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El árbol de la espera (Medellín, Colombia)

Cualquier lugar de una ciudad puede convertirse en uno de esos sitios a los que se les asigna, tal vez inconscientemente, poderes mágicos para convertir en realidad nuestras expectativas. Como si ese lugar determinado, con unas características específicas, pudiera materializar la esperanza de las personas. A esos lugares la gente llega para entregarse a las vicisitudes de la espera, descritas por Roland Barthes en su Fragmento de un discurso amoroso.
Estos jóvenes, iguales a tantos otros que se ven en esta ciudad, parece que se estuvieran ejercitando en el difícil arte de la paciencia a la sombra de un viejo árbol.
Nadie sabe si la persona que esperaban llegó o si tuvieron que alejarse de allí con el ánimo deshecho. Hasta que la perspectiva de otra cita los vuelva a convocar en el mismo lugar o tal vez en otro al que se le considere más propicio para los encuentros.
Una ciudad podría definirse de acuerdo a lo anterior, como ese lugar donde la gente busca encontrarse o desencontrarse con tanto desespero, que a veces llega a convertirse en un conjunto de rincones mágicos donde se acude o no para exorcizar la soledad.

Los módulos de la espera (Medellín, Colombia)

Esos módulos a sus espaldas fueron abandonados hace tiempo, sin embargo ellos permanecen a la espera. No se sabe si lo harán indefinidamente o si al darse cuenta de que sólo quedan ellos, abandonarán el lugar para irse con sus expectativas a otra parte.

Esperando a los bárbaros (Medellín, Colombia)

La ciudad se arma y se desarma incesantemente a su alrededor y sin embargo ellos permanecen inmóviles, a la expectativa, con la mirada fija en el horizonte, sin saberse qué aguardan. Acaso ellos, como nosotros, también están esperando a los bárbaros. Tal vez sea la única solución: tener esperanza aunque llegue la noche y alguien traiga la noticia de que los bárbaros no vendrán, que ya no hay bárbaros, como en el poema de Cavafis.

Medellín en blanco y negro