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Entre sombras (Medellín, Colombia)

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No sabemos cuándo nos vamos a transformar en un elemento más de las múltiples escenas que se suceden continuamente en la ciudad; justo frente a los ojos de quienes quieran observarla con detenimiento. Hasta una simple caminata por una plaza puede convertir a un transeúnte común y corriente en el elemento que contrasta en una fotografía.

Combinaciones (Medellín, Colombia)

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En esta plaza, o parque como se le dicen eufemísticamente en la ciudad a estas pequeñas áreas despejadas de edificios y de casas, se levanta un grupo de columnas que se ha convertido en un punto de atracción más en el heterogéneo paisaje urbano. Su impacto a la luz del día está en la repetición (que siempre resulta efectiva en la fotografía) y en la manera como juegan las luces y las sombras en su superficie y en el piso. Y, dependiendo del ángulo desde donde se miren, su integración con las edificaciones que rodean el lugar hacen que estos adquieran un aspecto más dinámico. Sin embargo mirando como se levantan solitarias hacia el cielo no se puede dejar de desear que cada una de ellas fuera reemplazada por un árbol.

La luz y las columnas (Medellín, Colombia)

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Según se dice esta serie de columnas son todas ellas un monumento a la luz. Es posible que algunos habitantes de la ciudad y hasta algunos visitantes las hayan visto iluminadas, pero es uno de esos fenómenos tan raros que sólo se dan en ocasiones muy señaladas, tanto que pueden pasar años sin que se le pueda contemplar. Sin embargo no se puede negar que este conjunto de pilastras tiene un diseño que sino impacta como lo hacen los templos de la Grecia clásica o de la cultura Maya, al menos le recuerda a uno esos santuarios que se veían en las clases de historia del arte o en las películas históricas o de intriga filmadas en las islas griegas o en Egipto. Tal vez algún día los habitantes de esta ciudad podamos ver por fin cual fue el concepto rector de esta famosa plaza de la luz, famosa porque la luz que la baña siempre la ha puesto el sol y el cielo traslucido del Valle, independientemente del número de postes que traten de obstruirla.

Entre luces y sombras (Medellín, Colombia)

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Los lugares intermedios donde residen seres humanos y donde no prevalece ni la luz ni la sombra podrían adjudicarse más bien a los gatos, esos habitantes de las ciudades que parecen conocer todos los secretos de la gente y de las calles; sobre todo de aquellos sitios que se abren a la noche y donde los misterios parecen más fáciles de aprehender.

Los trucos de la luz (Medellín, Colombia)

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Hasta en un pequeño estanque se puede ver como la luz juega con el ojo del observador. Esta superficie donde se hacen y deshacen reflejos, apenas si deja pasar la imagen de los peces que se reúnen “ansiosos” cerca de la orilla, acostumbrados tal vez a que la gente que se detiene a mirarlos les eche algún alimento. Son figuras con un aire fantasmal. Es como si el agua en su movimiento creara estas criaturas que a causa de cualquier agitación en el ambiente pudieran desaparecer. Pero al fin y al cabo son peces que en el estanque deben fascinarse también con el movimiento del agua y con los juegos de luces que se pueden ver desde su perspectiva.

Cielos de colores (Medellín, Colombia)

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Por estos días ya empezaron a verse en la ciudad las decoraciones tempranas que nos acompañarán el próximo mes y hasta parte del siguiente. Son los alumbrados navideños que en las casas y sobre todo en los centros comerciales comenzaron a preparar el espíritu para las festividades que se nos vienen encima. Tal vez no todos participen de las celebraciones en torno a la luz. Pero lo que sí parece común a la mayoría de la gente es la expectativa que genera diciembre en el ánimo de los habitantes de esta ciudad; como le sucede a tantos otros en muchos lugares del globo.

Reflejos alrededor de un semáforo (Medellín, Colombia)

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Las ciudades, por sus características tan complejas, producen de manera ininterrumpida imágenes que pasan desapercibidas entre las muchas distracciones visuales que asaltan los ojos de los habitantes. Una fotografía tomada desde el ventanal de un conocido centro comercial combina la fresca textura del agua, precipitándose al vacío, con el reflejo del sol en el parabrisas de un carro detenido frente a un semáforo. Podría ser una composición de esas que se hacen mediante las herramientas de diseño de un programa de computador, pero es tan real como las combinaciones del verde de la vegetación de las avenidas y los parques con el gris inclemente del asfalto de las calles.

Árboles, edificios y montañas (Medellín, Colombia)

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Mientras la luz trata, sin conseguirlo, de deshacer las montañas que enmarcan este valle los árboles le dan sombra a las calles de un sector de la ciudad. La cordillera parece a punto de desaparecer como si fuera parte de un espejismo anclado en nuestra mirada sólo por la silueta de los edificios. Y el verde de la vegetación recorta a contraluz un paisaje de ciudad del futuro donde la naturaleza se presenta en primer plano.

