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Mostrando las entradas etiquetadas como fauna

Una pausa (Medellín, Colombia)

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Empiezan a verse con frecuencia en esta ciudad los paseadores de perros que ejercen sus habilidades para limar asperezas y satisfacer el ansia de la calle que aqueja a la mayoría de los perros. A falta de tiempo sus dueños han optado por permitir que sus mascotas recuperen el instinto gregario y salgan en pequeñas manadas, no ya para cazar animales sino para cazar novedades. Cualquier disculpa es buena cuando se trata de romper la rutina. Diariamente recorren las mismas calles en la misma compañía. Ya se conocen y no causan mayores problemas a quien los conduce. Pero no deja de ser bienvenida cualquier alteración. Un momento de descanso para el cuerpo aunque la curiosidad no cesa.

La mirada del camaleón (Medellín, Colombia)

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El ojo atento del camaleón no deja de observar mientras el visitante lo mira desde la seguridad que ofrece un vidrio de protección, satisfecho de poder acercarse a un animal cuyo hábitat original se encuentra en la lejana y misteriosa África. Para los habitantes de las ciudades tanto los zoológicos como los acuarios son la única opción de ver animales que en su mentalidad citadina representan las regiones exóticas que quizá nunca lleguen a visitar. Los zoológicos y los acuarios tratan cada vez más de recrear el entorno real del que fueron sustraídos los animales.  Sin embargo no dejará de ser extraño, al menos para el animal, permanecer todo el tiempo en un lugar completamente cerrado, con el clima bajo un control estricto, donde las únicas novedades están representadas en los seres que pasan frente a él. Aunque con el tiempo este camaleón debe haberse acostumbrado a esas caras redondas que se acercan y se alejan siempre iguales y siempre distintas. Tal vez para la realidad d

De repente el verano (Medellín, Colombia)

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Para los habitantes de esta ciudad la primavera siempre ha sido un lugar común, sin embargo hay momentos en que irrumpe sin avisar el calor agobiante del verano. Y entonces quedan pocos lugares a la intemperie donde uno se pueda refugiar del calor. La ventaja de una ciudad de primaveras interminables es que siempre hay un charco de agua fresca donde apagar la sed. No importa el lugar donde se encuentre o la fuente de donde proviene. Para una boca sedienta, agua es agua.

Color en el acuario (Medellín, Colombia)

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Los acuarios han estado presentes en todas las épocas y en distintos lugares del planeta, desde los estanques de civilizaciones tan antiguas y refinadas como la china o la japonesa hasta los actuales hechos de vidrio o acrílico. Y hasta han aparecido en fragmentos memorables de la literatura, como la descripción de la muerte de los peces sagrados que contemplaba en su acuario al aire libre la familia Barca en Salambó la novela de Gustave Flaubert. En esta ciudad son un trozo del mundo libre y salvaje que se ha destinado desde siempre a la decoración de los espacios íntimos de las casas y de algunos lugares públicos. Para muchas personas es reconfortante dejarse llevar por la tranquilidad casi siempre imperturbable de los peces. A la atracción que ejerce el agua sobre los seres humanos se suma la belleza de estos animales, tan coloridos que a veces parecen flores en movimiento.

Un visitante inesperado (Medellín, Colombia)

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En cualquier lugar público de esta ciudad es posible tomarse un café en compañía de algún pájaro, tan esquivo como cualquier otro, pero que se deje tentar por las migas de pan que caen de las mesas o tal vez por la simple curiosidad. Esta es otra razón más para olvidarse de la prisa que nos imponen las ciudades: sentarse a una mesa y esperar a que el azar te depare un acompañante tan inesperado y colorido como éste.

Tórtolas en el níspero (Medellín, Colombia)

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Un par de tórtolas se asientan en una rama de un níspero, sembrado en un jardín de barrio, indiferentes al ojo de la cámara que las observa con detenimiento. Son parte de la fauna que puebla esta ciudad y que es invisible para casi todo la gente. Nos hemos acostumbrado tanto a su presencia como ellas a la nuestra que pasamos desapercibidos unos de otros. Su color y pasividad deben ser las claves por las que han medrado tan bien entre los materiales con que se ha construido esta ciudad. Por fortuna entre tanto adobe y cemento surgen las copas de los árboles, adonde van las tórtolas a descansar cuando no están a la búsqueda incesante de comida en balcones y andenes o en los parches de vegetación que todavía se resisten a cederle completamente el paso a las edificaciones humanas.

Entre luces y sombras (Medellín, Colombia)

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Los lugares intermedios donde residen seres humanos y donde no prevalece ni la luz ni la sombra podrían adjudicarse más bien a los gatos, esos habitantes de las ciudades que parecen conocer todos los secretos de la gente y de las calles; sobre todo de aquellos sitios que se abren a la noche y donde los misterios parecen más fáciles de aprehender.

