En una pequeña glorieta se levanta una
escultura que llama la atención por el color rojo intenso de su superficie pero
sobre todo por la forma que recuerda de manera extraña e incomprensible a los tótems
precolombinos; esos tótems que se dirigían
hacia el cielo invocando quién sabe a cuáles dioses.
Esta escultura quizá no tenga la finalidad de
apaciguar o exaltar deidades, pero lo que si logra es tranquilizar el espíritu como
tantas creaciones humanas que con su forma modular no perturban la mente
de quienes las miran con detenimiento.