Luz de Navidad (Medellín, Colombia)

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La luz en nuestra sociedad siempre ha estado asociada a la Navidad Cristiana, uso que al parecer tiene sus orígenes en las épocas remotas donde el fuego tenía carácter sagrado y servía, de alguna manera, para atraer sobre sí el favor de los dioses. A pesar de los cambios que han sufrido las comunidades humanas esta práctica continua, se siguen iluminando calles, casas y edificios, y en ciudades como París, Nueva York o Londres un árbol de proporciones desmesuradas es iluminado para la ocasión, representando esa fascinación que para el ser humano significa el fuego. Las luces se han refinado en su manifestación pero podría uno pensar que dan cuenta del temor atávico a la oscuridad y lo desconocido. Por estas fechas, la luz adquiere un lugar más especial aun y a pesar de haberse perdido el origen de la tradición en la “oscuridad” de los tiempos, la mente humana permanece fiel a costumbres que nos dicen que la mente del hombre ha cambiado poco realmente.

La luz de la ciudad (Medellín, Colombia)

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La vista de las interminables filas de carros se ve matizada por un esplendoroso atardecer que hace de telón de fondo al intenso tráfico de este sector de la ciudad. Tal vez aquellos que iban al volante no pudieron disfrutar de los arreboles que se formaron en las últimas horas de la tarde pero, ahí estuvieron durante un rato para quien quisiera extasiarse con ellos. Una foto que pudo haber sido tomada en cualquier ciudad pero que la luz de este valle la hace única.

Una espiral (Medellín, Colombia)

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Como en esas descripciones donde los antiguos escritores de viajes expresaban su admiración por las construcciones humanas o las maravillas de la naturaleza que hallaban en sus recorridos, nos sorprendió ver en uno de los edificios comerciales más nuevos de esta ciudad, una hermosa espiral que parece resguardar un fuego sagrado, aunque en este caso es una fuente de agua a la que la luz le da una cualidad de fogata. La gente se dedica a sus asuntos mientras la luz y el agua juegan, envueltas en la forma que al parecer se manifiesta en innumerables fenómenos de la naturaleza: esa figura geométrica que le tomó a la humanidad siglos para identificar en muchas de las formas del universo, desde galaxias hasta la manera lenta y esplendorosa como se abren algunas flores.

Entre paredes (Medellín, Colombia)

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En el aire espeso de una tarde fría, la silueta de una iglesia intenta desaparecer de la vista, aunque las paredes de la ciudad den la impresión de haberse movido para dejar ver, desde lejos, su estructura de ladrillo. En esta ocasión el adobe no se incendia como en esos atardeceres soleados cuando la luz particular de esta ciudad le da a todas las cosas una tonalidad tan cálida que es difícil de describir. Es como si el aire y la neblina se unieran para suavizar las aristas que una ciudad le impone al paisaje.

El aire de La Playa (Medellín, Colombia)

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La luz del sol que calienta el aire e ilumina La Playa tiene unas características tan distintas a la luz de otros rincones de la ciudad que hasta las cosas inanimadas adquieren una calidad especial. Como si las cubriese una pátina de objeto antiguo, de esos que se ven en las fotografías de los barrios viejos de París o Roma o de cualquiera de esas ciudades milenarias. Será la consecuencia del recuerdo que la tierra guarda de las viejas ceibas que sombreaban la Avenida en otro tiempo o tal vez se deba a los diseños que dibujan en el aire y en el piso las palmeras, plantadas quizá cuando esta ciudad apenas era un pueblo grande con aires citadinos. Cualquiera que sea la razón, caminar por La Playa, bañado por el sol de la mañana sintiendo en la piel la caricia del aire tibio, es una experiencia digna de contarse.

Que pase la luz (Medellín, Colombia)

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El balazo o Monstera deliciosa Liebm como le dicen los científicos a esta hermosa trepadora, originaria de Centroamérica, es una de esas plantas que nos ha acompañado siempre a los que hemos vivido toda la vida en esta ciudad. En cualquier parte encuentra uno esta planta, desde el patio de la casa de la abuela hasta las salas de las casas grandes, pasando por los jardines públicos y privados. Pero aunque siempre ha estado presente en la ciudad casi nunca se tiene la oportunidad de ver la luz traspasando así una hoja nuevecita de balazo. Es como si además de los agujeros de la hoja, la luz se desbordara e impregnara toda su superficie. Se imagina uno que en las selvas, de donde debe ser originaria, era una bendición para la naturaleza pequeña estar al cobijo de un balazo, así podían recibir luz a través de sus agujeros pero también a través de esa pantalla en que podía convertirse una hoja cuando recién nacía.

