La realidad de Medellín va más allá de la imagen oficial. Queremos mostrar el rostro de una ciudad que parece cambiar cada día. Aunque la arquitectura permaneciera inalterada, la atmósfera, la naturaleza y la gente influirían en su aspecto de manera constante.
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Los jugadores del viento (Medellín, Colombia)
Cada tarde el vendedor pasaba
con sus hélices de plástico y ellos, cada tarde, lo esperaban para oír la
vibración del viento en sus oídos cuando el hombre las hacía silbar sobre sus
cabezas y ellos imaginaban tal vez que algún avión de combate pasaba a baja altura
poniendo a prueba su capacidad de enfrentar el peligro.
A veces parecía como si el
aire fuera una disculpa para arrojarse al piso y experimentar la habilidad de
la niñez para moverse a gran velocidad.
Después, de este pequeño ritual, el buhonero
seguía su camino incesante alrededor del parque y los niños se alejaban en
busca de nuevas situaciones en las que pudieran ejercitar su gran capacidad de
imaginar aventuras.
A escondidas (Medellín, Colombia)
Para la imaginación infantil cualquier lugar sirve para recrear otros espacios donde es posible sustraerse a la vista de los demás y repetir la emoción de desaparecer en otro mundo.
Un lugar cualquiera se puede convertir en un desierto o en oasis o playa tropical dependiendo de los lugares imaginarios que pueda tener en la mente o de los lugares atávicos que lleva cualquier ser humano en su interior.
Lo cierto es que la gente, como los niños, puede inventarse tantos sitios y situaciones para vivir otras realidades, como su deseo lo permita. Tal vez esa sea la esencia de la literatura donde los espacios imaginarios se vuelven tan reales como las palabras que los describen.
El miedo a la libertad (Medellín, Colombia)
Un gallo, ducho en encuentros con seres humanos observa con atención el juego de unos niños. Sabe por experiencia que su cercanía no augura nada bueno para su tranquilidad. Desconfía de ellos, conoce sus cambios de humor, sabe de la imposibilidad de predecir sus acciones.
Los niños que se entregan al placer de inventar con unos cuantos objetos encontrados al azar, edificios o vehículos, o cualquier cosa que su imaginación les dicte, están tan familiarizados con el gallo que ni siquiera se dan cuenta de su actitud vigilante.
Tal vez ya ha sido objeto de su interés y saben de lo difícil que es cogerlo, así esté amarrado. O tal vez han intentado liberarlo, para compartir con él esa sensación de libertad que para ellos es la única forma de vivir; habrán tratado de cortar la cuerda que lo ata y redimir de esa manera a los adultos que todavía encuentran placer en torturar y dañar a los animales sin motivo. Pero hasta ahora han fracasado, no importa cuáles hayan sido sus intenciones: liberarlo o apresarlo más. La desconfianza instintiva del animal ha impedido cualquier acción. Por eso guardan una distancia prudente. De todas maneras la libertad sigue siendo una fantasía que por ahora pueden vivir los niños y que el gallo, entendido en las vicisitudes de la vida, está convencido de que no es más que una utopía.
El señor del tiempo (Medellín, Colombia)
Como un dios que juega despreocupadamente con la existencia de la humanidad, un niño se entretiene dejando caer lentamente la arena por entre sus dedos. De la misma manera flemática, impasible, fluye el tiempo que gobierna nuestras vidas.
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