Mirar hacia arriba en algunos lugares de la
ciudad, sobre todo en esas calles bordeadas por viejos árboles, es ver el
espacio con una textura contraria a lo impalpable del aire.
Y es que esos árboles retorcidos se pegan al azul
del firmamento con una tenacidad tan real que le dan a éste, a primera vista,
una calidad que el observador cree poder sentir la rugosidad de los troncos convertidos en cielo.
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