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Abstracción (Medellín, Colombia)

Basta girar la cabeza para que un moderno muro se convierta en una evocación de esos sectores modulares de la ciudad, donde las casas parecen pequeños bloques amontonados unos sobre otros. A veces con una regularidad alucinante y en otras con una apariencia tan caótica que uno cree perder la razón.
El detalle que permanece, en cualquier caso, es el color del barro que campea en esta ciudad, como si a pesar de todas sus pretensiones de metrópoli los habitantes se resistieran a abandonar el estrecho lazo que los une con la tierra.

Cicatrices (Medellín, Colombia)

Al paso de los cambios, la ciudad se ve marcada con esas cicatrices de color gris que dejan las nuevas construcciones y los proyectos que según las diferentes administraciones benefician a sus habitantes.
Pero ahí están las heridas. Claro que como todo cuerpo vivo, la ciudad tiende a curarse a sí misma. Eso sucede con estos muros donde la gente pinta toda una serie de propuestas que aunque coloridas no logran disimular la vaciedad y soledad que aqueja a estos lugares en un principio.
Murales de excelente o regular factura tapizan las paredes que flanquean las nuevas construcciones de la ciudad, como los telones en los escenarios que pretenden crear un mundo nuevo a partir de las dos dimensiones de la pintura.
Pero la realidad llegará más tarde cuando las puertas y las ventanas empiecen a perforar estas superficies frías y por ellas vuelva a circular la vida.

Nada es verdad ni es mentira (Medellín, Colombia)

Cuando uno repasa con los ojos las fachadas de la ciudad, quizá el fenómeno más llamativo, aunque común, es el de la realidad copiada muchas veces en los vidrios de los edificios.
Pero también es factible encontrar imágenes inquietantes alimentando la duda que a veces las ciudades instilan en nuestra mente.
¿Qué es real y qué no lo es en el panorama que vemos pasar a gran velocidad?
Desde hace muchos siglos los artistas aprendieron a engañar los ojos del espectador mediante trucos de diversa índole, desde los cuadros renacentistas donde un personaje parece irrumpir en este lado del universo, hasta los murales que repiten con minuciosidad los detalles de la arquitectura permitiéndole al observador adentrarse en lugares que no existen.
Los ejemplos de esta particular experiencia artística son pocos en la ciudad y no tienen la espectacularidad de las obras que John Pugh ha pintado en Honolulu o Richard Haas en Chicago o New York, sin embargo cumplen la función principal de tergiversar lo que se ve, de hacerle creer al transeúnte que los muros percibidos se abren a otros lugares; o crear en él el deseo de conocer otros espacios apenas sugeridos o vislumbrados a través de ventanas y puertas que no existen.
Nada es verdad o es mentira en las obras del trompe’ loeil y tal vez por eso la mirada casi siempre se queda con la duda.

La tapia se desmorona... (Medellín, Colombia)

El breve techo que cubrió esta tapia ha desaparecido hace mucho y a pesar de ello la humedad y las lluvias apenas han comenzado a socavarla.
Del blanco de la cal que pudo cubrirla en otro tiempo no queda ningún vestigio, como no debe quedar ninguna huella de quienes la construyeron o de quienes habitaron en el interior.
Los árboles que otrora dieron sombra al patio se han adueñado ya de los espacios y aunque la mano del hombre ha tratado de aliviar la presión de los árboles con tajos certeros aquí y allá, por ahora la naturaleza no cede en su empeño de recuperación.
Como siempre el trabajo de desmoronamiento casi imperceptible se le deja a los líquenes y a las enredaderas que son los de apariencia menos conspicua, después vendrán los grandes helechos, los arbustos y por último las raíces de los grandes árboles que se encargarán de que este muro vuelva a formar parte definitiva de la tierra.

La ciudad secreta (Medellín, Colombia)

A quién le fue enviado este mensaje, se pregunta uno en un primer momento cuando ve esta hermosa composición de colores y se da cuenta que en cada cuadro hay una letra.
Pero quizá no sea tan importante saberlo como averiguar las motivaciones que puede tener una persona para comunicarse mediante un elemento público como éste.
Además quién podría garantizar que el mensaje real sea el que se puede leer directamente, quizá esté encriptado como esas comunicaciones que se envían los espías, sólo que no conocemos la clave para descifrarlo, ni siquiera tenemos un indicio de la posible misión a la que alude.
Y es que en las ciudades se generan, de manera constante, una serie de códigos incomprensibles y manejados por grupos tan cerrados que a veces los demás ni se enteran de su existencia.
Aunque no sean sólo esos pequeños grupos los que establecen contactos de manera críptica, son tal vez los que pueden llegar a ser los más creativos en su forma de concebir la comunicación.
Es como si de pronto afloraran, aquí y allá, indicios de las múltiples dimensiones de la ciudad que se superponen sin mezclarse, aunque a veces se manifiesten frente a nuestros ojos de manera trivial o fascinante.

