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Lo mejor del verano (Medellín, Colombia)

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En las épocas de calor cada amanecer es una fiesta para los ojos, sobre todo cuando uno vive entre los Andes donde el horizonte siempre se ve limitado por montañas. Será por eso que el tono que adquieren el cielo y las nubes por estos días le recuerdan con nostalgia, a los que han visitado el mar, la vastedad del océano y la inmensidad del cielo. A pesar del calor que anuncian estos colores para el día que comienza, siempre es más atrayente el etéreo azul del verano que el pesado gris del invierno.

Nubes de cristal (Medellín, Colombia)

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El azul del cielo que se transparenta por el vidrio de este domo parece sabiamente matizado por un cristal mate, dándole profundidad a una estructura que deja pasar la luz de uno de esos cielos de sábado por la tarde tan característicos en esta ciudad. Es como si por voluntad expresa de un diseñador gráfico, la rejilla de triángulos azules hubiese sido salpicada con unos cuantos vidrios que no dejaran pasar la luz, aunque en realidad se trata de lejanas nubes que se prestaron para engañar al ojo con su forma, como lo hacen siempre las nubes en los cielos que más les gustan, como el de este valle con sus perfiles de montañas, invisibles en esta foto, pero siempre presentes en el imaginario de los habitantes.

Cielo de agosto (Medellín, Colombia)

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Empezando este mes, al que en la ciudad le llamamos el mes de las cometas, el cielo se despeja y nos deja intuir su profundidad sólo mediante la observación del intenso azul. Una imagen que a pesar de su simplicidad embarga a quien la contempla con ese sentimiento que a veces suscitan ciertos lugares del planeta: una alegría por estar vivos y poder vislumbrar lo que puede ser la imagen del silencio.

Abiertos al cielo (Medellín, Colombia)

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 Los cielos de esta ciudad siempre tienen su magia y sobre todo cuando se entra en algún recinto cuyo techo se abre dramáticamente para enmarcarlo y hacernos sentir su belleza. Una imagen que focaliza la mirada en las nubes que flotan por encima de la ciudad y en el azul que en segundo plano resalta sus formas y textura. Con un marco como éste, es imposible no recordar las escenas de ciencia ficción de las películas, como las de James Bond, donde el villano se ha decidido a lanzar su ataque al mundo civilizado. Pero así, enmarcado, este cielo parece como si fuera el lugar donde las esperanzas y los sueños de la gente pudieran proyectarse al infinito.

La textura del cielo (Medellín, Colombia)

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Mirar hacia arriba en algunos lugares de la ciudad, sobre todo en esas calles bordeadas por viejos árboles, es ver el espacio con una textura contraria a lo impalpable del aire. Y es que esos árboles retorcidos se pegan al azul del firmamento con una tenacidad tan real que le dan a éste, a primera vista, una calidad que el observador cree poder sentir la rugosidad de los troncos convertidos en cielo.

Sol de la tarde (Medellín, Colombia)

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No era una tarde tan soleada como las que se suelen ver en la ciudad, sin embargo la luz que se reflejaba en los edificios, el cielo apenas matizado por girones de nubes y el tráfico pesado de las calles hacían sentir como si fuera una de esas tardes de verano que a veces nos agobian en el valle. Al fondo las infaltables montañas servían de telón al paisaje urbano al que estamos acostumbrados a ver desde las laderas de occidente. Y como siempre el viajero, y hasta el habitante de “toda la vida” de este valle, comprueban una y otra vez (en una imagen cotidiana) el dinamismo de esta ciudad perdida, aparentemente, entre las montañas de la cordillera de los Andes bajo el sol de la tarde y un cielo azul.

Declaración (Medellín, Colombia)

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Sobra decirles que esta ciudad me encanta. Así que le cedo la palabra a este globo, que lo dice con gran elocuencia.

Un cielo de verano (Medellín, Colombia)

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A veces sólo basta mirar hacia arriba para ver un árbol, de esos que han escapado al hacha criminal que por temporadas se desplaza por la ciudad, intentando combinar sus miles de verdes con los azules del cielo. Aunque el cielo visto así, a través de un vidrio, le hace pensar a uno que podría no ser más que un color pintado para engañar pequeñas plantas, para convencerlas de que afuera el tiempo es el ideal para su desarrollo. Pero el calor que hacía esta tarde en la ciudad no tenía nada de ficticio, era uno de esos calores de trópico con tendencia a convertirse en agobiante, como esos que describen los exploradores de selvas o bosques donde los retazos de azul o de gris son tan escasos, que quienes se mueven a ras del piso tienen que recurrir a la imaginación o a los sueños para no olvidarse del cielo. Afortunadamente los que vivimos en esta ciudad sólo tenemos que levantar la cabeza para ver árboles combinando sus colores con el azul, que siempre da la impresión de ser infinito.

