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Mostrando las entradas etiquetadas como parque Bolívar

La fuente del parque (Medellín, Colombia)

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Intemporal como el agua, esta fuente en medio del parque Bolívar refresca el aire cálido de los días que por esta época oprimen al transeúnte citadino con su calor. Y no sólo es la frescura del agua lo que atrae, es el movimiento incesante que ejerce, sobre la mayoría de las personas, un efecto apaciguador con su sonido cantarín.

La flor roja del carbonero (Medellín, Colombia)

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Cuando aquí se habla de flores exóticas uno siempre piensa en orquídeas, bromelias o aves del paraíso, de las que este país tiene bastantes especies. Pero no hay que olvidar esas otras que acompañan los paseos por los parques o los viajes por las avenidas de la ciudad, como esta flor de carbonero (Calliandra Haematocephala) conformada por cientos de filamentos de un rojo intenso. Nada más exótico que una flor cuyos pétalos evocan con su forma y su color esos pólipos que aparecen repentinamente en los arrecifes de los mares tropicales.

Cristal líquido (Medellín, Colombia)

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Uno de los aspectos más bellos del agua es su fluidez, de hecho gracias a esa característica es que se pueden crear obras de arte inigualables, aunque efímeras, como estas canastas que parecen de vidrio. Se le hace a uno difícil creer que estas formas aparentemente caprichosas del agua al caer, sean el resultado de un dispositivo circular que le da “forma” al líquido. Sería más emocionante imaginar a uno de esos incomparables maestros vidrieros de la antigua Venecia, abandonando de noche y subrepticiamente la famosa isla de Murano, por allá en los mil doscientos, para encontrar refugio en el mundo de la fantasía y las leyendas, donde se han fabricado todas esas joyas que a veces aparecen en los cuentos y en las novelas, y dedicarse allí a imprimir a estas pequeñas fuentes esa calidad de cristal, casi imposible de copiar en estos días donde los diseños simples al extremo dominan en casi todos los ámbitos.

Días de fiesta en la ciudad (Medellín, Colombia)

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Una multitud se reúne cada mes en el mercado de San Alejo, unos para comprar, otros para vender y muchos para satisfacer su curiosidad. En un día de fiesta se aglomera más gente en este lugar, esperando que sus expectativas de apropiarse de un poquito de felicidad se cumplan o al menos que sea posible encontrar algún suceso entretenido para olvidar la vida de todos los días, capaz de volver gris cualquier existencia. Hasta la fuente desaparece entre la multitud que se mueve sin descanso o que se detiene para escoger cualquier rumbo. Al fin y al cabo el desasosiego producido por la ciudad apenas si se calma un poco en medio de tanta gente.

Una vista clásica (Medellín, Colombia)

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Nada más clásico que tomar una foto de esta fuente en el parque Bolívar; hacerlo es como querer capturar una imagen del agua queriendo unirse al cielo o como documentar el paso de quienes al fondo entretejen a diario sus caminos con las de otros desconocidos. Esta fuente que ha estado allí durante décadas se ha ido convirtiendo, con el paso de los años, en una fuente muda, nadie la oye. Los ruidos de la ciudad silenciaron su canto hace mucho tiempo. Sólo les queda a los visitantes del parque ver cómo el agua juega siempre de la misma manera, circular e hipnótica, sin que se perciba ningún sonido.

Allá arriba (Medellín, Colombia)

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Allá en las alturas, a más de cinco o seis metros sobre el piso de un parque, no se debe sentir calor ni mucho menos la sensación de ahogo que a veces se percibe en la ciudad cuando el sol calienta las calles, las paredes y el aire y la gente decide salir a caminar o a aglomerarse en cualquier sitio. Allá arriba sólo debe sentirse el aleteo callado de los pájaros o la caricia del viento o seguramente el olor a humedad que desprenderán las hojas y los pequeños charcos que se formaron, durante esta temporada de lluvias, en el corazón de las bromelias que han crecido pegadas a los troncos. Estando allá arriba uno querrá solamente mirar el azul del cielo y las formas caprichosas de las nubes que juguetean mientras no hay un viento fuerte que se las lleve o la humedad no las vuelva tan pesadas que tengan que precipitarse sin remedio sobre la ciudad.

