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Lo mejor del verano (Medellín, Colombia)

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En las épocas de calor cada amanecer es una fiesta para los ojos, sobre todo cuando uno vive entre los Andes donde el horizonte siempre se ve limitado por montañas. Será por eso que el tono que adquieren el cielo y las nubes por estos días le recuerdan con nostalgia, a los que han visitado el mar, la vastedad del océano y la inmensidad del cielo. A pesar del calor que anuncian estos colores para el día que comienza, siempre es más atrayente el etéreo azul del verano que el pesado gris del invierno.

Telón de fondo (Medellín, Colombia)

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Hay imágenes de esta ciudad que le hacen creer al observador desprevenido en la posibilidad de dominar el paisaje. Son tantas las construcciones en la mayoría de las laderas de algunos sectores de este valle que ya ni siquiera se piensa en que puedan ser un obstáculo para su crecimiento. Sin embargo cuando se mira hacia el occidente se pueden ver las montañas tan imperturbables como siempre. La marea de casas y edificios apenas ha empezado a invadirlas. Pero si se tiene en cuenta la manera como el norte y todo el oriente fue invadido hace tiempo no es difícil predecir lo que va a pasar. Por ahora sólo queda disfrutar de este imponente telón de fondo formado por estas montañas, que a pesar de todo siguen siendo una característica inconfundible de la ciudad.

Una vista de todos los días (Medellín, Colombia)

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Para los que vivimos en esta ciudad esta es una imagen tan conocida que nunca nos asombra. Las casas y pequeños edificios que cubren las lomas alrededor del valle fueron apareciendo lentamente y se tomaron esas superficies sin que apenas nos diéramos cuenta; dándole a las montañas milenarias ese tono ocre tan característico del adobe. Sin embargo todavía se ve, a lo lejos, el familiar perfil verde que rodea esta depresión en medio de los Andes. Y es que lo cotidiano se vuelve tan familiar que tiende a desaparecer de nuestra mirada. Pero para quienes vienen por primera vez a esta ciudad o para aquellos que la visitan de vez en cuando, siempre será motivo de asombro contemplar un fenómeno arquitectónico que a nosotros nos parece tan natural.

Las alas rotas (Medellín, Colombia)

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Una escultura a la que sus autores le dieron el título de Búsqueda, parece atravesar los cielos de la ciudad. Quien vea esta bandada de pájaros de hierro y vidrio puede suponer cualquier motivo para su incansable vuelo. Entre las infinitas posibilidades que a uno se le ocurren, una de ellas podría ser que vuelan a la caza de la verdadera ciudad que palpita detrás de toda la verbosidad publicitaria de los medios de comunicación. Se quiere hacer creer a quienes visitan esta Bella Villa y a quienes la habitan que con palabras se puede esconder la realidad dura que llevan en su seno todas las ciudades colombianas. Por ahora ha sido infructuosa la pesquisa, algunas de las aves hasta se han roto las alas en su recorrido incesante, otras han desaparecido, pero ellas como los que vivimos en este valle sabemos que la verdadera realidad no se puede construir con discursos y que a pesar de las mentiras institucionales surge en los lugares más inesperados.

Arquitectura de montaña (Medellín, Colombia)

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En el estrecho valle donde se asienta esta ciudad muchos de los barrios que la componen han sido construidos sobre las laderas de las montañas que forman una geografía difícil pero conquistable al parecer. Si uno se deja llevar por la imagen que se ve en algunos sectores de esta ciudad, donde las casas se apeñuscan unas contra otras, podría llegar a pensar que se ha desarrollado en ellos un urbanismo orgánico en el que las viviendas se han adaptado perfectamente a los accidentes de la superficie. Pero la realidad es que esta forma de distribuir el suelo obedece más a la necesidad que al respeto por la geografía. Las escalas interminables, las calles retorcidas y empinadas no favorecen al habitante de estas laderas. Aun así las construcciones se suceden sin interrupción causando admiración a quienes se pasean por allí en plan de turistas, inconscientes de lo que puede significar vivir en estos lugares día tras día.

Árboles, edificios y montañas (Medellín, Colombia)

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Mientras la luz trata, sin conseguirlo, de deshacer las montañas que enmarcan este valle los árboles le dan sombra a las calles de un sector de la ciudad. La cordillera parece a punto de desaparecer como si fuera parte de un espejismo anclado en nuestra mirada sólo por la silueta de los edificios. Y el verde de la vegetación recorta a contraluz un paisaje de ciudad del futuro donde la naturaleza se presenta en primer plano.

Tormenta en occidente (Medellín, Colombia)

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Las nubes se reunieron esa tarde, como lo hacen en una novela del siglo XIX para una escena dramática, presagiando una gran tormenta. Parece como si los truenos se pudieran escuchar mientras las casas y los edificios levantados sobre las laderas se preparan para el gran evento: una de esas tempestades que a veces castigan la ciudad. El tiempo impredecible en estas montañas nos regala imágenes como ésta donde la fuerza de la naturaleza es más que evidente.

