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La última visita (Medellín, Colombia)

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Después de los paseos incesantes de las hormigas que acompañaron todo el proceso de la orquídea desde antes de empezar a despuntar su capullo, y después de que se hubieran ido en busca de otras fuentes de alimento o de asombro, llega la última visita. Un abejorro grande y sano aparece colgado de sus alas para despedir a la flor que lo esperó para dar por terminado su ciclo, para entregarle esos deseos de volar que su forma atestigua. El abejorro dorado, negro y amarillo llega para rondarla en una especie de danza de cortejo y cuando por fin la abraza permanecerá allí apenas unos momentos, espaciados  cada uno de ellos por otros vuelos, por otras danzas. Luego partirá para buscar flores quizá menos espectaculares, pero más generosas. Pero volverá. Cuando renazcan otras orquídeas repetirá la sucesión de giros, danzas y abrazos; una tarea que tal vez sea un requisito imprescindible para asegurar que en el futuro habrá más orquídeas y él pueda regresar o para que lo hagan otros abej

Ikebana (Medellín, Colombia)

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Espontáneamente la naturaleza logra la sutileza, riqueza y profundidad que alcanzan los grandes maestros en esta disciplina después de mucho tiempo.  Hasta los japoneses, expertos en el ya centenario arte de los arreglos florales, admirarían las composiciones que pueden verse en esta ciudad a cada momento, donde sólo hay que tener la mirada atenta para encontrarlas en cualquier jardín.

Pedazos de sol (Medellín, Colombia)

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Entre tantas manifestaciones de la belleza que se pueden encontrar en la naturaleza la que más nos impresiona es la de las flores. Tal vez porque en sus pétalos se materializa la luz en cada tono.

La tranquilidad de los acuarios (Medellín, Colombia)

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Los acuarios tienen un efecto sedante para la mayoría de quienes contemplan una vida que se desarrolla impasible y ajena a nuestra presencia y a nuestra mirada; no importa que esa tranquilidad que vemos sea aparente y en sus confines se estén desarrollando los mismos dramas que escenifica la existencia en cualquier parte de este planeta. Para el observador los peces como éste, se mueven sin mayor esfuerzo, delicadamente, exhibiendo sus colores brillantes para el único deleite de sus ojos, ignorando casi siempre, que cada ser vivo tiene una función específica en la complicada trama de la vida en la tierra.

Una planta caminante (Medellín, Colombia)

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En cualquier jardín de esta ciudad puede uno encontrar plantas que florecen continuamente sin que se enteren las personas que pasan por la calle. Como este Iris caminante que al parecer no es lo suficientemente exótico como sus primas las orquídeas (si la juzgamos por su forma) ni suficientemente noble como los lirios (si la juzgamos por el parecido de las hojas) para despertar el fervor entre los admiradores de las flores. Sin embargo su belleza está ahí a la vista de todo aquel que quiera contemplarla. Este Iris en particular, haciendo honor a su nombre común, recorrió un largo camino desde San Francisco, un pueblito del oriente de Antioquia, hace unos 14 años y ha venido floreciendo desde entonces en el mismo jardín sin llamar la atención de casi nadie.

Diseño minimalista (Medellín, Colombia)

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Una pequeñísima flor es el ejemplo perfecto de que en la naturaleza pueden prosperar muchas formas de vida independientemente de su tamaño. En una ciudad donde la gente está acostumbrada a convivir cotidianamente con la exuberancia de bromelias, heliconias u orquídeas se pueden encontrar flores como ésta que además de sus reducidas dimensiones ofrecen al mundo la simpleza de su escueto y sin embargo impactante diseño; no sólo por la forma de los pétalos sino también por su esplendoroso color amarillo. Por la combinación del amarillo de la flor con el verde de las hojas de esta planta, podría pensarse en una composición hecha adrede para atraer la atención de algún observador minucioso o de alguna especie particular de insecto.

