Los niños que se entregan al placer de inventar con unos cuantos objetos encontrados al azar, edificios o vehículos, o cualquier cosa que su imaginación les dicte, están tan familiarizados con el gallo que ni siquiera se dan cuenta de su actitud vigilante.
Tal vez ya ha sido objeto de su interés y saben de lo difícil que es cogerlo, así esté amarrado. O tal vez han intentado liberarlo, para compartir con él esa sensación de libertad que para ellos es la única forma de vivir; habrán tratado de cortar la cuerda que lo ata y redimir de esa manera a los adultos que todavía encuentran placer en torturar y dañar a los animales sin motivo. Pero hasta ahora han fracasado, no importa cuáles hayan sido sus intenciones: liberarlo o apresarlo más. La desconfianza instintiva del animal ha impedido cualquier acción. Por eso guardan una distancia prudente. De todas maneras la libertad sigue siendo una fantasía que por ahora pueden vivir los niños y que el gallo, entendido en las vicisitudes de la vida, está convencido de que no es más que una utopía.
Como sucede frecuentemente en los últimos días, la leyenda es mejor que la foto. Y anoto yo ¿será que el gallo prefiere la libertad o preferirá estar amarrado a esa vida que ya le es suya? A lo mejor, incluso sin saber cuál sea su futuro, prefiere estar bajo el árbol que estar por allí vagando sin un rumbo fijo.
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