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Mostrando las entradas etiquetadas como calor

"Raspao" (Medellín, Colombia)

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Entre las costumbres que han acompañado a muchas generaciones en esta ciudad tenemos estos tradicionales triciclos que recorren las calles prometiendo frescura todo el año. A veces pasan inadvertidos a pesar de los colores brillantes que llevan en esos frascos de boca ancha. Pero en esta época tan calurosa los vemos como una promesa. El hielo “raspao”, coloreado y dulce que venden se nos aparece como la mejor forma de contrarrestar la sofocación que produce un sol tan fuerte que hasta en la sombra se siente el aire tibio. Pero no sólo es la promesa del frío lo que seduce, son también los colores que ya están asociados en nuestro subconsciente con el placer de los sabores. En algún momento en nuestra infancia nos permitieron satisfacer un antojo en un día de fiesta tal vez. Y desde entonces sabemos que un bocado de hielo coloreado y cubierto de sabores, es un bocado de puro placer.

De repente el verano (Medellín, Colombia)

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Para los habitantes de esta ciudad la primavera siempre ha sido un lugar común, sin embargo hay momentos en que irrumpe sin avisar el calor agobiante del verano. Y entonces quedan pocos lugares a la intemperie donde uno se pueda refugiar del calor. La ventaja de una ciudad de primaveras interminables es que siempre hay un charco de agua fresca donde apagar la sed. No importa el lugar donde se encuentre o la fuente de donde proviene. Para una boca sedienta, agua es agua.

Al sol (Medellín, Colombia)

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Un barrio de la ciudad languidece al sol y la gente permanece a cubierto del fuerte calor que por estos días, a comienzos del año, calienta las calles. La vida de las personas permanece en estado de hibernación parcial mientras llega la hora del almuerzo. El movimiento de una calle normal parece haber desaparecido por cuenta del calor y de la época del año. Una imagen de tranquilidad que no se asemeja a la corriente vital que anima las calles en los barrios. Es como un respiro que se toma la misma ciudad en su incesante movimiento diurno. Al fondo, como siempre, las montañas tutelares cuidan de la urbe, impasibles, mientras ésta se entrega a un descanso aparente.

Vendedora callejera (Medellín, Colombia)

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Una vendedora se apresura con su bandeja de bebidas para satisfacer la sed de la multitud, mientras a la entrada de uno de los tantos eventos que se realizan en esta ciudad las personas esperan soportando el calor que en algunas ocasiones castiga la ciudad. La sed obliga a la gente a hidratar el cuerpo, en tiempos calurosos, con bebidas envasadas de manera industrial o artesanal. A su lado una caja con mango partido en largas tiras se venderá para satisfacer otro tipo de deseos a la hora de consumir pasabocas callejeros.

Un cielo de verano (Medellín, Colombia)

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A veces sólo basta mirar hacia arriba para ver un árbol, de esos que han escapado al hacha criminal que por temporadas se desplaza por la ciudad, intentando combinar sus miles de verdes con los azules del cielo. Aunque el cielo visto así, a través de un vidrio, le hace pensar a uno que podría no ser más que un color pintado para engañar pequeñas plantas, para convencerlas de que afuera el tiempo es el ideal para su desarrollo. Pero el calor que hacía esta tarde en la ciudad no tenía nada de ficticio, era uno de esos calores de trópico con tendencia a convertirse en agobiante, como esos que describen los exploradores de selvas o bosques donde los retazos de azul o de gris son tan escasos, que quienes se mueven a ras del piso tienen que recurrir a la imaginación o a los sueños para no olvidarse del cielo. Afortunadamente los que vivimos en esta ciudad sólo tenemos que levantar la cabeza para ver árboles combinando sus colores con el azul, que siempre da la impresión de ser infinito.

Al calor de la música (Medellín, Colombia)

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Como para afirmar la calidez del aire de la tarde un grupo de músicos irrumpió en las conversaciones y entre el ruido habitual que siempre se produce, de una extraña manera, en un lugar donde hay mucha gente. No se necesitaba nada más para dibujar sonrisas de aprobación en todos los rostros. Como si de alguna manera todos estuvieran necesitando rebajar un poco el agobio que el calor desacostumbrado producía en los cuerpos. Hasta ese día habían sido tantos los aguaceros y las lloviznas pertinaces que el sofoco húmedo de la tarde parecía por contraste una molestia menor. El aire de fiesta con el que los músicos y su ritmo alegre impregnaron el ambiente nos hicieron creer a todos que el calor era la atmósfera adecuada para la música que traían.

La hora de la mandarina (Medellín, Colombia)

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Cuando la tarde ni siquiera ha empezado a languidecer, cuando las sombras apenas si se dejan ver debajo del cuerpo, es la hora de hacer un alto y aprovechar a cualquiera de los vendedores de jugos que pasan con sus carritos por las calles y los parques de la ciudad. A esta hora de calor intenso nada mejor que el ácido y refrescante sabor de un jugo de mandarina. Aunque el placer que se siente al saborear el jugo de esta fruta es tal, que la gente no se circunscribe al mediodía para entregarse a las delicias de su sabor o al de cualquiera de las frutas que en una ciudad como esta asaltan los sentidos a cada momento: los olores, el color y las texturas se suman a ese sabor aprendido que se lleva en el subconsciente y que literalmente le hacen a uno la boca agua cuando los percibe en cualquier esquina o como en este caso, desplazándose en un carrito, al vaivén del hielo que refresca hasta la vista.

El color del calor II (Medellín, Colombia)

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Nunca deja de impactar el amarillo con el que las flores de los guayacanes nos sorprenden en cualquier época del año. La mirada descansa en un color que se vuelve más vivo cuando se le observa contra el cielo. Es como si absorbieran el calor y lo utilizaran para intensificar su tono.

El color del calor (Medellín, Colombia)

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En una escena donde predominan el verde y el azul se destaca, rompiendo con la monotonía de las hojas y del cielo, el anaranjado de un árbol florecido. Su color es tan intenso que parece absorber, y reflejar, el calor que por estos días agobia a todo ser viviente en la ciudad.

Agua, agua (Medellín, Colombia)

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Dicen los que han pasado por desiertos que el calor y la sed hacen ver espejismos a los viajeros. Por fortuna (o no) las fuentes de agua que hay en la ciudad nos evitan pasar por esa experiencia. Sino fuera así, qué de alucinaciones tendríamos a cada momento, imaginando lagos y ríos donde zambullir el ansia de humedad.

Sed (Medellín, Colombia)

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Bajo un sol abrasador (como describen en las novelas al sol de los desiertos), las ramas resecas de un árbol se estiran hacia el cielo como pidiendo clemencia o buscando una nube que anuncie la lluvia. Pero no hay nubes a la vista y el azul del cielo es tan brillante y nítido, que hasta hiere los ojos de quien se atreve a mirarlo fijamente.

Cualquier sombra es igual (Medellín, Colombia)

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Cuando se pasa una tarde bajo el sol intenso de Medellín, que consuelo es encontrar una sombra y permanecer en ella aunque sea durante un rato, a pesar de la urgencia de seguir el camino. No importa el tamaño ni su fuente: un edificio, un arbusto o un muro que se incline protector.