Sol de la tarde (Medellín, Colombia)

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No era una tarde tan soleada como las que se suelen ver en la ciudad, sin embargo la luz que se reflejaba en los edificios, el cielo apenas matizado por girones de nubes y el tráfico pesado de las calles hacían sentir como si fuera una de esas tardes de verano que a veces nos agobian en el valle. Al fondo las infaltables montañas servían de telón al paisaje urbano al que estamos acostumbrados a ver desde las laderas de occidente. Y como siempre el viajero, y hasta el habitante de “toda la vida” de este valle, comprueban una y otra vez (en una imagen cotidiana) el dinamismo de esta ciudad perdida, aparentemente, entre las montañas de la cordillera de los Andes bajo el sol de la tarde y un cielo azul.

Al sol (Medellín, Colombia)

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Un barrio de la ciudad languidece al sol y la gente permanece a cubierto del fuerte calor que por estos días, a comienzos del año, calienta las calles. La vida de las personas permanece en estado de hibernación parcial mientras llega la hora del almuerzo. El movimiento de una calle normal parece haber desaparecido por cuenta del calor y de la época del año. Una imagen de tranquilidad que no se asemeja a la corriente vital que anima las calles en los barrios. Es como un respiro que se toma la misma ciudad en su incesante movimiento diurno. Al fondo, como siempre, las montañas tutelares cuidan de la urbe, impasibles, mientras ésta se entrega a un descanso aparente.

Panorama desde occidente

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Parado en algún lugar del occidente de la ciudad se puede ver esta panorámica que aunque impresiona no refleja toda la extensión de la ciudad. Es una imagen del valle, a la que le falta una gran parte de la urbe que se estira como una planta trepadora que busca donde asirse para encontrar asidero; aunque a veces se estira hacia las laderas donde lo agreste del terreno le impide medrar con verdadero éxito. Sin embargo, cuando uno la mira de lejos el impacto es el mismo, así la vea incompleta. Tal vez porque siempre impresiona el contraste entre los edificios y las montañas.

Torres fuera de tiempo (Medellín, Colombia)

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Una chimenea que nos remite a una novela de Charles Dickens combina perfectamente con una torre de iglesia que parece sacada de una novela de Víctor Hugo; y las dos parecen fuera de tiempo si se comparan con las modernas torres de apartamentos que se ven a lo lejos. Es que en esta ciudad se ajustan lo antiguo y lo moderno sin solución de continuidad. Tal vez el único elemento común sea el de las montañas que siempre aparecen en el paisaje. A unas imágenes del siglo XVIII le sirven de fondo otras de esta época como una película anacrónica donde hasta los vidrios de las ventanas engañan al ojo, haciéndole creer que copian, nítidamente, la torre de la iglesia, cuando en realidad lo único que hacen es dejar ver parte de las dos torres posteriores de la iglesia a través del reflejo en su superficie de unos edificios.

Las montañas inconquistables (Medellín, Colombia)

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Estas montañas que se ven tan cercanas están verdaderamente lejos, se nota por la difusa imagen que la neblina o la contaminación les da. Sin embargo la ciudad parece acercarse con decisión a ellas, pero pese al asedio constante que ejerce sobre las montañas que la rodean hay lugares que afortunadamente nunca podrá conquistar. Son tan escarpadas sus superficies que estas montañas pueden estar tranquilas, los bosques que las cubren seguirán allí por muchos siglos. La única fuerza capaz de cambiar su apariencia sería la de un terremoto. Los habitantes de esta ciudad deberían estar agradecidos de la protección que dan estas montañas tan altas y tan inaccesibles; así la vegetación no corre peligro de ser asaltada por las urbanizaciones o las invasiones, que para el caso es lo mismo.

Un soplo de aire nuevo (Medellín, Colombia)

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La imagen de una ciudad vacía es para quienes viven en ella un soplo de aire nuevo. Aunque la imagen de las multitudes y el tránsito caótico e imposible de todos los días permanece en la retina siempre. Pero ese día hasta la limpidez del cielo y la nitidez del aire contribuyeron para ver el paisaje urbano con total claridad. Así es esta ciudad, siempre sorprendente para los que viven en ella y la saben mirar o para aquellos que deciden pasar unos días entre sus montañas.

Entre lluvia y columnas (Medellín, Colombia)

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El viejo edificio Carré se destaca enmarcado entre las montañas lejanas y las columnas que en un primer plano se mezclan con el bambú. Esta edificación centenaria se ha convertido en un elemento que enriquece la apariencia de este sector de la ciudad, atestado de vehículos y gente. En el centro de la plaza unas columnas se elevan contra el cielo gris matizadas por el bambú, mientras que el edificio, en una esquina, levanta su aspecto distinguido con la nobleza que dan la belleza y los años. Las montañas que acompañan casi todas las imágenes de esta ciudad se desdibujan con la lluvia que por estos días acompaña todas las tardes hasta hace poco tan soleadas.