Cielo en clave de música (Medellín, Colombia)

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Faltan algunos elementos para que esta imagen se parezca a una de esas hojas donde los músicos leen el lenguaje mágico del solfeo para convertirlo en sonidos: otra cuerda para completar el pentagrama, además del símbolo caligráfico, dibujado a la izquierda, indicando que la música está en clave de sol. Una imagen como esta se presta a que uno se deje llevar por el prurito de la metáfora fácil e identifique a las palomas con notas musicales. Aunque sea una metáfora obligada, no deja de ser cierto que esos cables eléctricos que atraviesan el cielo de esta ciudad en todas direcciones afeando casi siempre el panorama, se convierten a veces, gracias a otros elementos en impactantes composiciones; por lo pronto, en este caso, parece como si uno estuviera viendo una partitura que, si alguien se decidiera a interpretar, produciría tal vez el verdadero ritmo de la naturaleza.

El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

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Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad. Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida. Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes. Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético. Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas an

Los opuestos se combinan (Medellín, Colombia)

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En cualquier momento la naturaleza y las siluetas de los edificios se combinan para formar composiciones que sorprenden por su equilibrio gráfico, pero que remiten al observador a la eterna relación entre los opuestos que rige el universo: la naturaleza y los edificios, las nubes que cubren parte del fondo y el aparente vacío del azul del cielo. Es como si de esta manera, casual en apariencia, la ciudad proclamara que no quiere desprenderse de ese amor a la naturaleza que históricamente la ha caracterizado a pesar de los raids que, con cierta frecuencia, desatan sobre la ciudad algunos urbanistas desaprensivos, por decir lo menos, que se empeñan en cambiar los paradigmas de una ciudad amigable con ese verde que la rodea por todas partes y que impregna casi todas sus imágenes.

Volvió el azul (Medellín, Colombia)

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Después de varias semanas de lluvias volvió a verse azul el cielo. Se deslizó hasta por entre los edificios para recordarnos que ahí estaba el sol de nuevo. Aunque tratamos de convencernos a veces de que este azul es eterno, las nubes se resienten del amor que esta ciudad le tiene al sol y se deslizan por el cielo, de manera violenta en ocasiones, y le hacen creer a uno que nunca desaparecerán. Sin embargo la lluvia pertinaz que golpea con fuerza, con la levedad de una pluma o con la insistencia de un alfiler se encarga de lavar la atmósfera y cuando desaparece, es como si todas las cosas hubiesen renovado sus colores, como este azul, tan prístino que parece el primer azul que contempló la tierra. Nunca se sabe cuándo volverán las nubes bajas y opresivas, lo que sí es cierto es que con cualquier luz, esta ciudad no deja nunca de sorprender al observador.

Cielo azul con flores (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad, como todo el mundo sabe, nunca están de más las flores. Aparecen en cualquier parte y se roban el interés de todo el que pasa por aquí y hasta de los que caminamos todos los días en este sector del planeta. Tal vez se deba a la especial ubicación geográfica del lugar o al sol que siempre aparece aunque llueva mucho, o quizá a los vientos. Lo cierto es que las flores están constantemente en la diaria realidad de los habitantes del valle. Como en esta composición donde las delicadas siluetas de las flores se destacan contra el sempiterno azul del cielo, que sólo cambia de tonos pero que pocas veces desaparece tras las nubes de un día opaco. En este día, como casi siempre, el azul resaltaba por contraste los colores de la ciudad y de sus flores.

Allá arriba (Medellín, Colombia)

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Allá en las alturas, a más de cinco o seis metros sobre el piso de un parque, no se debe sentir calor ni mucho menos la sensación de ahogo que a veces se percibe en la ciudad cuando el sol calienta las calles, las paredes y el aire y la gente decide salir a caminar o a aglomerarse en cualquier sitio. Allá arriba sólo debe sentirse el aleteo callado de los pájaros o la caricia del viento o seguramente el olor a humedad que desprenderán las hojas y los pequeños charcos que se formaron, durante esta temporada de lluvias, en el corazón de las bromelias que han crecido pegadas a los troncos. Estando allá arriba uno querrá solamente mirar el azul del cielo y las formas caprichosas de las nubes que juguetean mientras no hay un viento fuerte que se las lleve o la humedad no las vuelva tan pesadas que tengan que precipitarse sin remedio sobre la ciudad.

