Algo
tiene la lluvia que transforma las imágenes corrientes en escenas cargadas de
simbolismo. El rojo de unas sillas y una mesa de plástico combinado con el gris
del piso mojado y el verde de la vegetación hace pensar al observador en un
fotograma de una vieja película donde los protagonistas acaban de separarse
para siempre. Quizá se deba a la melancolía que evoca la lluvia que medio se adivina
o al abandono de los muebles a la intemperie en un lugar solitario y silencioso
mientras la ciudad sigue agitada a su alrededor y el frío cubre todas las
superficies.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
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Danza de agua con anturios rojos (Medellín, Colombia)
Entre
la transparencia del agua detenida en pleno salto y el rojo de los anturios se establece
un equilibrio visual que parece pensado de antemano.
Pero
la fluidez del agua es tan imprevisible que sería difícil planear una danza
como esta en todos sus detalles. Sólo es seguro que los chorros de agua saltarán
pero las formas que adopten al caer serán dictadas por el azar únicamente.
Lo
único fijo es el color de los anturios y los planos de diferentes colores con que
participa la arquitectura del fondo.
Una ciudad tan encantada
por las flores como ésta debe mantener una estrecha relación con el agua, tal
vez por eso haya tantas fuentes, aunque no tantas como debiera.
Claveles (Medellín, Colombia)
Esta
planta que llegó de España, según los indicios, puede florecer todo el año en un
clima tan benigno como el de este valle, y sin embargo no es de las que más se
ven en esta ciudad de flores.
No
se conocen las razones para tal escasez. Pero cuando se tiene la fortuna de encontrárselas
en algún jardín, no se sabe qué apreciar más: la forma, el color o el aroma que
rivaliza con cualquier colonia de esas que llegan de Francia y que se duplican con
pericia en las perfumerías de la ciudad.
El vacío de los símbolos (Medellín, Colombia)
Creado
en 1958 por el diseñador británico Gerald Holtom, como parte de una campaña para
el desarme nuclear, este símbolo que saturó el imaginario de la gente joven en
las décadas de los años 60 y 70 es ahora uno de esos iconos que permanecen en
el tiempo aunque su significado haya perdido toda la fuerza que tuvo, alguna
vez, como forma de interpretar un deseo.
Ahora
en esta escultura, ubicada en uno de los parques biblioteca de la ciudad, se
refleja más la ideología del artista que el sentimiento colectivo que pretende
representar.
Sus
implicaciones estéticas pueden ser discutibles para muchos, pero no deja de ser
un referente que contrasta con el entorno y que de alguna forma lo complementa.
Un tótem rojo (Medellín, Colombia)
En una pequeña glorieta se levanta una
escultura que llama la atención por el color rojo intenso de su superficie pero
sobre todo por la forma que recuerda de manera extraña e incomprensible a los tótems
precolombinos; esos tótems que se dirigían
hacia el cielo invocando quién sabe a cuáles dioses.
Esta escultura quizá no tenga la finalidad de
apaciguar o exaltar deidades, pero lo que si logra es tranquilizar el espíritu como
tantas creaciones humanas que con su forma modular no perturban la mente
de quienes las miran con detenimiento.
Anturios "on the rocks" (Medellín, Colombia)
El rojo intenso de los anturios (Anthurium
andreanum) se destaca al fondo de las que parecen columnas talladas en hielo. El
agua que refresca la vista en esta imagen se ha congelado para agregar
dramatismo a la belleza de las flores.
En esta ciudad el color de las flores aparece por
todas partes, solo o combinado con los tonos verdes de las hojas o con el blanco
translúcido del agua que todavía, en esta ciudad, se puede utilizar como un
elemento más de la decoración en los lugares públicos.
Diablo rojo (Medellín, Colombia)
En estos días cuando las supersticiones campean a su aire por las calles de viejas y nuevas ciudades, no se sorprende uno al ver un diablo rojo, de mirada maliciosa, paseándose a plena luz del día.
Tal vez se refugia en la incredulidad de la gente y hace de las suyas sin que a nadie se le ocurra echarle a él la culpa. O es tanta la clientela para el negocio de los Infiernos que los tradicionales horarios nocturnos tuvieron que ampliarse para cubrir la demanda.
