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Soledad II (Medellín, Colombia)

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Las ciudades modernas, que por antonomasia se han convertido en los paradigmas de la soledad, se han visto invadidas en los últimos años por escenas como ésta: multitud de personas perdidas en la imagen hipnótica de un celular. ¿Qué sucede allí que atrapa la atención de millones de seres humanos? ¿Acaso es la promesa de no estar solo lo que lleva a cada uno de ellos a perderse en las múltiples posibilidades de compañía, aunque sea ficticia, que se les ofrece por este medio?

El paso del tiempo (Medellín, Colombia)

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Una réplica del antiguo tranvía de Medellín sirve de atrezzo, de decoración, a una escena que se ve con bastante frecuencia en este parque: el paso lento, cansado de una persona que ya ha visto mucho, tal vez demasiado. Quizá se sorprenda de toda la publicidad con que se ha rodeado la puesta en marcha del nuevo tranvía de Medellín. Tal vez jamás haya visto un tranvía porque está recién llegada a la ciudad como tantos que apenas empiezan a trasegar como seres anónimos por estas calles. O porque no, recuerde sus años de niña viajando en el tranvía en una de sus pocas visitas al Centro. Por otra parte hoy, cuando esta mujer y muchos como ella, pasan sin ver el símbolo de lo que se plantea como la nueva ciudad, muestra sin enterarse la simbiosis que se da en todas las ciudades del mundo entre el pasado y el presente. Mezcla que no siempre se hace con la sabiduría necesaria para que la ciudad sea un lugar a escala humana y no una aglomeración de edificaciones sin una verdadera relación

La danza de los millones (Medellín, Colombia)

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Se ha dicho siempre que los colombianos se dejan seducir con facilidad por los juegos de azar. Debe ser cierto si juzgamos esta aseveración por el número de loterías que diariamente incitan a la gente para que pruebe su suerte ofreciendo millones. Sin contar con las rifas domésticas que se hacen en los barrios, en los colegios y hasta en las iglesias de la mayoría de las confesiones religiosas, pues al parecer no todas permiten a sus fieles dejarse llevar por los apremios de la situación económica para tentar el azar. Pero no se necesita ser aficionado a invertir dinero en una esperanza azarosa para saber que estas mesas donde los loteros exhiben sus promesas en pedacitos multicolores están siempre allí esperando, a un lado de la Iglesia de la Candelaria y en otros puntos de la ciudad, a que la ilusión nos nuble los sentidos. Casi nunca se ven, sólo aparecen cuando las necesitamos.

La estridencia del color (Medellín, Colombia)

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Si uno fuera a definir El centro de la ciudad debería apelar a los términos de la pintura, pues este lugar está marcado por el colorido. Desde los tonos artificiales de las ropas y de los carteles publicitarios hasta los colores de las frutas. Pero en este lugar es tal la aglomeración de gente y de objetos que la primera palabra que se viene a la mente es estridencia, tal vez por ser la más pertinente a la hora de describir este lugar, pues alude no sólo a la cantidad de ruidos sino también a esa mezcolanza de colores que ataca la vista si se le mira con atención. Quizá a este centro no se le pueda comparar con las calles hacinadas de Mombay o con los mercados flotantes de algunos países de la vieja Indochina, pero para nosotros que la padecemos esta disonancia visual y auditiva es lo suficientemente amenazadora como para considerarla estridente.

Justo en el medio (Medellín, Colombia)

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Parece un día de fiesta. Pero no es así, es un día cualquiera en el Parque Berrío, donde se ubica el corazón de la ciudad según los cronistas que se han ocupado y se ocupan de hablar de esta Bella Villa. Hoy, como cada día, se reúnen en esta pequeña plaza, a la que de manera hiperbólica llamamos parque, gente de todas las condiciones, procedencias y actividades para conformar una muestra representativa de las idiosincrasias que le dan a este país su particular manera de ser. Y en medio de este revoltijo de gente y de coloridas sombrillas la imperturbable estatua que no puede faltar en ningún “parque” colombiano; en este caso la del personaje que le da nombre: Pedro Justo Berrío, uno de los hombres más importantes para Antioquia, promotor de muchas obras que le dieron impulso a esta región en el siglo XIX, incluyendo la educación, tan de capa caída en estos tiempos de malas administraciones.