Una foto de esas (Medellín, Colombia)

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Una imagen de esas donde al principio uno no sabe en qué ciudad se encuentra. Como si las ciudades compartieran ciertas características que las vuelven comunes a todos los seres citadinos que existen en la tierra. Podría ser un lugar tranquilo y retirado de la agitada Hong Kong o de alguna de esas ciudades europeas o latinoamericanas construidas cerca a cualquier montaña. Aunque en realidad ese perfil del fondo sólo puede aparecer en una foto que se tome en este valle. Es posible que hasta a los habitantes “nacidos y criados” aquí se les dificulte descubrir la ubicación de esta fotografía, pero esa es la idea, que cada uno mire su ciudad más de una vez para que nadie lo sorprenda con fotos como ésta.

El fluir de las historias (Medellín, Colombia)

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No hace falta ser escritor para ir acumulando al pasar por las calles de esta ciudad historias que sorprenden o que repiten el humano hacer de todos los días. Tal vez sea una característica de las ciudades latinoamericanas, o quizá sólo de las colombianas, pero en los barrios donde las vidas de las personas se tejen en las calles y hasta con los cables que atraviesan el cielo, pasan tantas cosas a cada momento que es difícil centrar la atención en un suceso en particular, sin dejar de sentir que se está dejando de lado un acontecimiento trascendental; son tantas las cosas que suceden simultáneamente. Son tantos los indicios que podrían seguirse para llegar a encontrarse con un relato sui géneris o tal vez uno común y corriente, pero que por ser tan habitual podría llegar a resumir la existencia de muchos seres humanos. En fin en las calles de estos barrios que tapizan las montañas de la ciudad la sensación de vida es sobrecogedora y uno se atreve a pensar que seguirá así hasta e

Panoramas cotidianos (Medellín, Colombia)

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Esas panorámicas de la ciudad que se escabullen por entre las casas y los alambres de la energía eléctrica son las que acompañan a diario a la mayoría de sus habitantes: la ciudad que en los momentos de aire transparente, después de un aguacero, se ve tan cercana; la ciudad inasible que se interna por entre los recovecos que forman las montañas que la rodean. Esa ciudad es la nuestra, la de los edificios modernos pero también la de las casas que de manera inverosímil se aferran a las laderas desafiando las leyes de la lógica y la gravedad. Esas casas que se inclinan o se sostienen verticales e impertérritas, como si se asomaran ellas también para mirar el espejismo de El Centro y sus alrededores, iluminado a veces por el sol como si fuera un reflector que resaltara una joya o una obra de arte en un museo.

Calle abajo (Medellín, Colombia)

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Esas calles que se pegan a las lomas con dificultad, que se pierden en una curva o bajo los árboles han sido trasegadas infinidad de veces y son como el agua que fluye y corre irregularmente por entre las casas. Por una de esas calles dos amigos se dejan arrastrar por la conversación y por la inercia del movimiento que impulsa sus cuerpos hacia abajo, entregados a uno de esos placeres sencillos que todavía perviven en la ciudad: hablar por hablar o para dilucidar cualquier idea o simplemente para escuchar la propia voz y saberse vivo y acompañado. Aunque no siempre son las palabras las que importan, también el silencio tiene su papel, siendo a veces mucho más valioso que el sonido. Al fondo las montañas, como el perpetuo telón de todo cuanto pasa en la ciudad, esperan el día que ojalá esté lejano o nunca llegue, en que su propia superficie estará atravesada también por el asfalto, que en ocasiones recuerda vívidamente la forma y la textura de las cicatrices.

Las montañas invisibles (Medellín, Colombia)

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Ni siquiera desde las ventanas de los edificios altos las montañas se convierten para el habitante de esta ciudad en un elemento que le llame la atención. Casi siempre la mirada se queda en el primer plano que se le presenta ante los ojos. Es como si la gente quisiera ignorar la majestad de las montañas y esperara que en cualquier momento desaparecieran y el horizonte de la ciudad se extendiera. Hasta hay quienes se atreven a decir que por culpa de esas montañas los que viven aquí adolecen de una estrechez de miras que se explica por la falta de un amplio horizonte geográfico. Pero tal vez se olvidan, los que así piensan, que han sido las montañas las que han templado el carácter de quienes se han propuesto vencer los obstáculos que se les presentan en la vida. Aunque para la mayoría estas montañas sean invisibles, es innegable que su presencia ejerce bastante influencia en los que vivimos bajo su férula.

Rojo y negro (Medellín, Colombia)

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Sobre los tejados de la ciudad y con el telón de fondo de las montañas y el cielo es posible ver un edificio pintado de forma llamativa. Acaso esta combinación estrafalaria sea una referencia a Stendhal, pensada por algún lector interesado en la literatura del siglo XIX. Tal vez algún heredero del escritor francés llegó a esta ciudad y decidió hacerle un homenaje a su antepasado. O porqué no, un descendiente de Julián Sorel creyó que la mejor manera de recordarle al mundo las hazañas de este personaje sería pintando un edificio. Aunque la realidad no debe ser tan maravillosa, lo más seguro es que el dueño de este inmueble, que por cierto es un hotel, debe ser una persona con un extraño sentido de la decoración, que nunca ha oído mencionar las aventuras y desventuras del joven protagonista de la novela Rojo y negro .