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La serenata de los indios (Medellín, Colombia)


Esas canciones clásicas como dust in the wind, los sonidos del silencio o el cóndor pasa, de las que se han escuchado tantas versiones, se apoderan de cualquier calle cuando el sonido de las flautas, las quenas o las zampoñas opaca la usual cacofonía de la ciudad.
Algunos creen que es música clásica la que oyen, otros evocan esos días de los setenta cuando la “música latinoamericana” se adueñaba de todos los lugares donde hubiera universitarios.
Ahora esas tonadas, vacías de cualquier significado, se encuentran en una esquina, debajo de algún árbol o a la entrada de un almacén invitando a los transeúntes para que se dejen seducir por la profusión de mercancías.
El aspecto de los músicos, ataviados con una combinación incongruente de vestiduras, hace pensar en ese sincretismo del que tanto se habla cuando aparecen manifestaciones culturales que mezclan diferentes orígenes.
Sin embargo estas imágenes se podrían relacionar más fácilmente con alguna leyenda urbana, donde los maniquíes cobren vida en las noches y recorran la ciudad buscando a quienes durante el día alegraron sus almas de muñeca.

Los testigos (Medellín, Colombia)

En una ciudad hay tantos acontecimientos simultáneos que es imposible darse cuenta de la mayoría de ellos.
Una persona común y corriente se enterará durante un día normal de un uno por ciento de todos los hechos relevantes para la ciudad. Claro que no se incluyen en ese estimado los sucesos individuales o particulares que sólo involucran e interesan a un pequeño grupo de personas.
A veces se levanta la mirada para ver un cielo huérfano de nubes y los ojos se encuentran con las aristas de un edificio blanco que se recorta contra el azul. Pero su imagen se desdibuja para el observador cuando repara en las cabezas que sobresalen del borde de una terraza.
De espaldas a la calle los dueños de estas cabezas muestran un interés absoluto en lo que está sucediendo frente a ellos. Quizá están siendo testigos de algún ritual sólo conocido por los maniquíes y que debe llevarse a cabo bajo un cielo despejado y de un azul tan puro como los cielos que cobijan los mares del sur en las novelas de aventuras.
O tal vez no suceda nada en esa terraza; mientras los seres humanos se dedican a moverse frenéticamente y en todas direcciones, los maniquíes permanecen así imperturbables, soñando con los paraísos y nirvanas que se les reservan a quienes son capaces de mantenerse quietos y en silencio.

Los rostros anónimos de la ciudad (Medellín, Colombia)

En muchas culturas orientales perder la cara era como perder la vergüenza o la dignidad. Sin embargo en nuestras ciudades se pierde la cara cada vez que las personas obligan a sus facciones a permanecer inalteradas, sin expresión alguna.
Esa frialdad en las expresiones hace que se sienta con mayor fuerza la soledad de una ciudad, es como si la mayoría de la gente llevara cubierto el semblante con una máscara oscura que no deja que se transparenten hacia el exterior las emociones ni los sentimientos.
Se pierde la cara cada vez que una persona sale a la calle y nadie mira con detenimiento su rostro.
La ciudad que obliga a tantas personas a compartir constantemente sus espacios también impulsa a la gente a elaborar maneras para mantenerse anónima, para protegerse: adoptar actitudes neutras y olvidar casi de inmediato las facciones de quienes se cruzan en su camino son algunas de ellas.

Escrito sobre el cuerpo (Medellín, Colombia)

Un desfile estático donde algunos de los maniquíes llevan sobre su piel artificial vestidos confeccionados en diferentes tipos de papel, hace pensar de una manera distinta en el lenguaje elocuente, aunque no verbal, de la ropa con que las personas cubren su cuerpo.
El papel, que tradicionalmente se ha usado para manifestar cualquier intención, para copiar en su superficie la realidad tal y como la ven los que escriben, de acuerdo a las pautas que les ha permitido el mundo al que pertenecen, se ha utilizado en este caso para relatar otras historias. Esas que cuenta la gente de las ciudades, al vestirse todos los días de manera redundante o creativa, para narrar sin palabras la historia de sus vidas. Como si su impulso más íntimo fuera describirle a cualquier desconocido que los vea quiénes son, sin necesidad de tener que recurrir a las palabras que generalmente son tan esquivas.
Y así como la gente es capaz de proyectar su ser más interno en la ropa que usa, así mismo hay quienes son capaces de desvelar en esos atuendos y en sus combinaciones el interior de los seres humanos: los que se cruzan en su camino o aquellos que lo rodean. Es posible que hasta escriban crónicas tan apasionantes o anodinas, como las que uno lee en los periódicos que relatan la realidad de la ciudad a diario con obsesiva puntualidad, con insistente minuciosidad, como si su intención fuera trazar de nuevo su geografía, como si en esas crónicas quisieran calcar a sus habitantes y sus acciones. Aunque algunas veces, se dejan llevar por el impulso de vestir con palabras a la ciudad, para que su realidad tan dura y descarnada a veces no se vea tan desnuda.

El arte del anonimato (Medellín, Colombia)

En esta ciudad se encuentran composiciones visuales de tal belleza que uno no puede menos que pensar en algún artista anónimo, alguien que se tomó el trabajo de ubicar los colores y las formas en un lugar determinado, aunque poco convencional, para que a alguna persona se le ocurriera ver allí un objeto artístico.
Aunque lo más factible es que deben haber sido varios los “creadores”; a lo mejor fueron muchos los que contribuyeron, de manera inconsciente, a hacer esto posible. Con toda seguridad cada elemento fue ubicado allí en períodos de tiempo distintos por personas que ni siquiera tuvieron en cuenta el entorno en el que estaban trabajando. Pero lo que importa es el resultado, independientemente de la intencionalidad de los autores.

Una ventana para la abstracción (Medellín, Colombia)

Nada más acertado que la palabra escrita en la ventana por donde se asoman estas dos figuras, aunque no se sepa si el término hace referencia a la forma de los maniquíes, como representación del cuerpo humano, o al hecho de que toda imagen es un reflejo desvaído de la realidad.

Medellín en blanco y negro