Tarde de sábado (Medellín, Colombia)

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El parque de Berrío siempre ha sido en esta ciudad un lugar que convoca a mucha gente de la ciudad, así como paso obligado de quienes tienen que cruzar El Centro no sólo en semana sino sábados y domingos especialmente. Allí pueden verse personajes que tal vez se han convertido en característicos del lugar para quienes frecuentan este sitio por necesidad o porque disfrutan el estar entre las multitudes. Lo cierto es que la variedad de personas le dan al parque un sello particular. Para turistas y habitantes es un lugar que debe ser visto así sea por unos cuantos minutos, pues allí se da cita tanta gente que uno podría atreverse a decir que se puede estar cerca de una muestra muy representativa de gran parte de los habitantes de la ciudad.

En medio de la ciudad (Medellín, Colombia)

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Si leyéramos la descripción de esta imagen en una novela, y nos la ubicaran en medio de una ciudad moderna, pensaríamos que era un producto más de la imaginación del escritor, un deseo fantasioso de convertirla en un oasis como esos donde los autores europeos del siglo XIX ubicaban las aventuras de muchos de sus héroes. Sin embargo esta imagen corresponde a una de esas escenas cotidianas, ajenas a la realidad de la mayoría de los que trasegamos por El Centro. Casi nunca las percibimos, pero basta levantar la cabeza para contemplar ese mundo paralelo que se desarrolla sin tenernos en cuenta.

Parque Berrío (Medellín, Colombia)

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En el sitio más emblemático de la ciudad, el hombre que le da nombre al lugar observa el desfile la historia. Dándole la espalda al viejo edificio de la Bolsa, Pedro Justo Berrío atestigua el paso del tiempo y los cambios radicales que ha sufrido la pequeña Villa que él conoció. Los árboles, escasos, ya no son los mismos; la gente ha variado bastante sus costumbres, aunque en realidad la humanidad cambia poco, sólo se altera su apariencia. Las mismas pasiones que movían a la gente hace más de cien años, deben seguir impulsando las acciones de sus descendientes.

Los que van, los que vienen y los que se quedan (Medellín, Colombia)

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La gente que camina por la ciudad va y viene por las calles y los parques sin tener en cuenta la red de hilos invisibles que crean sus pasos. Algunas veces se detienen y junto con otros, que deciden hacerlo en el mismo momento, forman aglomeraciones que tal vez tengan la misma causa o que quizá sólo obedezcan a la casualidad. De forma simultánea y por las razones más anodinas o sin causa aparente se forman esos grupos que fijan su atención en determinado punto de la ciudad y de la misma forma se deshacen para congregarse de nuevo por algún otro suceso o deciden de pronto continuar con el camino que siguen sus vidas o las de los demás. La atención va y viene como los pasos de la gente, que parece moverse de un lado para otro tal vez con la esperanza de que la ciudad en cualquier momento se convierta en espectáculo: uno de esos performance que a veces hacen los artistas para sacar a los individuos de su ensimismamiento.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

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En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo. La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra. Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

Cóndores no se ven todos los días (Medellín, Colombia)

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Es casi imposible que exista un sólo habitante del Valle de Aburrá que haya visto alguna vez un cóndor desplegar sus alas sobre la ciudad, sin embargo los cóndores vigilan permanentemente desde las alturas el día a día de quienes caminan presurosos por las calles del centro. Apostado en entradas de edificios o erguido en la parte superior de muchos escudos de la república, el cóndor, ave emblemática de nuestro país, permanece inmutable a los cambios que con regularidad afectan la imagen de la ciudad. A pesar de que la mayoría de las personas ha dejado de percibir su silueta, la fuerza de su aspecto impresiona a los que miran con detenimiento las fachadas de ese centro, que todavía conserva algunos rincones de la vieja arquitectura. Su mirada penetrante y escudriñadora se fija con intensidad en el barullo permanente de las calles y los parques, como la de esta escultura que observa desde el dintel de la entrada al antiguo edificio de la Bolsa los ires y venires de la gente en el Parque

Edificio Henry (Medellín, Colombia)

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En Medellín conviven lado a lado arquitecturas de distintos estilos y distintas épocas, como da cuenta esta foto de un edificio clásico del centro de la ciudad, las ventanas que dan frente a la estación del metro cerradas. Sólo dos ventanas están abiertas, por donde se puede mirar directamente al cielo.