La curiosidad canina es proverbial. Es incluso mayor que la de los seres humanos.
Los perros sienten una necesidad innata de
enterarse de todo lo que pasa a su alrededor. Basta verlos en las ventanas de
las casas, de los automóviles o como en este caso en la ventanilla de un bus de
transporte público con la nariz dispuesta, analizando todos los olores que
llegan a su magnífico aparato olfativo.
En las ciudades modernas o antiguas, y ésta no
es la excepción, siempre ha sido una escena común la de los perros desplegando
su interés por cualquier objeto inerte o en movimiento, recolectando información
para compartirla entre los de su especie y elaborar su propia teoría sobre la
vida y la gente, sus aparentes amos.
Sin embargo, todo lo aprendido por ellos no está disponible
para nosotros, tal vez ellos suponen que no estamos preparados para tal flujo de
conocimientos.