El puma de la biblioteca (Medellín, Colombia)

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Pasan tantas cosas extrañas en esta ciudad que nadie se sorprende al ver la silueta de un puma, recortada contra el concreto de las paredes en una biblioteca. Los pocos que lo han visto han pensado que sólo es una sombra o tal vez el juego de la luz sobre el concreto. En verdad no le prestan mucha atención. Pero otros, los más soñadores tal vez, han creído ver en dicha silueta la representación de uno de esos animales que pueblan los libros de aventuras. Merodeando por las paredes y reflejándose en los vidrios se pasean los pumas de las ficciones; cansados tal vez de permanecer inertes entre las hojas de los libros de esta biblioteca.

Los trucos de la luz (Medellín, Colombia)

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Hasta en un pequeño estanque se puede ver como la luz juega con el ojo del observador. Esta superficie donde se hacen y deshacen reflejos, apenas si deja pasar la imagen de los peces que se reúnen “ansiosos” cerca de la orilla, acostumbrados tal vez a que la gente que se detiene a mirarlos les eche algún alimento. Son figuras con un aire fantasmal. Es como si el agua en su movimiento creara estas criaturas que a causa de cualquier agitación en el ambiente pudieran desaparecer. Pero al fin y al cabo son peces que en el estanque deben fascinarse también con el movimiento del agua y con los juegos de luces que se pueden ver desde su perspectiva.

Lana (Medellín, Colombia)

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En una ciudad de las de ahora y en cualquier lugar del mundo no es extraño encontrarse cara a cara con la espontaneidad; materializada en este caso en los ojos de Lana, cuya felicidad puede ser salir a dar un paseo en el parque, encontrar en el suelo la rama de un árbol para jugar con ella y poder llevarla entre los dientes como un trofeo de caza.

La dueña de la orquídea (Medellín, Colombia)

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Cualquier día uno está mirando la orquídea que en el jardín de su casa han cuidado con tanto esmero y de pronto como si se materializara frente a nuestra mirada aparece una pequeña avispa visitando sus dominios. Un lugar bastante conocido para ella si se va a juzgar por la seguridad con que recorre las hojas de la planta; como si llegara a un lugar de su propiedad. No deja uno de hacerse la eterna pregunta, quién es en realidad el dueño de este planeta: los humanos o los insectos que por cantidades desmesuradas habitan cada lugar de la tierra. Un hecho maravilloso, si los hay, es la manera como estas pequeñas criaturas se han apropiado, sin aspavientos, todos los rincones de este planeta que llamamos nuestro.

La mirada de los pájaros (Medellín, Colombia)

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La mirada de los pájaros es inquietante cuando se fija de frente en nosotros y aunque los ojos estén disimilados por una línea de plumas oscuras, no deja uno de pensar en cuál será la idea que se mueve al interior de sus pequeños cerebros. Se establece de inmediato la referencia a la película de Alfred Hitchcock: Los pájaros, y en particular la amenazadora escena donde todas esas aves empiezan a reunirse para atacar. La cuestión es: será este el momento en que se repetirá una situación como la de la película y seremos agredidos por una bandada fuera de control. Nadie sabe... Nadie sabe... Sólo hay uno por ahora, pero pueden llegar los demás.

Curiosidad (Medellín, Colombia)

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La curiosidad canina es proverbial. Es incluso mayor que la de los seres humanos. Los perros sienten una necesidad innata de enterarse de todo lo que pasa a su alrededor. Basta verlos en las ventanas de las casas, de los automóviles o como en este caso en la ventanilla de un bus de transporte público con la nariz dispuesta, analizando todos los olores que llegan a su magnífico aparato olfativo. En las ciudades modernas o antiguas, y ésta no es la excepción, siempre ha sido una escena común la de los perros desplegando su interés por cualquier objeto inerte o en movimiento, recolectando información para compartirla entre los de su especie y elaborar su propia teoría sobre la vida y la gente, sus aparentes amos. Sin embargo, todo lo aprendido por ellos no está disponible para nosotros, tal vez ellos suponen que no estamos preparados para tal flujo de conocimientos.

Plataforma de despegue (Medellín, Colombia)

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En uno de los tantos parques de la ciudad un pájaro espera la señal de salida. Hace rato se encuentra allí, nervioso como todos los pájaros, a la expectativa de que el encargado invisible de dar la señal considere que es el momento adecuado. O a que los insectos que ha estado observando fijamente bajen la guardia para lanzarse sobre ellos. Claro que si esta ciudad quedara a la orilla del mar estaríamos en un acantilado y el pájaro temblaría de frío y de la excitación que le produciría arrojarse al vacío. Pero como esta ciudad está confinada entre montañas, esta ave, con nerviosismo y todo, tiene para sobrevolar, desde esta plataforma, un pequeño lago de hierba, aunque de un verde tan intenso que, cuando el sol es muy fuerte, centellea como si fuese agua.