El color de la luz (Medellín, Colombia)

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La arquitectura no puede desprenderse de la luz para reforzar la relación vital que establece entre los espacios. Y hay lugares como éste donde a determinada hora del día la luz atraviesa los ventanales incendiando el color de los vidrios, y golpea con tal fuerza en las hojas de las plantas que parece atravesarlas. Lugares apacibles como estos, donde la luz se descompone en una gran variedad de colores y revela volúmenes de gran belleza, hay muchos en esta ciudad a la vista de todo el mundo, aunque rara vez nos fijamos en ellos.

La solidez de la luz (Medellín, Colombia)

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La luz que entra por una ventana abierta al exterior parece solidificarse, convertida en la fluidez de la tela que aunque flexible y suave, nunca llegará a igualar la espectacularidad con que la luz deja su impronta donde quiera que aparece. En un lugar excavado en la tierra no deja de sorprender la aparición de estos cortinajes que capturan la luz, convirtiéndola en ese intenso color amarillo tan querido por los emperadores chinos, quizá porque les recordaba el oro o tal vez porque pensaban que de todos los colores era el más luminoso. Pero no sólo despiertan interés el color y los largos telones que descienden desde la altura, están también los tragaluces por donde se deja ver un cielo tan pálido que uno apenas lo percibe. Aunque su diseño es novedoso, casi toda la atención de la mirada se la roban los lienzos y su color donde la luz adquiere mayor intensidad.

La libertad de la luz (Medellín, Colombia)

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Madera, plástico y metal se confabulan para atrapar la luz, pero ésta se dispersa por el lugar y hasta juega con nuestras percepciones haciéndonos creer que esas superficies rectas y perfectamente organizadas se curvan con sutileza y forman figuras que ni los diseñadores ni los constructores se imaginaron. Se trata de un techo que aunque en un principio estaba destinado a proteger el edificio que cubre parcialmente y a la gente que lo habita, se ha convertido, gracias a esos juegos que la luz instaura con los objetos, en una imagen intrigante que pocos miran pero que permanece ahí para descompensar en algo la estabilidad que lo cotidiano impone en las gentes de las ciudades. Así es la luz, libre y como toda entidad libre se atreve a jugar con las normas y reglas que los otros deben seguir.

Un rayo de sol (Medellín, Colombia)

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Entre las oscuridades que pueblan tantas construcciones en esta ciudad se cuela a veces, por una ventana mal cerrada o por una de esas hendijas que el tiempo abre en las paredes o en las puertas desvencijadas, un rayo de sol y al hacerlo es como si resaltara la penumbra que invade. En esta catedral donde la oscuridad se aloja perezosa en los rincones y en las alturas se pueden ver, en ocasiones, unos rayos que juguetean por las ventanas y se precipitan en su interior asustando sombras y pintando por unos minutos las paredes con tonos de ocre desconocidos por allí. Sólo la suerte le permite a algunos cuantos privilegiados observar este fenómeno que por escaso se vuelve novedad para quienes lo ven: una catedral iluminada por la luz del sol y no por los viejos candelabros que emiten desde las alturas un brillo tan cansado que a los feligreses consuetudinarios ni siquiera les parece que sea luz.

La curiosidad de la luna (Medellín, Colombia)

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Será que la luna permanece a la vista durante más tiempo del que uno cree posible porque quiere mirar la ciudad a la luz del día, porque quiere ver como se despierta y se precipita en esa actividad febril que ella apenas si puede adivinar cuando sale en los atardeceres. O tal vez la razón sea más inquietante, quizá quiera conocer esas otras estrellas que pueden verse a cualquier hora del día. Esas estrellas que podría albergar un edificio llamado Hollywood; aunque la única relación con esa vieja fábrica estelar sea el nombre y el diseño de la letra con el que está escrito. Cualquiera que sea el motivo una luna que se ve a plena luz del día no deja de embellecer el cielo, aunque sólo unas cuantas palomas que se despiertan aquí y allí sean los únicos testigos.

Perplejidad (Medellín, Colombia)

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Un pato, que desde su nacimiento se ha visto reflejado un incalculable número de veces en el agua, vacila frente al hecho de arrojarse de nuevo al lago y romper con ese gesto la hermosa composición de verdes pintada por la luz en la superficie. No siempre se conjugan en el mismo momento una particular intensidad de la luz, el suave movimiento del agua y unos árboles que distorsionen su reflejo añadiendo a la imagen una serie de tonos inquietantes. Cuántas veces sucede que al caminar por la ciudad quisiéramos detenernos para no quebrar la imagen que se presenta frente a nuestros ojos: es tanta la belleza, que uno intenta quedarse inmóvil, sintiéndose incapaz de alterar voluntariamente el cuadro que contempla. Pero el momento pasa, las cosas vuelven a recobrar su aspecto de todos los días y la ciudad se convierte otra vez en una serie de lugares conocidos por donde uno camina a diario… hasta el siguiente momento en el que nuestra atención vuelva a quedar atrapada por otra visión que nos