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Una esquina clásica I (Medellín, Colombia)

Uno se pregunta al observar esta esquina cómo es posible que esta casa haya resistido el paso de las décadas sin sucumbir a la demolición como ya lo han hecho tantas otras de los alrededores y de los barrios vecinos.
Ni siquiera puede decirse que el hecho obedece al cuidado minucioso con el que su fachada ha sido mantenida. El tiempo ha dejado su huella descascarando las múltiples capas de pintura y el gris, que siempre fue el color que caracterizó esta casa y muchas otras de su misma época, dejó de representar sobriedad; ahora se le asocia con la decadencia.
Los detalles florales de la fachada y los balcones permanecen inalterados y es posible admirar todavía la delicada factura de estos diseños de inspiración art decó, que en su momento debieron ser los obligados para todas las construcciones de este tipo.
Esta casa como tantas otras ha debido restaurarse hace mucho tiempo y pasar a formar parte del acerbo histórico y arquitectónico de la ciudad. Desafortunadamente muchas edificaciones como ésta se han dejado a su aire para que el tiempo y todos sus ayudantes realicen su trabajo impasible y devastador.
La variedad arquitectónica, que durante muchos años diera a la ciudad esa apariencia ecléctica que enriquecía los espacios y muy seguramente la mentalidad de sus habitantes, desaparece lentamente del paisaje urbano sin que nos demos cuenta de la pérdida que esto representa para la cultura y nuestra historia.

Escrito sobre el cuerpo (Medellín, Colombia)

Un desfile estático donde algunos de los maniquíes llevan sobre su piel artificial vestidos confeccionados en diferentes tipos de papel, hace pensar de una manera distinta en el lenguaje elocuente, aunque no verbal, de la ropa con que las personas cubren su cuerpo.
El papel, que tradicionalmente se ha usado para manifestar cualquier intención, para copiar en su superficie la realidad tal y como la ven los que escriben, de acuerdo a las pautas que les ha permitido el mundo al que pertenecen, se ha utilizado en este caso para relatar otras historias. Esas que cuenta la gente de las ciudades, al vestirse todos los días de manera redundante o creativa, para narrar sin palabras la historia de sus vidas. Como si su impulso más íntimo fuera describirle a cualquier desconocido que los vea quiénes son, sin necesidad de tener que recurrir a las palabras que generalmente son tan esquivas.
Y así como la gente es capaz de proyectar su ser más interno en la ropa que usa, así mismo hay quienes son capaces de desvelar en esos atuendos y en sus combinaciones el interior de los seres humanos: los que se cruzan en su camino o aquellos que lo rodean. Es posible que hasta escriban crónicas tan apasionantes o anodinas, como las que uno lee en los periódicos que relatan la realidad de la ciudad a diario con obsesiva puntualidad, con insistente minuciosidad, como si su intención fuera trazar de nuevo su geografía, como si en esas crónicas quisieran calcar a sus habitantes y sus acciones. Aunque algunas veces, se dejan llevar por el impulso de vestir con palabras a la ciudad, para que su realidad tan dura y descarnada a veces no se vea tan desnuda.

Medellín en blanco y negro