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La música es así II

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La música, una actividad que une a los seres humanos también es una de esas actividades que afectan de manera distinta a cada individuo en particular. Cada uno tiene una relación íntima y personal con ella. Como estos tres músicos que en Junín interpretan aires regionales con la actitud de quien apenas está conociendo a sus amigos: con cautela pero también con ciertos desencuentros que tal vez el tiempo logre soslayar. Por ahora alguna nota se atrasa o se adelanta cuando no es que se pierde definitivamente a causa de una mano que no logra manejar con más habilidad el instrumento. De todas maneras, y a pesar de las notas desafinadas, una mañana de sábado un paseo peatonal de El Centro se vio animado por tres hombres absolutamente concentrados en hacer lo que más les gusta: música.

Volver (Medellín, Colombia)

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En los barrios viejos de la ciudad los recuerdos nos asaltan en cualquier parte, hasta en las escalas que aparecen inesperadamente para unir dos calles empinadas. Como si se quisiera enfatizar que los recuerdos nos llegan en fragmentos, esta escala en Manrique, trae a la memoria la canción Volver, una de esas canciones que se han oído durante décadas en las calles de este barrio que desde hace mucho tiempo consagró sus tardes y sus noches al tango. Un barrio donde la radio, los traganíqueles o los tocadiscos hacían oír a los transeúntes de manera discreta (era la época cuando la música no atronaba en las calles) las canciones de Gardel que según la conseja cada día canta mejor. Nada más sugerente que una escala forrada con trozos de baldosín recitando una letra que para cualquier habitante de esta ciudad se asocia con algún afecto de su historia larga o corta, o un cuadro del Zorzal criollo hecho con pedazos de vidrio que, utilizando la técnica del mosaico, da cuenta de una me

Mira que cosa más linda, más llena de gracia (Medellín, Colombia)

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Así es esta ciudad, en el lugar menos pensado aparece de la nada una comparsa de música y bailarines para desbaratar la frágil tranquilidad de sus habitantes. No hay necesidad siquiera de conocer el motivo para una descarga de energía como ésta; puede ser cualquiera. Lo que importa es la belleza que le pone un ingrediente de emoción a las tareas de todos los días.

Memory (Medellín, Colombia)

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Basta hacer girar la manivela y la melodía de la extraordinaria canción de Barbra Streisand revive las memorias que uno ha ido recopilando en la vida. No es necesario rememorarlas todas, basta saber que ahí están en la mente; que son el producto de todas las experiencias que lo han hecho a uno ser lo que es. Este desnudo mecanismo de una caja de música recuerda con su sonido que no hay que rendirse cuando la madrugada se acerca, que la noche se convertirá también en recuerdo como dice la canción y que un nuevo día se está preparando en algún lugar para ser vivido con intensidad.

El flautista del pesebre (Medellín, Colombia)

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Entre los caracteres que aparecen en los pesebres uno puede encontrarse al flautista, que puede ser un pastor encantador de ovejas. Aquí se le ve saliendo de su casa para dirigirse al aprisco donde tiene sus ovejas y llevarlas a pastar o tal vez ensayando alguna de esas melodías nostálgicas que producen las flautas y que acompañan su tarea solitaria mientras contempla el campo que se abre a sus pies. Una escena bucólica reproducida con gran detalle, mientras el suceso que ha marcado gran parte de la historia de la humanidad está a punto de producirse de nuevo.

Un show inesperado (Medellín, Colombia)

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Salidos de la nada y en los corredores de un centro comercial aparecieron de pronto unos bailarines para romper la rutina del lugar un viernes por la tarde. Las conversaciones cesaron y todo el mundo se detuvo a mirar el espectáculo que para los transeúntes podría ser improvisado, pero que a juzgar por la habilidad de los danzantes, era el resultado de muchas horas de ensayos. Una actuación que resultó muy entretenida para quienes suelen pasar por allí esperando ver sólo vitrinas y gente.

A son de desfile (Medellín, Colombia)

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La música simple y repetitiva de las marchas, que fue el regalo hecho por Philip Sousa (compositor de origen portugués, español y alemán) a la humanidad, ha acompañado los desfiles y paradas de todo tipo alrededor del mundo. Aunque en esta ciudad se le han agregado tonalidades y ritmos que vuelven más pegajosa la música que tocan estas bandas en los desfiles. La Playa fue testigo del paso de otra marcha y como siempre la magia de esta avenida sombreada de árboles, reforzó el impacto que dejó en la gente como lo hace con cualquier evento que se realice en ella. Sorpresas como ésta revitalizan la imagen que del Centro tienen los habitantes de la ciudad.

