Bajo la tutela de una escultura alusiva a los
legendarios silleteros se desarrolla una escena que, con algunas variantes,
debe repetirse todos los domingos en este pequeño parque. Las infaltables
comadres se ponen al día mientras un sol parco les permite, como a los
compradores de baratijas, regodearse con el buen clima en una zona de la ciudad
generalmente fría. Artesanos de todas las condiciones ofrecen sus mercancías
mientras alrededor de la placita la gente que recién sale de misa se dirige a
sus casas o a los restaurantes aledaños y personajes de trazas diferentes van y
vienen dando un color especial al lugar.
Un
domingo apacible en un corregimiento de la ciudad que cada vez se convierte en
destino de turistas locales y hasta foráneos. Quizá porque la tranquilidad se
ha vuelto un lujo en una ciudad donde el ruido y la velocidad dominan la
cotidianidad de todo el mundo.