes casas, construidas en la primera mitad del siglo XX, que se entregan sin repulsa a los efectos del tiempo. Caminar por el barrio Prado, a la sombra de los árboles casi centenarios, es como hacer una lectura de una parte de la historia de la ciudad plasmada en las fachadas de sobria arquitectura. Es volver en el tiempo, sintiendo que a este barrio los años le han robado el espíritu. Cabe pensar que todos los que lo construyeron hace tiempo que abandonaron esta zona de la ciudad, pero también es posible que algunos de ellos permanezcan allí a la espera de un fin inevitable. Algunas de estas casas se han acomodado a nuevos usos y así se han librado de la decadencia que afecta a la mayoría. Sin embargo, la vetustez que aqueja a este barrio no disminuye la dignidad que siempre tuvo desde sus inicios.

Un patio de escuela (Medellín, Colombia)

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Nada más ruidoso que un patio de escuela a la hora del recreo. Sin embargo a esta hora, en esta escuela, el ruido había disminuido de manera significativa; se preparaba algún suceso que al parecer era del mayor interés para los estudiantes y que no tenía relación alguna con las admoniciones disciplinarias que siempre se oyen por los parlantes y a las que nadie presta atención. Se preparaba algo de importancia, pero como todos los grandes acontecimientos se hacía esperar. Desde los balcones se observaba el patio como si desde la superficie fuera a brotar algún hechicero o quizá uno de esos guerreros planetarios cuyas imágenes guarda uno con celo en los bolsillos. El tiempo pasaba y los que conocían el secreto (los del equipo de esta escuela) esperaban calladamente a que los otros, los contrarios, no se presentaran, aunque así desencantaran a sus fieles seguidores. No se sabe si hubo espectáculo, lo que sí es seguro es que sus esperanzas encontraron un nuevo objetivo para llena

Una vista de todos los días (Medellín, Colombia)

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Para los que vivimos en esta ciudad esta es una imagen tan conocida que nunca nos asombra. Las casas y pequeños edificios que cubren las lomas alrededor del valle fueron apareciendo lentamente y se tomaron esas superficies sin que apenas nos diéramos cuenta; dándole a las montañas milenarias ese tono ocre tan característico del adobe. Sin embargo todavía se ve, a lo lejos, el familiar perfil verde que rodea esta depresión en medio de los Andes. Y es que lo cotidiano se vuelve tan familiar que tiende a desaparecer de nuestra mirada. Pero para quienes vienen por primera vez a esta ciudad o para aquellos que la visitan de vez en cuando, siempre será motivo de asombro contemplar un fenómeno arquitectónico que a nosotros nos parece tan natural.

El placer de la velocidad (Medellín, Colombia)

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En casi todos los barrios de esta ciudad se pueden ver lugares como éste donde la gente va a encontrarse con la libertad que da practicar una actividad física. Se les llama con el nombre genérico de “canchas” y desde hace muchos años se han convertido en puntos de convergencia para muchas personas. Allí es posible ver, entre otros muchos grupos humanos, unos niños queriendo llegar al infinito a impulsos de la velocidad que les dan sus piernas y de la imaginación que acompaña a cada uno de nosotros pero que en esta edad es una presencia constante.

Las verdes y las maduras (Medellín, Colombia)

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Una camioneta pequeña recorre, como tantas otras, las calles de los barrios de la ciudad cargando manzanas destinadas a la venta y el pregonero que la conduce rasga el aire con su fuerte acento regional para anunciar las bondades de las frutas que trae para la venta. Habla del sabor y la frescura de su producto pero se le olvida un detalle que tal vez no sea importante para los compradores pero que está a la vista de todo el mundo, incluyendo hasta los que no tienen intenciones de dejarse seducir por el pregón: se trata de la belleza de esta combinación de colores cuyo disfrute es gratis, por ahora.

El mercado de la calle (Medellín, Colombia)

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Una imagen cotidiana en las mañanas de algunos barrios de la ciudad. La gente espera la llegada del camión que traerá verduras y frutas. En lugares ya conocidos por los habitantes del sector se forman estos pequeños mercados y las personas, sobre todo las mujeres, escogen allí con ese ojo crítico que da la experiencia los productos que mejor se acomoden a sus gustos culinarios. Tal vez sea por la frescura o por el precio, lo cierto es que estas esquinas se ven atestadas de compradores. Una forma ágil de aprovisionarse a cielo abierto, que para muchos es más agradable que las tiendas o “revuelterías” como se las llama en este país. Así deben nacer las tradiciones: costumbres que se repiten durante años y que de pronto se vuelven imprescindibles para la vida de las comunidades.

