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Llueve y llueve

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Llueve y llueve (…) sobre los pardos tejados… llueve; dice en una canción Joan Manuel Serrat evocando en el ánimo una nostalgia indefinida, como la que produce en este caso la lluvia que vuelve impreciso todo lo que se ve desde detrás del acrílico de una cabina de metrocable. A la visión extraña de contemplar la ciudad desde la perspectiva de los pájaros se le añade el toque impresionista de las gotas de agua que resbalan por la superficie transparente, desdibujando o suavizando un panorama que cada día se vuelve más familiar para los nuevos viajeros que diariamente hacen este recorrido por el aire en el noroccidente de la ciudad.

Tu reflejo me confunde

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La realidad esta llena de ilusiones visuales y a veces éstas se manifiestan de una manera tan palpable que no se puede dejar de registrarlas para alargar el asombro o simplemente para que entren a formar parte del infinito cúmulo de eventos curiosos, que en la mayoría de los casos no nos cambian la vida, al menos  significativamente.

En esta tarde gris (Medellín, Colombia)

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Algo tiene la lluvia que transforma las imágenes corrientes en escenas cargadas de simbolismo. El rojo de unas sillas y una mesa de plástico combinado con el gris del piso mojado y el verde de la vegetación hace pensar al observador en un fotograma de una vieja película donde los protagonistas acaban de separarse para siempre. Quizá se deba a la melancolía que evoca la lluvia que medio se adivina o al abandono de los muebles a la intemperie en un lugar solitario y silencioso mientras la ciudad sigue agitada a su alrededor y el frío cubre todas las superficies.

Gotas de lluvia (Medellín, Colombia)

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Nada más fotográfico que unas cuantas gotas de lluvia salpicando cualquier superficie. Sobre todo si esa superficie es la de las flores. Plantas y árboles no dejan de florecer en esta ciudad, donde la necesidad de algunos de cubrir la tierra con pavimento o concreto no ha podido erradicar la naturaleza que se cuela por cualquier tarjadura de los andenes o permanece en los patios de las casas que se parecen, por la variedad de especies que se cultivan en ellos, a los santuarios de alguna deidad telúrica.

Entre lluvia y columnas (Medellín, Colombia)

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El viejo edificio Carré se destaca enmarcado entre las montañas lejanas y las columnas que en un primer plano se mezclan con el bambú. Esta edificación centenaria se ha convertido en un elemento que enriquece la apariencia de este sector de la ciudad, atestado de vehículos y gente. En el centro de la plaza unas columnas se elevan contra el cielo gris matizadas por el bambú, mientras que el edificio, en una esquina, levanta su aspecto distinguido con la nobleza que dan la belleza y los años. Las montañas que acompañan casi todas las imágenes de esta ciudad se desdibujan con la lluvia que por estos días acompaña todas las tardes hasta hace poco tan soleadas.

Un velo de agua (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad como en cualquier lugar del mundo los elementos se confabulan, a veces, para hacerle sentir a uno la pequeñez del ser humano frente a la naturaleza. En esta ciudad de mañanas soleadas y tardes calurosas, en este valle donde casi siempre el aire es suave y te acaricia, puede suceder que todas las furias del cielo se desaten y aunque las tormentas que nos azotan no se puedan comparar con los monzones que asolan otros parajes del globo, si difuminan dramáticamente la silueta que vemos recortada contra las montañas todos los días. Uno cree de verdad que nunca más volverá a ver a través de ese aire que todavía conserva algo de la transparencia que vieron los primeros exploradores hace más de trescientos años cuando se asomaron a este valle. Aunque la experiencia nos dice que todas las tormentas acaban tarde o temprano, el temor a que la ciudad permanezca tras ese velo de agua siempre nos atemoriza.

