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Bajo el cielo gris (Medellín, Colombia)

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Los que recién llegan a la ciudad se llevan la gran sorpresa de encontrarse la ciudad bajo un cielo gris y envuelta en brumas. Y es que por estos días los cielos azules han desaparecido y han sido reemplazados por el color de la melancolía. Ya era el momento para que el clima de sol y vacaciones nos diera un respiro y volviéramos a sentir el viento frio en la cara y la lluvia mojándonos a mansalva porque los paraguas estaban durmiendo con el sueño de los objetos olvidados en los rincones de los closets. Que importa tener que recurrir de nuevo a las fórmulas caseras para curarnos el resfriado. Que importa llegar a la casa envueltos en sacos y bufandas con los zapatos empapados. ¡Bienvenido el invierno a la ciudad! Ojalá se quedara un rato largo, tan largo como para que empecemos a desear que vuelva el verano.

Un paisaje japonés en la ciudad (Medellín, Colombia)

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En la pasada versión de la Exposición Orquídeas, pájaros y flores del Jardín Botánico en la ciudad, era posible encontrarse con esta imagen que le hace pensar al observador en uno de esos paisajes invernales que se dan en el Japón. Elaborado con diferentes materiales y con las hortensias como elemento principal, recuerda la película Los sueños de Akira Kurosawa.

En las goteras de la ciudad (Medellín, Colombia)

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En las montañas que rodean la ciudad es posible encontrar todavía lugares así, donde parece que se fabrica la neblina que a veces invade todo el valle o esa niebla que cubre las montañas dibujando un horizonte imaginario para quienes quieran inventarse un espacio abierto, detrás de toda ese blanco algodonoso. Pero el viento o el calor disipan la niebla y otra vez vuelven a aparecer las montañas con su dosis de verde y ocre. Muy cerca se pueden encontrar lugares como éste, donde el tiempo se ha detenido flotando quizá en las gotas de agua que desdibujan el paisaje.

Una tarde de lluvia, una calle cualquiera (Medellín, Colombia)

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Esa tarde nadie cantaba bajo la lluvia y los pocos que transitaban por allí sólo pensaban en escamparse. La ciudad se veía casi abandonada como si cada gota hubiera hecho desaparecer una persona. Contra las paredes, se recostaban los pocos que no habían mirado al cielo y por lo tanto no se habían dado cuenta de lo que se estaba preparando allá arriba: una tormenta que se precipitaría sobre la ciudad con toda su fuerza; de esas que le hacen a uno desear no volver a salir de la casa. Mientras el agua se encargaba de lavar el aire, los adoquines y el piso de los andenes, la gente se dedicaba a quejarse por lo bajo del mal tiempo y de la inconveniencia del invierno. Qué no dieran por un rayo de sol, aunque fuera de esos que queman la piel como si pretendiera marcarlo a uno de por vida. En fin, quizá entre los que se le escabullían al agua estuvieran escampándose dos soñando con un lugar seco sólo para ellos y sin sospechar que esa tarde pasaría a ser otro más de los recuerdos que algún día