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El silencio de las campanas (Medellín, Colombia)

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Hubo un tiempo en que las campanas anunciaban celebraciones o desastres. Un tiempo en el que su canto convocaba. Un tiempo en el que en el tañer de los bronces se podía identificar la alegría, la tristeza o la solemnidad; y en su doblar la muerte. Hoy, en esta ciudad, las campanas han cedido su voz a los parlantes. Sólo queda de ellas una imagen quieta en lo alto de algunas iglesias. Un recuerdo detenido en la memoria de quienes hasta las identificaron por su timbre. Hoy la gente pasa frente a los templos, donde permanecen inmóviles y en silencio como una huella de una época casi olvidada, sin percatarse de que tal vez en su corta vida nunca han oído su sonido claro y distinto. Sin arrebatos. Sin echarse al vuelo, las campanas se adentraron suavemente en el pasado.

La fuente del parque (Medellín, Colombia)

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Aunque la plazuela de la iglesia de la Veracruz no es un parque en realidad, la fuente que sirve de asiento a tantas palomas del sector se ha convertido para aquellas personas que pasan por allí diariamente en un hito arquitectónico que, tenga agua o no, siempre se identifica con un lugar para refrescar la mirada. Al fondo la centenaria iglesia de la Veracruz, cuya superficie ha sido modificada tantas veces, mantiene su forma inconfundible para los habitantes de esta ciudad. Esta es una imagen donde la composición no desentona en un sector que no se caracteriza por su coherencia arquitectónica.

Torres fuera de tiempo (Medellín, Colombia)

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Una chimenea que nos remite a una novela de Charles Dickens combina perfectamente con una torre de iglesia que parece sacada de una novela de Víctor Hugo; y las dos parecen fuera de tiempo si se comparan con las modernas torres de apartamentos que se ven a lo lejos. Es que en esta ciudad se ajustan lo antiguo y lo moderno sin solución de continuidad. Tal vez el único elemento común sea el de las montañas que siempre aparecen en el paisaje. A unas imágenes del siglo XVIII le sirven de fondo otras de esta época como una película anacrónica donde hasta los vidrios de las ventanas engañan al ojo, haciéndole creer que copian, nítidamente, la torre de la iglesia, cuando en realidad lo único que hacen es dejar ver parte de las dos torres posteriores de la iglesia a través del reflejo en su superficie de unos edificios.

Una aguja (Medellín, Colombia)

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Un hermoso objeto arquitectónico se eleva al cielo, facilitándole la labor a quien tenga que encontrar una aguja en la ciudad. Desde muchos lugares de la ciudad se puede ver esta iglesia. Durante décadas ha observado la ciudad desde las alturas de la calle Ayacucho, sirviendo además de punto de referencia a todos los que quieran visitar uno de los barrios más tradicionales de la ciudad. Sólo basta subir la leve pendiente que desde El Centro conduce a Buenos Aires.

Una torre en el bosque (Medellín, Colombia)

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Como perdida en una inmensa floresta se aparece esta torre a los habitantes de Boston que tienen la ventaja de mirar la ciudad desde cierta altura. Aunque para un observador imaginativo la torre de una iglesia común se puede convertir en el punto de referencia para recorrer sin perderse un bosque encantando y  la vegetación del pequeño parque transformarse en una arboleda interminable donde podrían experimentarse inenarrables aventuras.

Un vistazo a Buenos Aires (Medellín, Colombia)

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Las torres de las viejas iglesias apenas se distinguen entre tantas construcciones de la pequeña colina que se extiende al centro oriente de la ciudad. Desde allí El Centro se ve como una ilusión que se hubiera aparecido de pronto. Son tan nítidas las siluetas de los edificios, parecen tan cercanas las avenidas que cuadriculan la ciudad. Sin embargo cuando uno mira hacia los barrios que componen este sector, los ve apartados como si la vista los alejara. Las iglesias se desdibujan entre el adobe que palidece o se enciende dependiendo de la luz que ilumina tanta casa.

