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Volver (Medellín, Colombia)

En los barrios viejos de la ciudad los recuerdos nos asaltan en cualquier parte, hasta en las escalas que aparecen inesperadamente para unir dos calles empinadas.
Como si se quisiera enfatizar que los recuerdos nos llegan en fragmentos, esta escala en Manrique, trae a la memoria la canción Volver, una de esas canciones que se han oído durante décadas en las calles de este barrio que desde hace mucho tiempo consagró sus tardes y sus noches al tango. Un barrio donde la radio, los traganíqueles o los tocadiscos hacían oír a los transeúntes de manera discreta (era la época cuando la música no atronaba en las calles) las canciones de Gardel que según la conseja cada día canta mejor.
Nada más sugerente que una escala forrada con trozos de baldosín recitando una letra que para cualquier habitante de esta ciudad se asocia con algún afecto de su historia larga o corta, o un cuadro del Zorzal criollo hecho con pedazos de vidrio que, utilizando la técnica del mosaico, da cuenta de una memoria que aunque fragmentada siempre nos hace volver a recorrer con el pensamiento el tiempo transcurrido.

Contrastes (Medellín, Colombia)

El ojo humano sólo puede percibir el paso del tiempo en las huellas que deja, impresas en las caras y en los cuerpos de la gente o en las fachadas de las casas o en los objetos que usamos todos los días.
Sin embargo, a veces es posible retrazar sus consecuencias, como en el caso de las viviendas, a las que se puede retocar periódicamente o renovarlas en su totalidad y de esa manera engañar al deterioro.
Hay casas a las que no se les ayudó a enfrentar el ataque del tiempo. El abandono las desarraigó y las alejó de la realidad que pasa frente a ellas. Sus paredes adquirieron la palidez enfermiza de los desahuciados. Los balcones se clausuraron sin que los habitantes de la casa se dieran cuenta: nadie volvió a pararse allí para echar una mirada a la calle, nadie volvió a asomarse desde allí para atraer con su presencia la atención de alguno que pasara.
De otras casas en cambio, se desecharon totalmente los vestigios de su antigüedad para adaptarlas a la estética de los nuevos tiempos, pero las casas viejas mantienen en su aspecto vetusto una dignidad que las ennoblece y que le falta a las casas remozadas, a las que muestran en su fachada la vanidad de la moda, logrando solamente pertenecer al grueso de lugares con las mismas características y ninguna marca que las distinga.

Juegos de luz y de sombra (Medellín, Colombia)


La luz que se desliza sobre la decoración semibarroca de esta iglesia, juega con las superficies para aumentar o disminuir el efecto de las sombras, incitando a aquellos particularmente sensibles, a buscar mensajes cifrados en la repetición de sus formas.

Ruido (Medellín, Colombia)

Las palabras, ansiosas, se montan unas sobre otras en el afán de capturar la atención del transeúnte, pero lo único que logran en realidad es que el cerebro mezcle todo en una sola mancha de ruido visual y haga caso omiso al mensaje urgente que se le quiere transmitir.

Las huellas del oficio (Medellín, Colombia)

En la superficie de un andén, por donde pasa “todo el mundo”, se puede ver el bajo relieve de las herramientas con las que miles de personas en la ciudad se ganan la vida.
No se conocen las motivaciones de quien decidió marcar este bloque de cemento, tal vez pretendía combatir el paso del tiempo, como los viajeros que escriben su nombre en la superficie de las pirámides o tal vez todo se reduzca a una simple estrategia publicitaria, de la peluquería que queda justo enfrente.

El color de la repetición (Medellín, Colombia)



En esta calle, que debería ser declarada patrimonio histórico de la ciudad, la gente valora tanto la belleza del conjunto que forman las fachadas de sus casas, que no les han cambiado el aspecto desde su construcción, hace décadas. La armonía es tal, que parece que un diseñador hubiera definido la combinación de colores, para resaltar el efecto que produce la repetición de su arquitectura.

Caballito... caballito rojo (Medellín, Colombia)

En un pequeñísimo prado de Manrique descansa solitario un caballito de juguete, y mientras lo hace sueña con las grandes cabalgatas, que siempre acompañan las aventuras más apasionantes, en las que ha participado de las riendas de tantos niños.

Persistencia en la memoria (Medellín, Colombia)

Las necesidades de una ciudad como ésta, siempre en crecimiento, obligan a sus habitantes a cambiarle el aspecto constantemente, como ha sucedido con esta avenida que atraviesa uno de los barrios más tradicionales; pero algunas casas o sus dueños se resisten a cambiar, alimentando los recuerdos de quienes vivieron en su entorno…
Las aprensiones que producía esta casa de Manrique, revestida de granito, cuyo color gris es inmutable, fueron tan intensas que permanecen en la memoria de muchos de los niños que alguna vez fuimos a la farmacia del primer piso, para ser atendidos por Pablito: el hombre sombrío que avivaba nuestra imaginación con su aspecto, haciéndonos pensar en las oscuras maquinaciones que con toda seguridad llevaba a cabo detrás de unos paneles de madera, desde donde salía a atendernos cuando nos tocaba ir a comprar algún jarabe para la tos, o a encargar una de esas inyecciones dolorosas que recetaban los médicos. Tal vez Pablito ya no exista, sin embargo la puerta de la antigua farmacia sigue igual, aunque dé paso a un lugar desprovisto de esas sombras que nos hacían entrar con la esperanza de enfrentarnos con las situaciones más extrañas o peligrosas.

Neogótico (Medellín, Colombia)

Desde una arquitectura sin concierto surge la belleza nítida y aérea de la iglesia gótica de Manrique. El contraste entre la falta de coherencia espacial de estas casas y la pureza de líneas en el diseño del templo, entre la erosión causada por el tiempo en el adobe y los calados simétricos de la torre, contribuyen a crear un punto de referencia, profundamente estético, en este sector tradicional de la ciudad.

Una casita en Manrique (Medellín, Colombia)

Esta casa que ha visto pasar tantas generaciones frente a su puerta, permanece en el mismo lugar, pero no en el mismo estado; el techo se sostiene precariamente y la fachada se ha ido empequeñeciendo como le pasa a todos los ancianos. Sin embargo, la vida que siempre ha albergado continúa:
Los ocho escalones que conducen a la calle se siguen gastando con los pasos de los jóvenes o los viejos que van haciendo historia bajo sus tejas.

Medellín en blanco y negro