La música es así (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad, donde todavía quedan vestigios de la vieja Villa, aparecen por ahí en una plaza o en un banco algunos de esos cantores que ha conocido la humanidad desde antes de aprender a tener memoria. Tal vez sean ellos los encargados de mantener viva la verdadera música, aunque sus instrumentos desafinen y sus voces cascadas hayan perdido la sonoridad de antaño. La música es así, encuentra las vías aparentemente más peregrinas para manifestarse. A veces la gente alrededor finge indiferencia, pero el sonido los invade y de pronto alguien se siente obligado a echar un vistazo para comprobar que no es un mundo irreal el que percibe su oído.

Bajo tierra (Medellín, Colombia)

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Bajo tierra, en un auditorio de concreto, cuatro muchachos se entregan a la fascinación de la música de cámara y hasta salen de sus instrumentos las notas de un bambuco alegre y cantarín. Desde este auditorio sui géneris, enterrado en una pequeña colina, se escapa la música hacia el bosque que la rodea. Aunque en realidad no llega muy lejos, el ritmo propio que tienen las espesuras se traga las notas. Pero aquí en este lugar, de diseño impecable, uno siente que puede alcanzar ese estado de la mente tan necesario para permitirle a la música que toque nuestro espíritu.

Al calor de la música (Medellín, Colombia)

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Como para afirmar la calidez del aire de la tarde un grupo de músicos irrumpió en las conversaciones y entre el ruido habitual que siempre se produce, de una extraña manera, en un lugar donde hay mucha gente. No se necesitaba nada más para dibujar sonrisas de aprobación en todos los rostros. Como si de alguna manera todos estuvieran necesitando rebajar un poco el agobio que el calor desacostumbrado producía en los cuerpos. Hasta ese día habían sido tantos los aguaceros y las lloviznas pertinaces que el sofoco húmedo de la tarde parecía por contraste una molestia menor. El aire de fiesta con el que los músicos y su ritmo alegre impregnaron el ambiente nos hicieron creer a todos que el calor era la atmósfera adecuada para la música que traían.

La serenata de los indios (Medellín, Colombia)

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Esas canciones clásicas como dust in the wind , los sonidos del silencio o el cóndor pasa , de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad. Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios. Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías. El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes. Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes

El afinador de guitarras (Medellín, Colombia)

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Quién sabe cuántos recuerdos se hacen presentes en la cabeza de este hombre, mientras le da a cada cuerda de la guitarra el tono justo para que su sonido sea óptimo y tan nítido como cuando fueron ejecutadas por primera vez las canciones que salen a retazos de sus manos. A pocos metros, en la calle, los ruidos de la ciudad se superponen unos a otros, pero el hombre, indiferente a los sonidos del exterior, se concentra en un mundo de ritmos y melodías que deben ser tan antiguos como la entrada a este edificio por donde cruzaron hombres y mujeres para quienes la música que interpreta suavemente el afinador debió sonar como si hubiese sido enviada por los dioses para aumentar su alegría o su tristeza. A su lado, un aprendiz sueña con tocar en ella otras canciones, otras melodías que sonarán extrañas para el viejo músico, pero que al fin y al cabo hablarán de los mismos sentimientos.

Encantadores de palmeras (Medellín, Colombia)

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A falta de serpientes estos músicos de la calle se han dedicado a encantar palmeras. Deben ser ellos quienes se han dado a la tarea de hacer crecer las que aparecieron de un momento a otro, altas y cimbreantes, por toda la ciudad. Tal vez la razón de ese fenómeno sean estos músicos que en vez de encantar a la gente o a las serpientes, como los legendarios personajes de la India o Marrakech que adormecen cobras y hasta se dejan morder por ellas, encantan árboles. Aquí, la música de estos taumaturgos locales se dedica a menesteres más loables y ecológicos, aunque la gente los ignore y hasta les impida la entrada a determinados lugares. Quizá por que allí adentro no hay palmeras que encantar o porque las melodías que les gustan a las plantas no son precisamente las que más les llaman la atención a los clientes de este lugar en particular. De todas maneras descubrimos, oyendo la música que interpretaban y que hacía mecer el tronco de esta palma, que a nosotros también nos gustab

A la hora precisa (Medellín, Colombia)

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De repente y sin preámbulos empezó a sonar una música tan inconfundible que descartó los demás sonidos de la ciudad, tan cotidianos que es necesario un gran esfuerzo para percibirlos. A la hora precisa empezó la banda y el ruido constante que nos acompaña siempre desapareció absorbido por el estruendo melodioso de las trompetas y los atabales. A la hora prevista atronaron el cielo del parque. Unas cuantas palomas distraídas levantaron el vuelo como si quisieran aumentar con su espanto desganado la fuerza del sonido. Los edificios se reflejaron en los cascos blancos mientras el aire vibraba en torno a las cabezas de los policías. En posición de firmes se dejaban llevar por la emoción que produce la intensidad medida de la música marcial. Pero no sólo impresionaba la potencia del sonido. Los contrastes también llamaban la atención: el frío brillo del cobre acariciado con ternura por la suavidad tibia e impecable de los guantes blancos. El color de barro cocido de la piel de uno de los tr