Tuvieron que pasar muchos años y muchos libros por mis manos, para llegar a descubrir que los hibiscus que aparecían en algunas de las novelas leídas en la adolescencia, eran los conocidos y populares sanjoaquines que las mamás tenían sembrados en el jardín.
En esa época a toda la gente de esta ciudad le gustaba tener plantas ornamentales frente a sus casas. Pero esos sanjoaquines que se cultivaban con tanto esmero eran rojos, intensamente rojos; ahora son tan amarillos o tan blancos que han desplazado a los escarlatas, robándose la atención y haciéndole pensar a la gente que esos fueron los colores que siempre estuvieron reventando por ahí en los barrios de la ciudad.
Ah, la ciudad de la eterna primavera...
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