De hecho al fondo de la fotografía se alcanza a ver lo que parece ser una fila de personas que tal vez esperan convertirse en futuros clientes de sus servicios.
En todo caso mucho cuidado, que donde uno menos piensa salta un diablo rojo o de cualquier otro color.
La flor roja del carbonero (Medellín, Colombia)
Cuando aquí se habla de flores exóticas uno siempre piensa en orquídeas, bromelias o aves del paraíso, de las que este país tiene bastantes especies. Pero no hay que olvidar esas otras que acompañan los paseos por los parques o los viajes por las avenidas de la ciudad, como esta flor de carbonero (Calliandra Haematocephala) conformada por cientos de filamentos de un rojo intenso.
Nada más exótico que una flor cuyos pétalos evocan con su forma y su color esos pólipos que aparecen repentinamente en los arrecifes de los mares tropicales.
Viviendo el color (Medellín, Colombia)
Nunca sobra un toque de color en la arquitectura de las ciudades modernas que casi siempre tienden a la monotonía. Sobre todo esos edificios de apartamentos que pululan últimamente en algunos barrios de la ciudad y donde sólo se enfatiza en la funcionalidad del espacio.
Una imagen como ésta le hace pensar a uno en esas construcciones que levantan los niños con todo tipo de materiales, resultando a veces propuestas verdaderamente interesantes.
Aquí el color rojo, el ocre y el gris se combinaron sabiamente para conformar un diseño simple e impactante.
Otra vez las edificaciones que vemos todos los días, o casi siempre, nos dan la sorpresa cuando los miramos como objetos de diseño y no como soluciones de vivienda, nada más.
Rojo y negro (Medellín, Colombia)
Sobre los tejados de la ciudad y con el telón de fondo de las montañas y el cielo es posible ver un edificio pintado de forma llamativa.
Acaso esta combinación estrafalaria sea una referencia a Stendhal, pensada por algún lector interesado en la literatura del siglo XIX.
Tal vez algún heredero del escritor francés llegó a esta ciudad y decidió hacerle un homenaje a su antepasado. O porqué no, un descendiente de Julián Sorel creyó que la mejor manera de recordarle al mundo las hazañas de este personaje sería pintando un edificio.
Aunque la realidad no debe ser tan maravillosa, lo más seguro es que el dueño de este inmueble, que por cierto es un hotel, debe ser una persona con un extraño sentido de la decoración, que nunca ha oído mencionar las aventuras y desventuras del joven protagonista de la novela Rojo y negro.
Alfombra roja para que pase la historia (Medellín, Colombia)
Una situación inquietante por decir lo menos. Acaso los soldados de esta calle de honor esperan a que salga un personaje del edificio o permanecen allí a la expectativa de que alguien pase frente a ellos, llegue hasta el fondo y desaparezca en el interior.
De hecho se ven unas personas entrando como si estuvieran en la comitiva de quien quiera que acabe de pasar por la alfombra. Pero también se ve un camarógrafo listo para filmar a cualquiera que sea que llegue y pase frente a los soldados.
Las posibilidades son múltiples, así que por que no mencionar la menos plausible pero verdadera:
Estos soldados acaban de hacer una calle de honor, para que frente a ellos pasara un grupo de hombres vestidos a la usanza de las huestes de hace doscientos años, dirigidos por un hombre con aspecto de prócer.
Esa es la razón para que todavía estén allí, impertérritos, a la espera de que aquellos combatientes interinos vuelvan a salir del edificio, pasen por la alfombra roja y regresen a la bruma del anonimato, después de recibir un homenaje dirigido a quienes lucharon en las guerras de la Independencia.
Rojo (Medellín, Colombia)
Al final de la tarde los tonos neutros, fríos e impersonales, de los colores se apoderan de la ciudad anunciando la llegada de la noche. Sin embargo es también en esta hora donde el rojo se destaca con más fuerza y la mirada se enciende con la promesa de pasión que este color representa y que tal vez la oscuridad traiga consigo.
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