Quienes conocen algo de la historia de
Leonardo Da Vinci saben que fue un hombre de una gran curiosidad. Según sus
notas y cuadernos sobre la naturaleza uno puede deducir que observaba las aves con
detenimiento y que esa mirada inquisitiva con que miraba los cielos le permitió,
además de desarrollar en él un intenso deseo de volar, teorizar sobre la
posibilidad de lanzarse al espacio.
Claro que no sólo fue Leonardo quien se sintió
encantado por el vuelo de las aves, tanto los griegos como muchas otras
culturas han sentido esta fascinación desde el comienzo de los tiempos, plasmando
tal hechizo en mitos, literaturas y leyendas.
También sobre esta ciudad, cruzan los cielos incesantes
las aves pero nosotros: los citadinos, embebidos en nuestras preocupaciones cotidianas,
damos poca importancia a la maravilla que se repite a diario frente a nuestros
ojos del vuelo de unas palomas.