En uno de los tantos parques de la ciudad un pájaro espera la señal de salida. Hace rato se encuentra allí, nervioso como todos los pájaros, a la expectativa de que el encargado invisible de dar la señal considere que es el momento adecuado. O a que los insectos que ha estado observando fijamente bajen la guardia para lanzarse sobre ellos.
Claro que si esta ciudad quedara a la orilla del mar estaríamos en un acantilado y el pájaro temblaría de frío y de la excitación que le produciría arrojarse al vacío.
Pero como esta ciudad está confinada entre montañas, esta ave, con nerviosismo y todo, tiene para sobrevolar, desde esta plataforma, un pequeño lago de hierba, aunque de un verde tan intenso que, cuando el sol es muy fuerte, centellea como si fuese agua.