Entre paredes (Medellín, Colombia)

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En el aire espeso de una tarde fría, la silueta de una iglesia intenta desaparecer de la vista, aunque las paredes de la ciudad den la impresión de haberse movido para dejar ver, desde lejos, su estructura de ladrillo. En esta ocasión el adobe no se incendia como en esos atardeceres soleados cuando la luz particular de esta ciudad le da a todas las cosas una tonalidad tan cálida que es difícil de describir. Es como si el aire y la neblina se unieran para suavizar las aristas que una ciudad le impone al paisaje.

Una puerta en Boyacá (Medellín, Colombia)

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Cuando uno camina por la calle Boyacá, a la altura de la iglesia de la Candelaria, lo hace por necesidad. Pocos habitantes de la ciudad deciden ir a dar un paseo por esta calle que constantemente se atesta o se vacía de personas que van y vienen. Los vendedores que nunca se alejan demasiado tiempo ofrecen todo tipo de pequeñas mercancías y el ruido de sus pregones es casi ensordecedor. Casi nunca uno gira la cabeza para mirar los paredones de la iglesia que ha estado ahí flanqueando la calle y viendo los cambios de la ciudad durante los últimos doscientos o trescientos años. La puerta que se abre a un espacio oscuro y fresco la cruzan diariamente cientos de fieles que sacan un rato a su tiempo de preocupaciones para detenerse en la frescura del interior, pero ni siquiera ellos dejan que su atención se la robe la hermosa puerta lateral ni los cambios de color que periódicamente le infringe el sacerdote de turno. La iglesia está ahí, simplemente, como uno de esos mojones que señ

Los misterios de la luz (Medellín, Colombia)

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Bajo la luz de esta ciudad una imagen que parece captada en uno de esos pueblos costeros del caribe puede convertirse, sin solución de continuidad, en una fotografía de recuerdo tomada en un pueblo perdido en las estribaciones de los Andes donde el frío sobrecoge hasta los ladrillos. Afortunadamente esa luz desapacible de cielos plomizos y grises pocas veces dura algo más que algunas horas, las suficientes como para hacernos dudar y creer, a los que estamos acostumbrados a la infinita variedad de azules, que nos será negado ese espectáculo de ahora en adelante. Claro que nunca sucede, porque el sol vuelve a brillar y a resaltar los colores de todas las cosas además del azul del cielo.

San Miguel (Medellín, Colombia)

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Entre todas las iglesias de la ciudad una de las más conocidas es ésta la de San Miguel, pues su silueta se puede ver desde muchos lugares. Se encuentra en Villahermosa uno de los barrios más tradicionales del oriente de la ciudad. En esta fotografía la escultura del arcángel San Miguel, que le da su nombre al templo, parece recortarse contra el cielo de manera sobrecogedora, gracias a ese resplandor que se ve a sus espaldas como si realmente actuara en calidad de representante de instancias superiores. De cualquier manera esta iglesia de sencillo diseño es una muestra de la belleza que puede encontrarse en la arquitectura religiosa de la ciudad.

Una torre de novela (Medellín, Colombia)

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En esta ciudad, donde los estilos arquitectónicos de diferentes partes del mundo y de distintos períodos históricos se combinan constantemente, se ven creaciones como esta torre que no estaría fuera de lugar en la plaza de uno de esos pueblos italianos dedicados durante siglos a la producción de vino. En uno de esos pueblos que se encuentran en algún recodo de los caminos recorridos por los viajeros que visitan la vieja Europa buscando, como lo hizo Goethe, un refinamiento espiritual que para muchos es imposible de hallar en su propio entorno. Pero con toda seguridad donde si es posible encontrarse con una torre como ésta es en una de esas novelas del siglo XIX como La cartuja de Parma donde el ocre parece acompañar cada página leída o porqué no en algún pueblo descrito por Ippolito Nievo en su extensa novela.