Una torre de novela (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad, donde los estilos arquitectónicos de diferentes partes del mundo y de distintos períodos históricos se combinan constantemente, se ven creaciones como esta torre que no estaría fuera de lugar en la plaza de uno de esos pueblos italianos dedicados durante siglos a la producción de vino. En uno de esos pueblos que se encuentran en algún recodo de los caminos recorridos por los viajeros que visitan la vieja Europa buscando, como lo hizo Goethe, un refinamiento espiritual que para muchos es imposible de hallar en su propio entorno. Pero con toda seguridad donde si es posible encontrarse con una torre como ésta es en una de esas novelas del siglo XIX como La cartuja de Parma donde el ocre parece acompañar cada página leída o porqué no en algún pueblo descrito por Ippolito Nievo en su extensa novela.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

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A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo. Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura. Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

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A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado. Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso. Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

Una multitud en el parque (Medellín, Colombia)

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"Un lugar con un montón de toldos donde usted puede encontrar lo que quiera". Esa es la definición más sencilla que he oído de lo que es el mercado de San Alejo. Allí la multitud se reúne cada primer sábado del mes para peregrinar por entre los toldos, a veces para ver los mismos objetos que han venido observando durante los últimos 20 años sin atreverse a llevárselos para la casa o simplemente para ver que novedades puede ofrecer el mundo de las artesanías. En todo caso, este parque se llena de vendedores y de posibles compradores para repetir el ritual del regateo tan extendido en esta ciudad de comerciantes. Algunas veces el marchante se va con la sospecha de haber sido esquilmado y otras se aleja pensando que ha hecho un buen negocio. De todas maneras este comercio, que recuerda los mercados de los pueblos de Antioquia, continua imperturbable a lo largo de las décadas.

La casa de la esquina (Medellín, Colombia)

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De qué material están hechas esas casas que resisten el paso del tiempo con tanta entereza. Los artesanos que las construyeron desde sus cimientos debieron poner tanto interés y esfuerzo en ellas, que de alguna manera sus emociones quedaron impregnadas en las paredes, en los tejados, en los balcones. Estos balcones a los que nadie dirige ya una mirada de interés fueron alguna vez el centro de atención de los paseantes. Allí se asomaron, a ver pasar la vida en el parque Bolívar, personas que tenían relación con la gente de mayor relevancia de esa vieja ciudad que se resiste a desaparecer entre el concreto de los nuevos edificios y el asfalto de las viejas calles renovado una y otra vez. El parque se cubre cada vez más con la frondosidad de unos árboles que tal vez fueron sembrados después de la época en que esta casa fue una de las más impresionantes de la ciudad. Estos balcones que han visto desaparecer árboles centenarios, apenas han sufrido deterioros que unas cuantas manos de pintur

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

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La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos. Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo. Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta. Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependie

La ilusión de la igualdad (Medellín, Colombia)

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El verde de estos uniformes que siempre se asocia con actividades de control, se relaciona en este caso con el impacto visual que producen los objetos cuando se repiten. Aunque en una primera mirada parece como si se estuviera viendo una serie de réplicas de una misma figura, las diferencias se hacen evidentes cuando se mira en detalle. Parece una de esas imágenes donde unos espejos se copian a sí mismos, alejándose y empequeñeciendo cada vez más para desaparecer en el infinito. Pero los detalles, siempre los detalles, rompen la ilusión: no son más que personas vestidas de la misma manera. Los uniformes generalmente crean la ilusión de igualdad pero hay que tener en cuenta que quienes los usan nunca son idénticos.