Como una pintura de un ministro chino (Medellín, Colombia)

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Una fotografía que evoca una de esas pinturas que aparecen en los biombos chinos, copias a su vez de los ejercicios pictóricos a los que debían dedicarse los ministros del imperio para demostrar su capacidad de gobernar. Es como si en cualquier lugar del mundo pudieran verse imágenes que han despertado la sensibilidad del ser humano frente al espectáculo que ofrece diariamente la naturaleza. En medio de la ciudad un guayacán florece y contrasta la profusión de flores con el verde intenso de las hojas que todavía no han caído para dar paso al amarillo absoluto de la florecida.

La textura de la belleza (Medellín, Colombia)

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Si uno quisiera definir la belleza que se puede percibir con los dedos sin acudir al tacto podría apoyarse en la textura de estas flores de guayacán donde la delicadeza de su forma contrasta con el fuerte color amarillo de los pétalos. Miles de flores se agrupan en las ramas de este árbol para sorprender al observador dando la sensación de que es posible tocar los colores. Muchas calles de la ciudad se ven invadidas cada cierto tiempo por este tono intenso que opaca los grises del asfalto y los ocres de los muros, alegrando la vista y dándole un aire festivo a los lugares donde florece el guayacán; un árbol que parecería haberse convertido en emblema de una ciudad donde la variedad de flores revientan sin previo aviso en cualquier lugar.

Primer plano (Medellín, Colombia)

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A primera vista parece como si el amarillo dominara todos los colores de la naturaleza en la ciudad, son tantos los lirios que bordean las avenidas, que colorean los parques. Y sin embargo a pesar de la cantidad, la vista no se cansa de ver ese tono que alcanzan estas flores cuando se abren plenamente. Cuando uno observa una flor de estas tan de cerca como la de la fotografía, se puede, con un poco de imaginación, oír el zumbido de la abeja de rigor que viene a impregnarse las patas de polen, tan dorado como sus alas.

Un estallido de amarillo (Medellín, Colombia)

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El amarillo es un color que está íntimamente relacionado con los paisajes de esta ciudad. En cualquier lugar, y en determinadas épocas, revientan las flores del guayacán y embellecen hasta esos lugares que durante casi todo el año pasan desapercibidos por su carencia de atractivo. Pero cuando florecen los guayacanes, hasta en los días grises donde la luz no resalta los colores de las cosas, las flores de este árbol forman como un estallido que absorbe toda la luz y la devuelve de manera casi enceguecedora. Mientras tanto las flores que caen reflejan en el piso el árbol que acaban de abandonar.

La belleza de lo simple (Medellín, Colombia)

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La belleza simple de estas flores amarillas, así como la profusión con la que aparecen en los campos, le hace olvidar a uno todas las propiedades terapéuticas y hasta culinarias que desde siempre se le han asignado al diente de león, una planta de diseño sencillo que siempre causa impacto, tal vez por el fuerte contraste entre el color de sus flores y el verde intenso de las hojas que les sirven de fondo.

La solidez de la luz (Medellín, Colombia)

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La luz que entra por una ventana abierta al exterior parece solidificarse, convertida en la fluidez de la tela que aunque flexible y suave, nunca llegará a igualar la espectacularidad con que la luz deja su impronta donde quiera que aparece. En un lugar excavado en la tierra no deja de sorprender la aparición de estos cortinajes que capturan la luz, convirtiéndola en ese intenso color amarillo tan querido por los emperadores chinos, quizá porque les recordaba el oro o tal vez porque pensaban que de todos los colores era el más luminoso. Pero no sólo despiertan interés el color y los largos telones que descienden desde la altura, están también los tragaluces por donde se deja ver un cielo tan pálido que uno apenas lo percibe. Aunque su diseño es novedoso, casi toda la atención de la mirada se la roban los lienzos y su color donde la luz adquiere mayor intensidad.