Una torre de novela (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad, donde los estilos arquitectónicos de diferentes partes del mundo y de distintos períodos históricos se combinan constantemente, se ven creaciones como esta torre que no estaría fuera de lugar en la plaza de uno de esos pueblos italianos dedicados durante siglos a la producción de vino. En uno de esos pueblos que se encuentran en algún recodo de los caminos recorridos por los viajeros que visitan la vieja Europa buscando, como lo hizo Goethe, un refinamiento espiritual que para muchos es imposible de hallar en su propio entorno. Pero con toda seguridad donde si es posible encontrarse con una torre como ésta es en una de esas novelas del siglo XIX como La cartuja de Parma donde el ocre parece acompañar cada página leída o porqué no en algún pueblo descrito por Ippolito Nievo en su extensa novela.

Vértigo (Medellín, Colombia)

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A veces cuando uno está en medio de la ciudad y mira al cielo, se siente una especie de vértigo al revés, como si el cuerpo sintiera la urgencia de alzarse hacia el punto de fuga que atrae las líneas de los edificios. Es como si el cuerpo empezara a sentir la levedad de las hojas que lleva el viento o de las motas de polvo que transgreden por su pequeñez la ley de la gravedad. Sin embargo ese llamado imaginario dura sólo unos momentos. Al fin y al cabo la fuerza con la que la tierra nos atrae siempre se impone, sin importar cuánta atracción haya ejercido sobre el observador la imagen de un edificio que se pierde en las alturas.

Azul para pintar perfiles (Medellín, Colombia)

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Un sábado como cualquier otro las nubes se replegaron detrás de las montañas, como en cualquier otro día, y contra el cielo desnudo el color blanco de unos edificios y el tono oscuro de otros resaltaron con toda nitidez. Sólo un cielo como este es capaz de perfilar la ciudad de esta manera. Es como si por algunos instantes el aire se vaciara y sólo quedara la silueta de la ciudad. Como en esos paisajes urbanos que se trazan en los comics donde los colores planos agregan impacto y dramatismo a los dibujos. Al mirar este conjunto de construcciones que se dibuja perfectamente, uno tiende a engañarse pensando que la agitación que inunda las calles es mera fantasía y que la quietud evocada por estas paredes blancas, como los muros de esos lugares remotos donde va la gente para encontrar paz espiritual, es la realidad.

La silueta de los árboles (Medellín, Colombia)

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La realidad, sin necesidad de retoques ni de ayudas, a veces nos hace creer en cosas que no existen aunque las vemos. Un árbol que mece sus ramas en una esquina del parque Bolívar, adquiere en las horas de la tarde una apariencia irreal, como si fuera una figura recortada en cartulina negra, pegada sobre la superficie iluminada de un edificio y el azul del cielo. Es como si las sombras proyectadas por un árbol, de pronto hubieran empezado a crecer por voluntad propia, sobrepasando los límites del edificio y hubiesen invadido el cielo o como si fueran una parte de la ilustración para una historia china, de esas donde los héroes se encuentran con árboles mágicos que pueden convertirse en sus salvadores o en sus enemigos, pero en todo caso en entidades que forman parte activa de la historia que se cuenta. Tal vez suceda lo mismo con esos árboles que acompañan la cotidianidad de esta ciudad, y nosotros sin saberlo estemos expuestos a la influencia benéfica o dañina de sus sombras, dependie

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

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A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido. En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental. Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos. Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

Zafiro y acero (Medellín, Colombia)

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Será la luz de esta ciudad la que tiene la propiedad de convertir las estructuras más pesadas en ligeras y transparentes o será un fenómeno que se presenta siempre que se juntan estos dos elementos: luz y metal. En este rincón donde el vidrio ha reemplazado las paredes y que sirve para iluminar un salón de grandes proporciones, la luz atraviesa con intensidad los cristales convirtiendo el metal en una superficie tan satinada, que para el observador aparece como si no tuviera relación con la dureza y la pesadez de ese material. Tal vez por esa cualidad de la luz de esta ciudad o de cualquier ciudad del mundo la combinación de metal y vidrio se ha hecho tan popular. Cada uno de estos elementos le entrega al otro algo de sus características. Aunque en esta ciudad el azul del cielo es de tal intensidad que convierte un vidrio corriente en un cristal que recuerda los destellos del zafiro. La combinación de vigas y columnas se ve convertida, por efectos de esta luz, en un poderoso armazón de