Ojo al gato (Medellín, Colombia)

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Aunque todavía a los gatos negros se les endilga cualquier cantidad de protervas y diabólicas intenciones en contra de los desprotegidos seres humanos, es bueno recordar como en el antiguo Egipto, que en estos tiempos se ha convertido en referencia obligada para sustentar cualquier creencia popular, se les consideraba sagrados. Pero, por si acaso, no se debe olvidar que en la Edad Media la gente pensaba que las brujas se convertían en un animal de estos y de este color en particular. De hecho la mirada de los gatos es turbadora y si esa mirada rodeada de oscuridad se fija en tus ojos y algo en tu interior se siente intimidado es mejor buscar una contra de inmediato. Desafortunadamente no conozco ninguna, así que si usted se abruma frente a un gato negro, busque, busque cuanto antes cómo protegerse.

En medio de la ciudad (Medellín, Colombia)

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Si leyéramos la descripción de esta imagen en una novela, y nos la ubicaran en medio de una ciudad moderna, pensaríamos que era un producto más de la imaginación del escritor, un deseo fantasioso de convertirla en un oasis como esos donde los autores europeos del siglo XIX ubicaban las aventuras de muchos de sus héroes. Sin embargo esta imagen corresponde a una de esas escenas cotidianas, ajenas a la realidad de la mayoría de los que trasegamos por El Centro. Casi nunca las percibimos, pero basta levantar la cabeza para contemplar ese mundo paralelo que se desarrolla sin tenernos en cuenta.

Un visitante alado (Medellín, Colombia)

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Es posible sorprender en las alturas unos perfiles que no se corresponden con los pájaros que uno se ha acostumbrado a ver en los alféizares de las ventanas o en los balcones; observando con mirada nerviosa, sopesando posibilidades de atracarse de insectos o de esos alimentos poco ortodoxos para las aves que suelen darles en las casas. De pronto, en cualquier alar aparece un pájaro así, desconocido. Quizá descansa de alguna migración que sobrevuela tan alto la ciudad cada año que nunca se le ve o tal vez un ave de una región cercana en un vuelo de exploración. Sólo los expertos lo podrán decir, pero durante un rato este pájaro ha sido otro de esos visitantes que se sienten atraídos por la ciudad.

El patio de los pájaros (Medellín, Colombia)

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Hay en las ciudades lugares públicos que pasan desapercibidos al observador, tal vez porque no encuentra en ellos una gran escultura o acaso una fuente que refresque la mirada. Sin embargo, allí suceden constantemente encuentros que parecen de gran importancia para sus protagonistas, aquellos que estiman en lo que vale un sitio donde los árboles, las plantas y las construcciones humanas se combinan para formar el escenario más propicio. No sabe uno a que juegos o tramas de la vida se entregan estas criaturas pequeñas y nerviosas, pero siguen sucediendo, independientemente de que nos demos cuenta o no.

Perplejidad (Medellín, Colombia)

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Un pato, que desde su nacimiento se ha visto reflejado un incalculable número de veces en el agua, vacila frente al hecho de arrojarse de nuevo al lago y romper con ese gesto la hermosa composición de verdes pintada por la luz en la superficie. No siempre se conjugan en el mismo momento una particular intensidad de la luz, el suave movimiento del agua y unos árboles que distorsionen su reflejo añadiendo a la imagen una serie de tonos inquietantes. Cuántas veces sucede que al caminar por la ciudad quisiéramos detenernos para no quebrar la imagen que se presenta frente a nuestros ojos: es tanta la belleza, que uno intenta quedarse inmóvil, sintiéndose incapaz de alterar voluntariamente el cuadro que contempla. Pero el momento pasa, las cosas vuelven a recobrar su aspecto de todos los días y la ciudad se convierte otra vez en una serie de lugares conocidos por donde uno camina a diario… hasta el siguiente momento en el que nuestra atención vuelva a quedar atrapada por otra visión que nos

Reflejos (Medellín, Colombia)

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Mientras me dejaba llevar por la tranquilidad de este lugar salieron de repente a la superficie las tortugas, sin preámbulos ni alharacas como siempre; con curiosidad tal vez o sencillamente a tomar algo del sol de la mañana. Este lago, que al decir de los que lo conocieron en el pasado, era mucho más grande, alberga ahora una fauna limitada: unos cuantos peces, las tortugas y los patos que al parecer no permanecen mucho tiempo en él, pues se la pasan atosigando a los turistas y a los paseantes desprevenidos. Los reflejos de la vegetación, que le dan ese aire de lugar sereno y apacible, se ven removidos de vez en cuando por el nado suave de los peces y los brillos que la caparazón de las tortugas le arranca al sol. A veces parecen reliquias de piedra, arrojadas allí por hombres de tribus ya desaparecidas pero que continuarían existiendo a través de sus creencias. Sin embargo los ídolos se mueven y lo hacen al compás de ese reloj lento y milenario que rige sus vidas, tan distinto al que