Las puertas de la catedral (Medellín, Colombia)

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A veces las enormes puertas de esta iglesia románica están abiertas en las tardes de soles lánguidos que adormecen un poco la ciudad. Entonces la gente entra y se sienta en las bancas a rezar o a escuchar el susurro apagado de los rezos de los demás o el murmullo del exterior que ni siquiera los gruesos muros de adobe logran apagar del todo. Ajenos a la frescura del interior otros permanecen en la puerta y se desesperan, sin saber si hoy tendrán que devolverse con las expectativas frustradas a consecuencia de una cita fallida. Unos cuantos turistas observarán las imágenes, los vitrales o el altar mayor tallado en mármol y admirarán la sobriedad de su arquitectura. Cuando las puertas de la catedral están abiertas es cuando parece que la iglesia cobra vida, tal vez por esa serie de pequeños acontecimientos que pasan desapercibidos para la mayoría de la gente y que muchas de las veces no tienen relación con los rituales religiosos a los que está consagrado este templo.

Al costado de la catedral (Medellín, Colombia)

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A las cuatro de la tarde el sol calentaba con fuerza los adobes de la catedral como si quisiera volver a cocer el barro. Se filtraba por las ventanas estrechas cubiertas de vitrales y coloreaba el piso interior de la iglesia con la combinación de luces con que el sol brillante tocaba las baldosas. Era como si al atravesar el vidrio, la luz se convirtiera en un líquido de múltiples colores que se vertía con suavidad en el embaldosado. Si uno pudiera presenciar ese fenómeno, que se produce cada vez que la luz entra por los costados de la catedral desierta, tendría miedo hasta de respirar por temor a desdibujar con el aliento las figuras que se producen en el aire, en la superficie de las columnas y en el piso. Afuera la gente caminaba con languidez, ignorante del fenómeno que ocurre cuando la iglesia está cerrada y el sol está a punto de perderse detrás de las montañas como en esta ocasión.

La cúpula de San Antonio (Medellín, Colombia)

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Esta es una de las iglesias más tradicionales del Centro y sin embargo una de las menos visitadas. Es como si la gente sólo reconociera su cúpula como punto de referencia para ubicar el lugar donde se termina El Centro y nada más. Hace mucho tiempo que esta iglesia pasó de ser un templo abierto a la comunidad que la rodeaba a una iglesia que se abre a la gente sólo durante ciertas horas. Del barrio no queda sino el recuerdo en algunas memorias que se resisten aún a darse por vencidas. Pero las casas desaparecieron hace décadas llevándose consigo las historias y la carga de afectos que la gente pone en los lugares que habita. La cúpula que es la de mayor tamaño entre las iglesias de la ciudad, se ve aquí a través de unos cables de acero que parecen encerrarla, evidenciando el fenómeno arquitectónico que se ha ido desarrollando en esta zona: unas construcciones modernas que inexorablemente se han sobrepuesto a los edificios de la antigua villa. Sin embargo como en muchos otros lugares, é

Luna de media tarde (Medellín, Colombia)

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A veces la luna confinada en su reino de oscuridad se escapa para observar durante las últimas horas de la tarde su lugar preferido. En un intenso cielo azul, al que unas pocas nubes dan profundidad, la silueta de una luna que se deshace como si fuera un fantasma, le agrega al perfil de la ciudad un misterio casi oriental. Debe existir en antiguos manuscritos la narración de alguna historia asociada con la visión de la luna en medio de la tarde. Algo que remita al lector a creer que si tiene la ventura de ver esa aparición tan desusada, en su futuro se verán cumplidos sus deseos. Claro que si tal presagio existió en la antigüedad, para nosotros no tiene ninguna aplicación, pues ver la luna a horas distintas a las de la noche no es tan extraño en este valle.

La Candelaria (Medellín, Colombia)

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En uno de los costados del parque Berrío se puede ver una de las iglesias más antiguas y emblemáticas de la ciudad. Su arquitectura, que se remonta a la época de la colonia, le da un toque venerable a un lugar que ha sido testigo de todas las transformaciones por las que ha pasado esta ciudad; que ha contemplado impasible todas las aventuras a las que se han lanzado sus habitantes. Que ha visto pasar frente a su fachada las muchas generaciones constructoras de esta urbe, que para millones de personas es irremplazable en todo el mundo. La ciudad de los contrastes, ofrece con esta iglesia uno más para enriquecer la variedad arquitectónica y artística de esta tierra. Un templo que en su interior guarda además de obras de arte religioso, un órgano alemán que llegó a lomo de mula a mediados del siglo XIX.

