Es casi imposible que exista un sólo habitante del Valle de Aburrá que haya visto alguna vez un cóndor desplegar sus alas sobre la ciudad, sin embargo los cóndores vigilan permanentemente desde las alturas el día a día de quienes caminan presurosos por las calles del centro.
Apostado en entradas de edificios o erguido en la parte superior de muchos escudos de la república, el cóndor, ave emblemática de nuestro país, permanece inmutable a los cambios que con regularidad afectan la imagen de la ciudad.
A pesar de que la mayoría de las personas ha dejado de percibir su silueta, la fuerza de su aspecto impresiona a los que miran con detenimiento las fachadas de ese centro, que todavía conserva algunos rincones de la vieja arquitectura.
Su mirada penetrante y escudriñadora se fija con intensidad en el barullo permanente de las calles y los parques, como la de esta escultura que observa desde el dintel de la entrada al antiguo edificio de la Bolsa los ires y venires de la gente en el Parque Berrío.
Indiferente, dirían unos, expectante, dirían otros, y otros más dirían paciente...
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