Al sol (Medellín, Colombia)

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Un barrio de la ciudad languidece al sol y la gente permanece a cubierto del fuerte calor que por estos días, a comienzos del año, calienta las calles. La vida de las personas permanece en estado de hibernación parcial mientras llega la hora del almuerzo. El movimiento de una calle normal parece haber desaparecido por cuenta del calor y de la época del año. Una imagen de tranquilidad que no se asemeja a la corriente vital que anima las calles en los barrios. Es como un respiro que se toma la misma ciudad en su incesante movimiento diurno. Al fondo, como siempre, las montañas tutelares cuidan de la urbe, impasibles, mientras ésta se entrega a un descanso aparente.

El aire de la mañana (Medellín, Colombia)

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Hay en la ciudad lugares como este donde el color verde de los árboles da un toque de tranquilidad. Se congratula uno al percibir que todavía las mañanas pueden transmitir ese aire apacible de la luz, cuando el sol ya hace rato que salió a calentar la atmósfera sin alcanzar a volver pesado el ambiente citadino. Los árboles se extienden creando manchas de sombra y el cielo azul se ve alterado sólo por la huella que dejó un avión en su viaje a lo desconocido.

Un vistazo a Buenos Aires (Medellín, Colombia)

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Las torres de las viejas iglesias apenas se distinguen entre tantas construcciones de la pequeña colina que se extiende al centro oriente de la ciudad. Desde allí El Centro se ve como una ilusión que se hubiera aparecido de pronto. Son tan nítidas las siluetas de los edificios, parecen tan cercanas las avenidas que cuadriculan la ciudad. Sin embargo cuando uno mira hacia los barrios que componen este sector, los ve apartados como si la vista los alejara. Las iglesias se desdibujan entre el adobe que palidece o se enciende dependiendo de la luz que ilumina tanta casa.

Es un convoy que pasa (Medellín, Colombia)

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El ruido, las conversaciones y las risas pertenecen a un grupo de niños que recorre en fila las calles del barrio, montados en sus carros de juguete. Parecen vestidos para asistir a un carnaval, de esos que se suceden en las diferentes culturas de la tierra. Pero para ellos es más importante el viaje en sí que el lugar hacia donde se dirigen. Tal vez ni siquiera sea importante saberlo, quizá la seducción de este convoy esté en que no se dirige a ninguna parte, como los carruseles que giran incesantemente con sus coches y caballos tallados, detenidos en el espacio.

Un visitante alado (Medellín, Colombia)

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Es posible sorprender en las alturas unos perfiles que no se corresponden con los pájaros que uno se ha acostumbrado a ver en los alféizares de las ventanas o en los balcones; observando con mirada nerviosa, sopesando posibilidades de atracarse de insectos o de esos alimentos poco ortodoxos para las aves que suelen darles en las casas. De pronto, en cualquier alar aparece un pájaro así, desconocido. Quizá descansa de alguna migración que sobrevuela tan alto la ciudad cada año que nunca se le ve o tal vez un ave de una región cercana en un vuelo de exploración. Sólo los expertos lo podrán decir, pero durante un rato este pájaro ha sido otro de esos visitantes que se sienten atraídos por la ciudad.

Flores de bajo perfil (Medellín, Colombia)

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Hay arbustos que uno ve todos los días en los jardines de los barrios floreciendo sin cesar. Sus flores son tantas y tan pequeñas que la atención solo ve manchas de tonalidades diversas y el ojo no se detiene a detallar las formas de esos pequeños estallidos de color. Sin embargo, cuando se las mira detenidamente se descubre que el exotismo en formas y colores no es exclusivo de las orquídeas. Tal vez sea por su tamaño o por la cantidad o porque florecen siempre, independientemente de la temporada y hasta del clima, que se vuelven tan comunes como para fundirse con el paisaje urbano que las rodea.

Los árboles de la colina (Medellín, Colombia)

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Un optimista diría, al ver esta imagen, que la naturaleza por fin está recuperando terreno y que desde la cima de esta pequeña colina ha empezado a devolver el proceso de invasión que durante siglos se ha llevado a cabo en el valle. Diría, porqué no, que los árboles y los arbustos y todas esas plantas con funciones tan específicas como mantener la humedad de la tierra, encontraron por fin la fórmula ganadora, esa estrategia que las especies triunfadoras en el proceso evolutivo aplican para vencer a sus opositores. Parece imposible que eso suceda cuando se observa el gran número de casas que rodean esta diminuta isla de verde, pero no hay que olvidar esas ciudades milenarias que fueron sepultadas por el paso inexorable de la naturaleza.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

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No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días. Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos. En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta e

Panoramas cotidianos (Medellín, Colombia)

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Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean. Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.

Calle abajo (Medellín, Colombia)

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Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas. Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado. Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido. Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.