Mostrando entradas con la etiqueta Achiko. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Achiko. Mostrar todas las entradas

Esperando a Ulises (Medellín, Colombia)

Argos, el perro que evoca Homero en el canto XVII de la Odisea, fue el único que reconoció a Ulises cuando volvió de la guerra y de todas las vicisitudes que las divinidades le pusieron como obstáculo para impedir su regreso a la isla de Ítaca, su patria. A pesar de la edad y del mal estado en que se encuentra los dos se reconocen y Ulises tiene que esconder la emoción que le causa volver a ver a su perro. Poco después Argos muere.
Tal vez ésta sea la primera de una larga serie de historias que describen la relación afectiva tan estrecha que existe entre los seres humanos y los perros. Historias que pueden desarrollarse en cualquier lugar del mundo: en Europa o en Alaska o como la de Achiko el perro de raza akita que se paraba a esperar diariamente y en el mismo lugar a su amo desaparecido y que según cuentan fue tal su lealtad que se hizo merecedor del afecto de toda la gente del pueblo donde vivía. A su muerte le erigieron una estatua, una copia de la cual se puede ver todavía en Shibuya, Japón.
Este perro que espera indiferente o descansa al pie de la escala podría estar comprometido con una fidelidad tan intensa como la de Argos o el perro japonés. Aunque observando su actitud despreocupada parece más bien que se hubiera alejado ya de los intensos trabajos a los que pudo haber dedicado su vida: tal vez, como a Colmillo, el compañero de Maxwell Smart, le llegó la hora de retirarse del espionaje. Quizá recorrió todo el mundo acompañando a su amo como lo hizo Milú, el perro de Tintín.
Lo cierto es que ahora su actitud sólo nos recuerda a Flash, el perro del comisario del condado de Hazard, que jamás se movió para ayudar a su amo.
Acaso espera que asome Ulises de nuevo para mirarlo por última vez y despedirse definitivamente.
En fin es posible que su pasado no haya sido tan apasionante y que solamente sea uno de esos perros que han vagado toda su vida, con pleno derecho, por las calles de esta ciudad sin tener que jurar fidelidad a ningún amo ni a ninguna manada. El espíritu libre del que todavía pueden gozar algunos animales.

Medellín en blanco y negro