La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
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La melancolía del barrio Prado (Medellín, Colombia)
Una
tarde lluviosa da a este barrio un aspecto melancólico que va muy bien con las
calles arboladas y las grandes casas, construidas en la primera mitad del siglo
XX, que se entregan sin repulsa a los efectos del tiempo.
Caminar
por el barrio Prado, a la sombra de los árboles casi centenarios, es como hacer
una lectura de una parte de la historia de la ciudad plasmada en las fachadas
de sobria arquitectura. Es volver en el tiempo, sintiendo que a este barrio los
años le han robado el espíritu.
Cabe
pensar que todos los que lo construyeron hace tiempo que abandonaron esta zona
de la ciudad, pero también es posible que algunos de ellos permanezcan allí a
la espera de un fin inevitable.
Algunas
de estas casas se han acomodado a nuevos usos y así se han librado de la
decadencia que afecta a la mayoría. Sin embargo, la vetustez que aqueja a este
barrio no disminuye la dignidad que siempre tuvo desde sus inicios.
Como libélulas (Medellín, Colombia)
Las calles
y avenidas de esta ciudad, sobre todo las de los viejos barrios como Prado, en
el centro oriente, están sombreadas por árboles de diferentes especies, entre
los que destaca el carbonero, que ha acompañado los paseos de los medellinenses
desde los inicios de la vida en esta Villa.
Rara
vez se tiene la oportunidad de ver la copa de estos árboles desde otra
perspectiva que no sea la del transeúnte y es por eso que se convierte en toda
una sorpresa ver la cantidad de vainas que producen y como resaltan contra el verde
oscuro del follaje. En un primer momento uno hasta se confunde y cree que son
libélulas.
Ya no hay vacantes (Medellín, Colombia)
A cuántos viajeros se les vendrá el mundo encima al llegar frente a este hotel y encontrarse con la infausta noticia de que ha cerrado. Esa casa que recibió a quienes decidieron aventurarse por estos parajes, por esta ciudad que para los turistas tiene el encanto de los lugares que no entregan sus secretos fácilmente, ha dejado de abrir sus puertas a los desconocidos.
Cuántos de esos andariegos supieron que este hotel fue en realidad una casa, donde alguna familia vivió la existencia lánguida de una pequeña ciudad latinoamericana en los cuarenta o los cincuenta y que despertó perezosamente en la década de los sesenta para desaparecer de este barrio en los ochenta y alejarse del bullicio y el desorden, que luchan por asentarse definitivamente en las urbes modernas.
Cuántos de esos viajeros se dejaron ganar por la curiosidad y averiguaron, tal vez, que los herederos de aquellas gentes fueron incapaces de sostener el tren de vida que exigía una casa como ésta, una de esas casas cuya arquitectura moldea hasta el carácter noble de sus habitantes.
Sin embargo, cuando se convirtió en hotel, algo de la antigua prosapia permaneció en los interiores redecorados con timidez para evocar un cierto esplendor de familia vieja.
Pero ahora el futuro es incierto, acaso las oficinas gubernamentales que se encargan de mantener las apariencias, hasta determinado punto, obliguen a los que manejarán su futuro a devolverle a la fachada su primera belleza. Pero, queda la duda, de si en su interior los destrozos ya sean irreversibles.
Mientras fue hotel estuvo a salvo del deterioro o de la demolición, ahora la esperanza es que aloje a una de esas empresas donde las oficinas se dividen con grandes paneles de cartón o de materiales indeterminados, pero que al fin y al cabo respetan ese aspecto de edificación antigua en las viejas casas que ocupan.
Claro que no deja de preocupar que mientras es más la gente que llega a la ciudad, buscando ese no se qué que en mayor o menor medida todos le encontramos, desaparezcan los viejos hoteles.
El misterioso mensaje del octágono (Medellín, Colombia)
En la verja que da acceso a una casa del barrio Prado, dos medallones octagonales enriquecen su sencillo diseño. El relieve que altera su superficie es paradójico en muchos sentidos, bueno al menos en dos sentidos: la efigie de un escultor que talla una obra invisible es a su vez borrada, pero no por el deterioro del metal sino por las sucesivas capas de pintura que unas manos, con muy poca delicadeza, le han aplicado a esta pequeña y hermosa obra de arte. Cada vez que la brocha pasa por su superficie desdibuja la imagen, hasta que llegará el día en que nadie podrá ver algo más que la figura geométrica del exterior.
Al interior del octágono el escultor continuará con su trabajo impalpable. Pero el observador sólo podrá ver y meditar tal vez, sobre la simbología de esta figura geométrica utilizada para construir hitos arquitectónicos tan importantes como la mezquita de Al-aqsa en Jerusalén o el castillo del emperador Federico II en la provincia de Bari, Italia. Sin olvidar las figuras que se utilizaron, en los mosaicos de algunas iglesias de los principios del cristianismo, para simbolizar la eternidad y la totalidad.
Mientras llega el momento de su desaparición sólo es posible, para nosotros los legos, admirar la armonía de esta figura que con pocas líneas ha creado un artista desconocido.
Aunque no sería extraño que algún buscador de misterios se sienta intrigado por el hecho de que un escultor, es decir un creador, se dedique a tallar eternamente algunas palabras o símbolos reveladores, ocultos para el mundo por la pintura, que accidentalmente o de manera premeditada, cubre un mensaje que sólo los iniciados podrán desvelar, si alguna vez se libera esta obra de todas las capas de pintura acumulada durante décadas.
Para qué las rejas (Medellín, Colombia)
Esas rejas que resaltan con su simplicidad las líneas clásicas de esta casa no parecen tener una función decorativa solamente, acaso eviten también que la realidad de afuera, trastorne la calma que se adivina al interior de sus paredes.
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