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Mostrando las entradas etiquetadas como frutas

El valor de la papaya (Medellín, Colombia)

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Una escena cotidiana que se repite constantemente en las calles de esta ciudad. Sin embargo el colorido que arrastran en sus carretillas estos vendedores pasa desapercibido para casi todo el mundo. Estamos tan acostumbrados al color del trópico que hace mucho que se nos volvió más importante el valor de las cosas que su belleza .

La gracia de la mandarina (Medellín, Colombia)

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Como tantas frutas que se consumen en nuestro país, la mandarina llegó de lejos, de muy lejos. Según dicen los historiadores es originaria de China e Indochina donde su cultivo empezó cientos de años antes de Cristo. Esta fruta debió llegar a Colombia por las mismas épocas que a otros países de América y con el sello de lo exótico que se le imprimió en Europa, cuando se le dio un nombre inspirado en los famosos dignatarios del Celeste Imperio. Ahora se vende hasta en las carretillas que recorren calles y avenidas de esta ciudad. Pero lo interesante de esta fruta es que de entre todas las que consumimos a diario -autóctonas o foráneas- la mandarina es la única que se ha convertido en sello de distinción para algunos sitios representativos de la ciudad. Quizá se deba a su fuerte sabor o a que en nosotros hay todavía un deseo atávico de saborear lo exótico representado en una fruta.

Las frutas de la esquina (Medellín, Colombia)

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Esos años cuando las frutas se cogían directamente de los árboles que crecían en los solares de las casas ya se están borrando de la memoria colectiva. Hoy, la relación cotidiana con el color de estos productos de la tierra es a través de las bolsas de plástico exhibidas en los puestos de cualquier esquina de la ciudad. No importa si el día es gris o soleado, estos lugares tan representativos de las ciudades colombianas atraen al transeúnte con su colorido y con la promesa del sabor de tantas frutas tropicales como se consiguen por estos pagos. Es posible que todavía ronde la nostalgia de las frutas en su estado natural, pero ya los que pasan de prisa por las calles tienen que satisfacer su deseo con las porciones que están a la venta. La falta de tiempo, una situación inherente al estilo de vida citadino, hace que ya ni siquiera se eche de menos el placer de hincar los dientes en una fruta recién cogida.

Las verdes y las maduras (Medellín, Colombia)

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Una camioneta pequeña recorre, como tantas otras, las calles de los barrios de la ciudad cargando manzanas destinadas a la venta y el pregonero que la conduce rasga el aire con su fuerte acento regional para anunciar las bondades de las frutas que trae para la venta. Habla del sabor y la frescura de su producto pero se le olvida un detalle que tal vez no sea importante para los compradores pero que está a la vista de todo el mundo, incluyendo hasta los que no tienen intenciones de dejarse seducir por el pregón: se trata de la belleza de esta combinación de colores cuyo disfrute es gratis, por ahora.

Los aguacates de la esquina (Medellín, Colombia)

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En una esquina de la ciudad, frente a una de las estaciones del Metro, un pequeño mostrador seduce a los que pasan con la belleza de estos aguacates. A uno se le hace agua la boca pensando en el sabor que le espera cuando parta una de estas frutas maravillosas y de un bocado paladee su peculiar textura. Nada como este manjar para acompañar unos fríjoles con hogao o un mondongo o aunque sea un delicioso sancocho de cola. Y es que así sea sola esta fruta se ha ganado el derecho de aparecer como uno de los manjares principales en la mesa de cualquier casa de este país con su sabor discreto pero inconfundible.

Color en la calle (Medellín, Colombia)

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Contra el gris monótono del asfalto se destaca con fuerza el color de las frutas. Una pequeña parte del colorido del trópico se mueve incesantemente por las calles de la ciudad. Las características frutas del país acompañan a las clásicas manzanas verdes y rojas mientras la vendedora se dedica a comunicar sus intereses por un celular. Tal vez la hora no sea la más adecuada para vender y la falta de clientes le permita olvidarse un poco de la función a la que ha consagrado su carreta. Un círculo blanco (la manivela con la que dirige este pequeño medio de transporte tan común en la ciudad) parece señalar el único objeto no comestible de la superficie visible, como si quisiera aislarlo del placer que promete al paladar cada una de las frutas distribuidas, de manera sabia, para que su combinación resulte más atractiva y seductora a los ojos de los posibles consumidores.

