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Las paredes de una biblioteca (Medellín, Colombia)

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Como si fueran las paredes de un edificio en una de esas ciudades sumerias donde se inventó el primer método de registrar la palabra para ser leída, estos muros, vistos desde lejos, dan la sensación de tener una textura tan particular, que hace pensar en las marcas que dejaban las pequeñas cuñas de madera sobre la arcilla en los albores de la historia. No es difícil imaginar que si nos acercamos lo suficiente encontraríamos, en vez de adobes de superficie lisa, tabletas grabadas con la espectacular escritura cuneiforme. Esa escritura que desde antes del florecimiento de la antigua Babilonia marcó los caminos por donde se desbordaría la pasión que iban a abrazar millones de personas después de ellos: leer y escribir, desde lo más nimio como una lista hasta lo más sublime como un poema. Contemplando este edificio uno se pregunta si será posible que además de los libros que se encuentran en su interior, estos también hayan sido grabados en sus paredes exteriores.

Los planos inclinados del paisaje (Medellín, Colombia)

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La luz que entra al edificio de esta biblioteca por una serie de ventanas de forma tan llamativa y a la vez tan simple, se roba tanto la atención que hasta la gente se olvida del lugar donde se encuentra para permitir que la mirada se pierda en el paisaje. El norte de la ciudad que se ve a través de estas ventanas se convierte en parte de la arquitectura, como si a las paredes se les hubiera asignado el papel de enriquecer el espacio que contienen con la vista segmentada de algunas partes del valle que el aire de la mañana deja ver a lo lejos.

La humedad de la luz (Medellín, Colombia)

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La luz, que todo lo transforma a su antojo, decidió esta vez hacerles creer a los que observaran la superficie de este edificio, que por su exterior se filtraba el agua. Que la textura no era seca y áspera al tacto sino todo lo contrario, que la mano podría percibir el frescor de la humedad, como si sus paredes rezumaran agua, como si fueran las muros interiores de esos calabozos donde mantenían prisioneros a los héroes de las novelas del siglo diecinueve o a los navegantes que se cruzaron en las rutas de los corsarios que azolaban el Mediterráneo o el mar Caribe. Sólo que aquellas mazmorras adolecían de lo que en esta ciudad tenemos a raudales: luz. Aunque podría ser uno de esos acantilados que azota el mar incesante y que uno tiene que escalar de alguna manera para recuperar lo perdido en las aventuras por las que ha pasado en la vida. La verdad es que todo eso hace la luz: convertir una superficie seca en una húmeda o poner a desvariar a la gente pensando que los muros exteriores de

Claroscuro (Medellín, Colombia)

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Es innegable que esta ventana compite con el paisaje que se puede ver a través de ella. La ciudad se extiende lánguidamente por las laderas hasta difuminarse por completo en la bruma de la mañana, pero eso al observador le pasa casi desapercibido porque su mirada se ha quedado detenida en la hermosa composición de tubos, que como fuertes trazos de tinta, se entretejen dándole a la luz una calidad que recuerda los cuadros de Rembrandt o de los pintores tremendistas españoles donde la luz aparece, no para develar la realidad sino para agregarle misterio y dramatismo a lo que se representa. Nada más adecuado para una biblioteca donde por principio se pueden rastrear todas las respuestas, todas las aventuras o todos los enigmas. No parece una ventana para ver al otro lado, sino para mirar hacia adentro. Las imágenes que se perciben al fondo sólo sirven para resaltar la necesidad que se tiene de buscar la luz no sólo en el exterior.

Cuadros de una exposición (Medellín, Colombia)

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Las trece secciones en que estas ventanas dividen la pared, aíslan diferentes aspectos de un sector de la ciudad. Cada una de ellas parece una imagen en sí misma, sin ninguna relación con las demás. Hasta podría decirse que estas imágenes son un muestrario de la riqueza visual de los barrios de la ciudad, tan variada que su estilo, color y textura puede cambiar drásticamente en unos cuantos metros. Muchas veces sin solución de continuidad. Por eso no es de extrañar que el observador desprevenido se engañe y crea que en vez de ventanas, está frente a una exposición de fotografías, que reúne en un espacio reducido lugares distantes y distintos de la misma ciudad.