Esos elementos con los que armamos nuestro pensamiento son palabras que expresan, definen, simplifican, marcan, acogen, dicen, denuncian, formulan, enumeran, opinan, ratifican, articulan, recalcan, tratan, emiten, profieren, aclaran, producen, explican, prorrumpen, protestan, declaran, manifiestan, exponen, encubren, proclaman, muestran, exteriorizan, participan, significan, denotan, reflejan, representan, reproducen, afirman, testifican, atestiguan, repiten, certifican, deponen, garantizan, confirman, analizan, asienten, enuncian, insinúan, indican, observan, señalan, sugieren, establecen, connotan, citan, nombran, estudian, alegan, recuerdan, precisan, concretan, aseveran, subrayan, acentúan, mienten, reiteran, simbolizan, comunican... y trazan nuestro camino.
La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
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Una pausa (Medellín, Colombia)
Empiezan a verse con frecuencia en esta ciudad
los paseadores de perros que ejercen sus habilidades para limar asperezas y satisfacer
el ansia de la calle que aqueja a la mayoría de los perros. A falta de tiempo sus
dueños han optado por permitir que sus mascotas recuperen el instinto gregario
y salgan en pequeñas manadas, no ya para cazar animales sino para cazar
novedades.
Cualquier disculpa
es buena cuando se trata de romper la rutina. Diariamente recorren las mismas calles
en la misma compañía. Ya se conocen y no causan mayores problemas a quien los
conduce. Pero no deja de ser bienvenida cualquier alteración. Un momento de descanso
para el cuerpo aunque la curiosidad no cesa.
De repente el verano (Medellín, Colombia)
Para los habitantes de esta ciudad la primavera siempre ha sido
un lugar común, sin embargo hay momentos en que irrumpe sin avisar el calor
agobiante del verano. Y entonces quedan pocos lugares a la intemperie donde uno
se pueda refugiar del calor.
La ventaja de una ciudad de primaveras interminables
es que siempre hay un charco de agua fresca donde apagar la sed. No importa el
lugar donde se encuentre o la fuente de donde proviene. Para una boca sedienta,
agua es agua.
Lana (Medellín, Colombia)
En una
ciudad de las de ahora y en cualquier lugar del mundo no es extraño encontrarse
cara a cara con la espontaneidad; materializada en este caso en los ojos de Lana,
cuya felicidad puede ser salir a dar un paseo en el parque, encontrar en el
suelo la rama de un árbol para jugar con ella y poder llevarla entre los
dientes como un trofeo de caza.
Curiosidad (Medellín, Colombia)
La curiosidad canina es proverbial. Es incluso mayor que la de los seres humanos.
Los perros sienten una necesidad innata de
enterarse de todo lo que pasa a su alrededor. Basta verlos en las ventanas de
las casas, de los automóviles o como en este caso en la ventanilla de un bus de
transporte público con la nariz dispuesta, analizando todos los olores que
llegan a su magnífico aparato olfativo.
En las ciudades modernas o antiguas, y ésta no
es la excepción, siempre ha sido una escena común la de los perros desplegando
su interés por cualquier objeto inerte o en movimiento, recolectando información
para compartirla entre los de su especie y elaborar su propia teoría sobre la
vida y la gente, sus aparentes amos.
Sin embargo, todo lo aprendido por ellos no está disponible
para nosotros, tal vez ellos suponen que no estamos preparados para tal flujo de
conocimientos.
Los vigilantes (Medellín, Colombia)
Cuentan que hace muchos años en un cuartel de Afganistán se criaban perros, de raza afgana por supuesto, y que estos sin que nadie les hubiera enseñado se turnaban para salir en parejas a patrullar todo el terreno. Cuando llegaba un par salía el otro.
En este patio de la ciudad dos perros, el uno pastor alemán y el otro de raza indeterminada, tienen la tarea de cuidar el lugar. Cuando uno vigila el otro duerme. No hay necesidad de estar de pie o recorrer al trote o caminar constantemente debido a lo exiguo del patio donde ejercen su tarea. Basta mantenerse alerta.
Es más, el uno puede dormir a pierna suelta, con la tranquilidad expectante con la que sólo puede entregarse al sueño un perro, mientras que el otro clava la mirada en el exterior.
En el cartel pegado a la reja debe prohibirse expresamente intentar entrar so pena de exponerse a la ira de los canes. Allí debe anunciarse de manera escueta la fiereza de los dos vigilantes a los que se les ha encomendado el difícil trabajo de mantener la tranquilidad de este sitio y al que se entregan con toda fidelidad, como siempre.
Esperando a Ulises (Medellín, Colombia)
Argos, el perro que evoca Homero en el canto XVII de la Odisea, fue el único que reconoció a Ulises cuando volvió de la guerra y de todas las vicisitudes que las divinidades le pusieron como obstáculo para impedir su regreso a la isla de Ítaca, su patria. A pesar de la edad y del mal estado en que se encuentra los dos se reconocen y Ulises tiene que esconder la emoción que le causa volver a ver a su perro. Poco después Argos muere.
Tal vez ésta sea la primera de una larga serie de historias que describen la relación afectiva tan estrecha que existe entre los seres humanos y los perros. Historias que pueden desarrollarse en cualquier lugar del mundo: en Europa o en Alaska o como la de Achiko el perro de raza akita que se paraba a esperar diariamente y en el mismo lugar a su amo desaparecido y que según cuentan fue tal su lealtad que se hizo merecedor del afecto de toda la gente del pueblo donde vivía. A su muerte le erigieron una estatua, una copia de la cual se puede ver todavía en Shibuya, Japón.
Este perro que espera indiferente o descansa al pie de la escala podría estar comprometido con una fidelidad tan intensa como la de Argos o el perro japonés. Aunque observando su actitud despreocupada parece más bien que se hubiera alejado ya de los intensos trabajos a los que pudo haber dedicado su vida: tal vez, como a Colmillo, el compañero de Maxwell Smart, le llegó la hora de retirarse del espionaje. Quizá recorrió todo el mundo acompañando a su amo como lo hizo Milú, el perro de Tintín.
Lo cierto es que ahora su actitud sólo nos recuerda a Flash, el perro del comisario del condado de Hazard, que jamás se movió para ayudar a su amo.
Acaso espera que asome Ulises de nuevo para mirarlo por última vez y despedirse definitivamente.
En fin es posible que su pasado no haya sido tan apasionante y que solamente sea uno de esos perros que han vagado toda su vida, con pleno derecho, por las calles de esta ciudad sin tener que jurar fidelidad a ningún amo ni a ninguna manada. El espíritu libre del que todavía pueden gozar algunos animales.
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