Bananos (Medellín, Colombia)

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Lo que queda de este racimo de bananos, nos recuerda el sabor delicioso de esta fruta. No sé si tenga relación con la suavidad que promete el amarillo intenso de su corteza. Las manchas que se ven en ella, para quien los han probado, están relacionadas con el alto grado de dulzura que halagará el paladar de quien los coma. Según el tamaño, parece que estos son criollos, como llamamos por aquí a los que no son cultivados en grandes plantaciones.

El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

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Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad. Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida. Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes. Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético. Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas an

La hora de la mandarina (Medellín, Colombia)

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Cuando la tarde ni siquiera ha empezado a languidecer, cuando las sombras apenas si se dejan ver debajo del cuerpo, es la hora de hacer un alto y aprovechar a cualquiera de los vendedores de jugos que pasan con sus carritos por las calles y los parques de la ciudad. A esta hora de calor intenso nada mejor que el ácido y refrescante sabor de un jugo de mandarina. Aunque el placer que se siente al saborear el jugo de esta fruta es tal, que la gente no se circunscribe al mediodía para entregarse a las delicias de su sabor o al de cualquiera de las frutas que en una ciudad como esta asaltan los sentidos a cada momento: los olores, el color y las texturas se suman a ese sabor aprendido que se lleva en el subconsciente y que literalmente le hacen a uno la boca agua cuando los percibe en cualquier esquina o como en este caso, desplazándose en un carrito, al vaivén del hielo que refresca hasta la vista.

La cosecha (Medellín, Colombia)

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En uno de los miles de jardines en la ciudad un níspero florece y da sus frutos. Los más beneficiados son los pájaros que permanecen invisibles, camuflados entre las hojas mientras dan cuenta de las pequeñas esferas amarillas. El único indicio de su presencia es el canto bullicioso con el que acompañan el festín agridulce.

El sonido del sabor (Medellín, Colombia)

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En un primer momento sorprende que una palabra como chirimoya, evoque tantos sabores y texturas, pero si se lo piensa bien no es tan extraño. Al decir de los estudiosos cuando se nombra un objeto, ese objeto pasa por nuestra boca. Es por eso que su sola mención le hace sentir, a quienes la han probado, el sabor que para muchos puede ser exótico, pero que para otros puede ser tan cotidiano y habitual como un jugo de naranja o de guanábana.

Mango que te quiero mango (Medellín, Colombia)

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Antes, cuando esta ciudad no se había crecido tanto, en los solares de las casas había siempre un árbol de mango, y la gente esperaba pacientemente a que madurara. Después cuando lo tumbaba, o lo cogía o él se caía solo, seguía el ritual de pelarlo y comerse las tajadas de un amarillo requemado en el mismo solar o en el quicio de la puerta, persiguiendo con la lengua golosa los pequeños arroyos que se regaban por entre los dedos. En esa época uno esperaba a que maduraran. Ahora se vive a tal velocidad que no hay tiempo de esperar, y en lugares tan reducidos que los solares desaparecieron hace años. Ahora la gente compra los mangos ya pelados y cortados, empacados en bolsas plásticas y distribuidos por toda la ciudad en carros tirados por los vendedores o estacionados en sitios estratégicos. Pero, aunque se haya perdido la emoción de la espera de ver madurar un mango, la intensidad de su color, su fragancia y su sabor (con o sin sal), no han desaparecido.

Especie protegida (Medellín, Colombia)

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En Medellín los guayabos crecen y dan fruto hasta en los separadores de las avenidas. Sin embargo este optó por la seguridad que le ofrecía entre sus raíces un árbol de otra especie.