La gruta del santo (Medellín, Colombia)

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Como si estuviera escondida entre la espesura de un bosque, una gruta dedicada a un santo parece esperar la llegada de uno de esos caballeros andantes que recorrían el mundo medieval, en busca de aventuras y de portentos. Aquí podría encontrar las señales para elucidar el misterio que atormenta a un rey o a una princesa. O podría ser la entrada a uno de esos lugares subterráneos, donde espera un hechicero con la magia necesaria para encontrar el camino a algún castillo encantado. Claro que todo esto es factible sólo en el mundo de la fantasía que se mueve en una dimensión paralela a la que vivimos todos los días; sin embargo la ciudad que acoge en su territorio rincones como estos le regala la posibilidad de soñar a cualquiera que desee hacerlo. Basta con mirar los lugares que vemos diariamente con una mirada creadora. En ese mundo donde todo es posible, no es descabellado pensar que la gruta de este santo es la entrada a cualquier lugar fantástico que queramos imaginar.

Entre lo antiguo y lo moderno (Medellín, Colombia)

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Una antigua iglesia languidece perdida entre talleres de mecánica, bodegas y carpinterías. El estilo de referencias góticas de su arquitectura, que se acomodó a los materiales disponibles para la época en estas tierras, se deteriora dignamente sin que todavía se haya presentado la iniciativa de restaurar el edificio, como parte importante del patrimonio arquitectónico de la ciudad y de su memoria histórica por supuesto. Otro lugar de la ciudad que se muere lentamente a causa de la contaminación pero principalmente de la soledad. Al fondo el edificio inteligente se levanta como un sólido recordatorio de la implacabilidad del tiempo. Una referencia a los nuevos modos de construir y a las nuevas preocupaciones que desvelan a los medellinenses. Aunque parece que la vieja edificación llevara sobre su lomo al moderno edificio. Es como si todavía el nuevo aspecto de la ciudad precisara del viejo para apoyarse en él, aunque sea nada más por la necesidad de establecer una comparación entre lo a

El yelmo del guerrero (Medellín, Colombia)

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La diferencia entre las épocas que se refleja en la arquitectura de las ciudades modernas se hace más evidente en el contraste de estas dos estructuras. El primer plano ocupado por una torre de comunicaciones, que es apenas un armazón, no logra ocultar la figura poderosa e imponente de la torre de una iglesia que parece el yelmo de un guerrero gigante. Tal vez esa sea la verdadera realidad de este edificio. La cabeza que habría en su interior, invisible para el ojo humano, podría pertenecer a un guerrero dormido, indiferente a las centurias que han pasado en esta tierra, mientras él se entrega a recorrer en sueños las batallas y las jornadas de otros mundos. Únicamente desde cierto ángulo y desde una altura determinada es posible entrever el secreto de este lugar. Cuando uno pasa por las calles que flanquean la iglesia sólo ve una torre más, que en algunas ocasiones deja a sus relojes marcar una hora aproximada a aquella que rige nuestras vidas. Generalmente miden un tiempo que se debe

La luz incierta de las cuatro y media (Medellín, Colombia)

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En el viejo reloj de la torre de esta iglesia, al que el tiempo ha borrado casi por completo los números con los que antiguamente marcaba las horas para la gente de Boston, siempre son las cuatro y media. No importa que la luz, a las diferentes horas del día, contradiga sus manecillas. Pero, en este día cuando los demás relojes marcaban las seis de la tarde, la luz no se parecía a la de ninguna hora. Por entre las nubes del occidente se filtraban unos rayos que se reflejaron en el cielo cubierto de la ciudad convirtiéndolo en una pantalla pálida y amarillenta, que hacia ver las cosas con una nitidez desacostumbrada, irreal. Sin embargo los tonos de los árboles se fundieron en una serie de trazos negros, finos y delicados que cuarteaban el cielo, como pasa en esas láminas antiguas en las que el tiempo ha tarjado y ennegrecido la laca que les diera ese brillo intangible de los objetos chinos.