A la luz del atardecer (Medellín, Colombia)

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Quien haya leído a los autores que han escrito de ciudades tan memorables como Alejandría, o Estambul (en cualquiera de sus encarnaciones), de Kyoto o New Orleans, debe haberse dado cuenta de que hacen un énfasis especial en la particularidad de la luz de aquellas urbes, como si de alguna manera la naturaleza bendijera esos puntos de la geografía, con una luz distinta a la que puede bañar cualquier otro lugar de la tierra. Pero en esta ciudad, que cambia de colores constantemente según la hora del día y la calidad del cielo, la gente lleva a cabo sus actividades cotidianas indiferente a ese fenómeno que hace de esta villa otro de esos lugares privilegiados. Pocos se dan cuenta cuando el cielo en complicidad con el sol les cambia el color de la piel, o les intensifica ese tono cálido que adquieren las superficies a la luz rojiza o dorada del cielo, en los atardeceres, al que ni siquiera la palidez más recalcitrante puede resistirse.

A la hora precisa (Medellín, Colombia)

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De repente y sin preámbulos empezó a sonar una música tan inconfundible que descartó los demás sonidos de la ciudad, tan cotidianos que es necesario un gran esfuerzo para percibirlos. A la hora precisa empezó la banda y el ruido constante que nos acompaña siempre desapareció absorbido por el estruendo melodioso de las trompetas y los atabales. A la hora prevista atronaron el cielo del parque. Unas cuantas palomas distraídas levantaron el vuelo como si quisieran aumentar con su espanto desganado la fuerza del sonido. Los edificios se reflejaron en los cascos blancos mientras el aire vibraba en torno a las cabezas de los policías. En posición de firmes se dejaban llevar por la emoción que produce la intensidad medida de la música marcial. Pero no sólo impresionaba la potencia del sonido. Los contrastes también llamaban la atención: el frío brillo del cobre acariciado con ternura por la suavidad tibia e impecable de los guantes blancos. El color de barro cocido de la piel de uno de los tr

Una ojeada a la Metropolitana (Medellín, Colombia)

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La catedral de estilo románico conocida como la Metropolitana y situada en el parque Bolívar impresiona con su gran tamaño. Los miles de ladrillos que se emplearon para su construcción le dan ese aspecto particular con el que, tal vez inconscientemente, se han identificado durante décadas los constructores de las casas de adobe en los barrios de la ciudad. Como si su gran presencia hubiera influenciado la arquitectura de las laderas. La sabia combinación de volúmenes y líneas es tal vez el aspecto que más resalta en el exterior de esta iglesia. Otro bello edificio en el centro de la ciudad que llama la atención por la sencillez que caracteriza este estilo arquitectónico y que redunda en la proyección de tranquilidad en el entorno donde está ubicada.

Abanico (Medellín, Colombia)

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La brisa que a veces refresca las tardes calurosas de la ciudad es producida por abanicos como éste.

La oficina del parque (Medellín, Colombia)

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Negocios de todo tipo se realizan, a cualquier hora, en las grandes ciudades donde se deciden los destinos de millones de personas. Este hombre cuya oficina se encuentra al lado de un prado en un parque, asesora asuntos de los que quizá nadie tenga noticia. Tal vez por eso no se preocupa por la falta de clientela. Tarde o temprano alguien llegará con la pregunta que él y sólo él tiene la autoridad para responder.

Teatro Lido (Medellín, Colombia)

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Unas siluetas carnavalescas y medio picasianas bailan eternamente, mientras el cielo y los árboles se mezclan en los reflejos del vidrio, formando una escena que más que al cubismo se acerca a las imágenes paradójicas de los cuadros surrealistas. Como en un sueño ininterrumpido, los cristales de la fachada de este teatro, presagiaban las maravillas que se encontrarían dentro, cuando el edificio estaba consagrado al cine, a la proyección de ilusiones.

La pila de la Metropolitana (Medellín, Colombia)

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Dos ángeles barrocos e ingrávidos sostienen una pila de agua bendita a la entrada de una iglesia románica: la catedral Metropolitana de Medellín.