El hombre de amarillo (Medellín, Colombia)

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Al fondo las líneas sobrias del Edificio Coltejer recuerdan otro tiempo donde hasta la arquitectura estaba en sintonía con las palpitaciones pausadas de la ciudad. Pero aquí, como en cualquier urbe colombiana, el color ha invadido las calles y se ha pegado a las paredes de manera definitiva, al parecer, como si quisiera reflejar la intensidad de la mayoría de los colombianos en su forma de asumir la vida. Los tonos vivos de una sombrilla se juntan a las llamadas estentóreas de un vendedor invisible que conmina a la gente a acercarse a su camión y comprar esas frutas tropicales que aquí se ven por todas partes. Una ciudad como esta se agita al pulso acelerado de sus habitantes y los colores vibran como si quisieran unirse a su ritmo frenético. Pocos permanecen serenos; tal vez el único que no siente apremio es el hombre de amarillo que aconseja prudencia pero a quien nadie hace caso. Aparece y desaparece en las esquinas, pero su vestido y su calma lo hacen imperceptible a las miradas an

Amarillo (Medellín, Colombia)

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Este color que representa la perfección espiritual y la alegría se manifiesta en la ciudad de manera pasmosa cuando florecen los guayacanes. Es posible verlos en cualquier parte: en los jardines públicos o en las estrechas franjas de tierra que bordean las calles en algunos barrios. El amarillo es un color que entusiasma según los teóricos de la cromoterapia y lo cierto es que después de ver un guayacán florecido es difícil no asociar el color amarillo con el asombro que causa este árbol cada vez que pierde sus hojas para llenarse de flores. No sólo es el intenso color de las flores lo que sorprende sino la cantidad que parece excesiva, como si este árbol quisiera llamar la atención de alguna especie animal determinada a la que es difícil cautivar y por eso tuviera que hacer un esfuerzo tan desmesurado.

La soledad de la belleza (Medellín, Colombia)

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En medio de uno de los pocos céspedes que todavía no se han secado, una flor sola se yergue con su pequeña estatura para matizar con su color intenso, brillante y llamativo el verde uniforme de la hierba. Sólo se ve la flor, como si surgiera de la tierra, sin ataduras a ninguna planta o como si hubiera sido puesta allí por una mano desconocida para conmemorar en ese lugar específico la celebración de un evento anónimo, pero tan significativo que llevó a esa persona a comunicárselo en silencio a todos los que pasen por allí. Para que se alegren con su vista o se les altere la monotonía con la que se mueven por las calles y plazas de esta ciudad. Para que caminen durante un rato con un destello de alegría en la mirada, o acompañados por la nostalgia del recuerdo olvidado que esa flor revivió, o para que se pongan un poco melancólicos que es como estar triste sin motivo. A veces una flor solitaria aviva la imaginación de la gente; ni siquiera se siente la necesidad de arrancarla y dejar e

El color del calor II (Medellín, Colombia)

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Nunca deja de impactar el amarillo con el que las flores de los guayacanes nos sorprenden en cualquier época del año. La mirada descansa en un color que se vuelve más vivo cuando se le observa contra el cielo. Es como si absorbieran el calor y lo utilizaran para intensificar su tono.

Flor de lis (Medellín, Colombia)

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El lirio, una de las flores más comunes en los jardines públicos y privados de la ciudad, se roba las miradas con su color intenso. Y si además uno observa con detenimiento la pureza de sus líneas, empieza a preguntarse cómo puede haber tanta belleza en sólo seis pétalos. No es de extrañar que los alquimistas de la edad media utilizaran su imagen, entre otros fines, para simbolizar la perfección.

Lo que queda del día (Medellín, Colombia)

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La vista de un árbol sin hojas invita a que se aposente en nuestro espíritu una cierta melancolía. Sin embargo el derroche incontinente que hace el guayacán con sus flores amarillas, siempre le llena a uno el corazón de gozo. No importa que ya se le hayan caído y se vean sus ramas desnudas… el espectáculo de las flores continúa en el piso.

Ilusión en amarillo y azul (Medellín, Colombia)

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Frente a la ventana de un acuario se desplazan dos peces, indiferentes a las miradas ávidas de quienes visitan ese sitio. Su percepción limitada del mundo les permite sentirse como si estuvieran todavía en su lugar de origen.