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Un detalle de La vida

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Es posible que la imagen de este rostro enigmático tallado en la piedra le resulte poco familiar a la gente de Medellín. Quizá pensarán que se trata de la fotografía de alguna diosa egipcia tomada en un tour de esos que se hacen por las riveras del Nilo o de una deidad tallada en la pared de un templo de Tailandia o del Japón. Pero no, no hay que ir tan lejos para contemplarlo directamente. Basta con observar con cuidado la escultura La vida   (Tentación del hombre infinito) del escultor antioqueño Rodrigo Arenas Betancur que, oficialmente desde el 11 de julio de 1974, se levanta en los jardines de Suramericana, aquí mismo en la ciudad; cerca del río y de la calle Colombia.

Llueve y llueve

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Llueve y llueve (…) sobre los pardos tejados… llueve; dice en una canción Joan Manuel Serrat evocando en el ánimo una nostalgia indefinida, como la que produce en este caso la lluvia que vuelve impreciso todo lo que se ve desde detrás del acrílico de una cabina de metrocable. A la visión extraña de contemplar la ciudad desde la perspectiva de los pájaros se le añade el toque impresionista de las gotas de agua que resbalan por la superficie transparente, desdibujando o suavizando un panorama que cada día se vuelve más familiar para los nuevos viajeros que diariamente hacen este recorrido por el aire en el noroccidente de la ciudad.

Tu reflejo me confunde

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La realidad esta llena de ilusiones visuales y a veces éstas se manifiestan de una manera tan palpable que no se puede dejar de registrarlas para alargar el asombro o simplemente para que entren a formar parte del infinito cúmulo de eventos curiosos, que en la mayoría de los casos no nos cambian la vida, al menos  significativamente.

¡Qué nota!

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Un instante (Medellín, Colombia)

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Tal vez la soledad de Junín en ese momento fue algo momentáneo, quizá volvió a llenarse al minuto siguiente pues el sentido común parece que sí ha abandonado las calles, como sucede con esos lugares de la ciudad donde la celebración de eventos casi siempre anodinos continúa. A diferencia de lo que sucede en el cuento de Edgar Alan Poe, La máscara de la muerte roja, la fiesta no la hace sólo el potentado sino también la gente del común para quienes el ruido y las aglomeraciones es algo vital, como sucede con esas bullangueras colonias de periquitos que sobrevuelan la ciudad haciendo sentir su presencia mimetizada en el verde de los árboles, indiferentes a cualquier acecho; pero la muerte sigue ahí, alerta, como un gato, provista ahora de un arma mucho más ominosa por imperceptible.

Interiores II (Medellín, Colombia)

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Hasta hace unas cuantas semanas esta escala de un edificio en Medellín presentaba este aspecto ( como una especie de premonición de lo que pasaría después en la ciudad) , ajena a la masa de personas que subían y bajaban en los ascensores. Hoy, en el exterior, las calles empiezan a llenarse de nuevo. Pero esta escala seguirá representando como una metáfora arquitectónica el interior de cada ser humano que debe adentrarse profundamente para reconocerse. Pero casi nadie lo hace, muy pocos quieren enfrentarse con su propia soledad.

En esta tarde gris (Medellín, Colombia)

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Algo tiene la lluvia que transforma las imágenes corrientes en escenas cargadas de simbolismo. El rojo de unas sillas y una mesa de plástico combinado con el gris del piso mojado y el verde de la vegetación hace pensar al observador en un fotograma de una vieja película donde los protagonistas acaban de separarse para siempre. Quizá se deba a la melancolía que evoca la lluvia que medio se adivina o al abandono de los muebles a la intemperie en un lugar solitario y silencioso mientras la ciudad sigue agitada a su alrededor y el frío cubre todas las superficies.

Sí hay camino (Medellín, Colombia)

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Hoy es tan seductor montar en tranvía como caminar por la calle Ayacucho, solos o conversando con los amigos o llevando en la memoria otras caminadas con otras amistades, que quizá ya no estén cerca; aquellos con los que subimos y bajamos muchas veces por los andenes estrechos o montados en los viejos buses destartalados y veloces mirando sin ver las viejas fachadas. Algunas aún se conservan, las otras dieron paso a paredones impersonales, al aspecto anónimo de edificios recién construidos o al comercio desmesurado. La calle Ayacucho por donde han pasado y pasan tantas emociones ha dejado de ser calle para convertirse en viaducto. Sin embargo, continúa siendo la ruta diaria de los que habitan el centro oriente de la ciudad; de los que trasiegan a pie o en tranvía un camino que se ha  convertido además en atractivo turístico .

La última visita (Medellín, Colombia)

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Después de los paseos incesantes de las hormigas que acompañaron todo el proceso de la orquídea desde antes de empezar a despuntar su capullo, y después de que se hubieran ido en busca de otras fuentes de alimento o de asombro, llega la última visita. Un abejorro grande y sano aparece colgado de sus alas para despedir a la flor que lo esperó para dar por terminado su ciclo, para entregarle esos deseos de volar que su forma atestigua. El abejorro dorado, negro y amarillo llega para rondarla en una especie de danza de cortejo y cuando por fin la abraza permanecerá allí apenas unos momentos, espaciados  cada uno de ellos por otros vuelos, por otras danzas. Luego partirá para buscar flores quizá menos espectaculares, pero más generosas. Pero volverá. Cuando renazcan otras orquídeas repetirá la sucesión de giros, danzas y abrazos; una tarea que tal vez sea un requisito imprescindible para asegurar que en el futuro habrá más orquídeas y él pueda regresar o para que lo hagan otros abej