Guardianes del tiempo (Medellín, Colombia)

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Esta imagen que asalta la mirada de todos los que transitan por la Avenida San Juan a la altura de la Alpujarra tiene algo de inquietante, sobre todo cuando en el cielo no se aprecian señales de lluvia como tampoco luce un sol de esos agobiantes que suelen campear en los cielos de la ciudad. Uno se pregunta qué hacen estas representaciones de paseantes con sombrilla o paraguas que para el caso es lo mismo. Es como si ejecutaran algún tipo de danza atávica necesaria para la tribu, pero lo que uno no sabe es si evocan la lluvia o están allí para que no venga y asole la ciudad. Quizá pertenezcan a algún tipo de vieja cofradía de origen agrario, nacida en esas épocas cuando la aparición de las lluvias en temporadas específicas del año era determinante para la supervivencia de la comunidad. Independientemente de nuestro conocimiento sobre sus motivaciones, siguen allí moviéndose de un lado para otro con esa velocidad inverosímil de las esculturas que nos hacen creer que nunca se mueven y qu

Un balcón en La Oriental (Medellín, Colombia)

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Un lugar desde donde se puede ver pasar la vida acelerada de esta ciudad. Ver como los carros y la gente se dirigen con prisa hacia destinos desconocidos, ajenos a la imagen que adquieren las cosas después de un aguacero. Acaba de pasar y todavía el pavimento tiene este tono gris brillante como si la superficie hubiera sido barnizada. Pero nadie se fija en ello. Desde este balcón, a esta hora, hasta el fárrago de la avenida adquiere cierta calidad de fenómeno atractivo, como si por un momento el vidrio y las gotas de agua, que no quieren evaporarse, nos hubieran convertido en turistas de nuestro propio entorno. Ese vidrio húmedo parece que nos hubiera provisto de la distancia tan necesaria, casi siempre, para contemplar la realidad que nos rodea con un poco de objetividad, con menos apasionamiento.

Una tarde de lluvia, una calle cualquiera (Medellín, Colombia)

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Esa tarde nadie cantaba bajo la lluvia y los pocos que transitaban por allí sólo pensaban en escamparse. La ciudad se veía casi abandonada como si cada gota hubiera hecho desaparecer una persona. Contra las paredes, se recostaban los pocos que no habían mirado al cielo y por lo tanto no se habían dado cuenta de lo que se estaba preparando allá arriba: una tormenta que se precipitaría sobre la ciudad con toda su fuerza; de esas que le hacen a uno desear no volver a salir de la casa. Mientras el agua se encargaba de lavar el aire, los adoquines y el piso de los andenes, la gente se dedicaba a quejarse por lo bajo del mal tiempo y de la inconveniencia del invierno. Qué no dieran por un rayo de sol, aunque fuera de esos que queman la piel como si pretendiera marcarlo a uno de por vida. En fin, quizá entre los que se le escabullían al agua estuvieran escampándose dos soñando con un lugar seco sólo para ellos y sin sospechar que esa tarde pasaría a ser otro más de los recuerdos que algún día

Tarde de lluvia (Medellín, Colombia)

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Uno de esos aguaceros inesperados que sorprenden a la gente y la inmoviliza debajo de cualquier marquesina o saledizo, nos obligó a permanecer durante un rato en una esquina del centro mientras el agua se precipitaba con fuerza sobre la ciudad y la desdibujaba. Era como si la lluvia quisiera derretir los edificios, los árboles y a la gente que se atrevía a cruzar las calles sin protegerse siquiera debajo de un paraguas. Frente a nosotros estas ventanas cúbicas de vidrio y concreto soportaban el golpeteo solemne y monótono de la lluvia. Imperturbables, como los ojos de los hipnotizados, se asomaban al vacío como si quisieran seguir en su caída a las gotas de agua. Sin embargo las superficies que conforman los volúmenes y los perfiles de la ciudad resisten casi siempre, no dejan que la fuerza del agua los desmorone fácilmente. Tal vez la esperanza de volver a ver el sol impide que todas las cosas sucumban a la violencia de los elementos.

Nubes en oriente (Medellín, Colombia)

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Otra panorámica de esta ciudad que cambia constantemente según el ángulo desde donde se la mire. Una ciudad distinta cada vez que el objetivo de la cámara se dispara o cada vez que una persona se detiene y la observa con detenimiento. Siempre aparecen nuevas facetas que sorprenden o inquietan en este lugar asentado entre montañas. Este sector del oriente de la ciudad que a lo lejos se corona de nubes, por donde los barrios se adentran cada vez más en las montañas, es donde casi siempre se anuncian primero las lluvias que caerán después en el centro y en otros sectores del valle. Es un espectáculo magnífico ver como las grandes masas de vapor de agua, se concentran para después caer en ráfagas agitadas por el viento o precipitarse lentamente sobre todas las superficies. Aunque pocos se preocupan por la belleza del cielo mientras buscan guarecerse del agua, este siempre matiza con su luz el color de la ciudad.