Esperando a Ulises (Medellín, Colombia)

Argos, el perro que evoca Homero en el canto XVII de la Odisea, fue el único que reconoció a Ulises cuando volvió de la guerra y de todas las vicisitudes que las divinidades le pusieron como obstáculo para impedir su regreso a la isla de Ítaca, su patria. A pesar de la edad y del mal estado en que se encuentra los dos se reconocen y Ulises tiene que esconder la emoción que le causa volver a ver a su perro. Poco después Argos muere.
Tal vez ésta sea la primera de una larga serie de historias que describen la relación afectiva tan estrecha que existe entre los seres humanos y los perros. Historias que pueden desarrollarse en cualquier lugar del mundo: en Europa o en Alaska o como la de Achiko el perro de raza akita que se paraba a esperar diariamente y en el mismo lugar a su amo desaparecido y que según cuentan fue tal su lealtad que se hizo merecedor del afecto de toda la gente del pueblo donde vivía. A su muerte le erigieron una estatua, una copia de la cual se puede ver todavía en Shibuya, Japón.
Este perro que espera indiferente o descansa al pie de la escala podría estar comprometido con una fidelidad tan intensa como la de Argos o el perro japonés. Aunque observando su actitud despreocupada parece más bien que se hubiera alejado ya de los intensos trabajos a los que pudo haber dedicado su vida: tal vez, como a Colmillo, el compañero de Maxwell Smart, le llegó la hora de retirarse del espionaje. Quizá recorrió todo el mundo acompañando a su amo como lo hizo Milú, el perro de Tintín.
Lo cierto es que ahora su actitud sólo nos recuerda a Flash, el perro del comisario del condado de Hazard, que jamás se movió para ayudar a su amo.
Acaso espera que asome Ulises de nuevo para mirarlo por última vez y despedirse definitivamente.
En fin es posible que su pasado no haya sido tan apasionante y que solamente sea uno de esos perros que han vagado toda su vida, con pleno derecho, por las calles de esta ciudad sin tener que jurar fidelidad a ningún amo ni a ninguna manada. El espíritu libre del que todavía pueden gozar algunos animales.

Los tesoros en la intimidad (Medellín, Colombia)

Un muro que se abre es una tentación para la curiosidad humana, sobre todo cuando la primera vez que uno mira, lo único que ve es otro muro: un muro dentro de otro. La siguiente vez la mirada se detiene durante más tiempo, el suficiente para que la imaginación empiece su trabajo demoledor de barreras. Es entonces cuando el ojo entrenado para esos menesteres, puede ver lo que debió haber visto un hombre que se hubiera asomado por una rendija a la cueva de Alí Babá o lo que hubiera contemplado si le hubiese hecho compañía, aunque fuera con la mente, a los héroes de las historias de las Mil y una noches en su recorrido por palacios deshabitados, llenos de puertas que sólo se abrían mediante complicados mecanismos. En su interior permanecían los tesoros más sorprendentes, tanto que las palabras son incapaces de describirlos.
Mientras este muro se abre completamente (hasta ahora su movimiento ha sido tan lento que nadie lo ha percibido), sería bueno que quienes sólo ven un muro abriéndose continúen entrenando su imaginación para que puedan descubrir las maravillas que permanecen allí detrás, tan ocultas como los pensamientos más secretos de un ser humano.

La cantante que surgió de un muro (Medellín, Colombia)

Esta ciudad siempre nos asalta los sentidos. A veces se vale del color o de la arquitectura. Esta vez lo ha hecho por medio de Sally Bowles, la cantante del famoso Kit Kat Club.
La imagen maravillosa de Liza Minelli interpreta en silencio para el público de Medellín, desde un muro en la calle Maracaibo, el desgarro emocional de la Alemania de entre guerras.

Medellín en blanco y negro