Hoy es tan seductor montar en tranvía como caminar
por la calle Ayacucho, solos o conversando con los amigos o llevando en la memoria otras
caminadas con otras amistades, que quizá ya no estén cerca; aquellos con los
que subimos y bajamos muchas veces por los andenes estrechos o montados en los
viejos buses destartalados y veloces mirando sin ver las viejas fachadas. Algunas aún se conservan, las otras dieron paso a paredones impersonales, al aspecto anónimo de edificios recién construidos o al comercio desmesurado.
La
calle Ayacucho por donde han pasado y pasan tantas emociones ha dejado de ser
calle para convertirse en viaducto. Sin embargo, continúa siendo la ruta diaria de los que habitan el centro oriente de la ciudad; de los que trasiegan a pie o en tranvía un camino que se ha convertido además en atractivo turístico.