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Mirar al cielo (Medellín, Colombia)

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Pocas veces se nos ocurre mirar al cielo cuando recorremos El Centro. No es fácil abstraerse del ruido, de la gente que camina apresuradamente, del smog, en fin de todo lo que caracteriza una ciudad. Aunque a esta le faltan los rascacielos que dibujan el perfil de las metrópolis, no adolece de las multitudes que recorren con prisa las calles como si de verdad tuvieran un destino definido, arrastrando cualquier obstáculo. Pero mirar al cielo, aunque para algunos pueda significar mirar al vacío y sobre todo cuando el azul profundo -tan característico de este valle- no está alterado por el smog o por las nubes que se apoderan de todo el espacio, a veces trae sorpresas como ésta: un avión solitario, silencioso, que se desplaza subrepticiamente. Ignorado por todos menos por quienes abandonan o regresan en él a la ciudad que, donde vayan, siempre está con ellos.

Estructuras inquietantes (Medellín, Colombia)

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Una enorme estructura de esas que pululan en la ciudad parece arrastrar su cuerpo por entre bosques, edificios y bordear el río o tal vez abrevar allí una sed desmesurada. Le hace recordar a uno esas series televisivas que traían del Japón, donde monstruos antediluvianos se internaban por ciudades indefensas y desbarataban edificios de cartón piedra para arrojarse por último al mar, después de una feroz batalla con el héroe de turno. Aunque no se parece a ninguno de esos godzillas, esta estación del Metro si se asemeja a un insecto de tamaño gigante, que en cualquier momento puede despertar para devorar también lo que encuentre a su paso. Desafortunadamente no existen héroes en esta ciudad que pudieran hacerle frente y obligarlo a desaparecer en el río. Es sólo una estación, pero la perspectiva aérea le hace a uno “volar” la imaginación y sentirse un tanto inquieto.

De vuelta a a casa (Medellín, Colombia)

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Ni la luz rojiza del atardecer, ni el ruido de los motores, ni mucho menos los susurros contenidos de los pasajeros que disimulan el susto que les produce en el ánimo el giro cerrado del avión al enfilar hacia la pista, opacan la emoción que da regresar a casa. Hasta el aire parece de una textura distinta y el cuerpo se prepara para sentir otra vez la temperatura justa que parece hecha a la medida de cada habitante de este valle. Aunque los sentidos recuerden el agite de la ciudad, desde el cielo ésta se ve tranquila como una maqueta. Con esa distribución definitiva que deciden los arquitectos, donde todo, hasta los árboles, tiene una razón de peso para hallarse en el lugar que le corresponde.