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Seguridad (Medellín,Colombia)

En esta ciudad que históricamente se ha dedicado al comercio se vende y se compra de todo. Hasta la basura se ha convertido en un negocio, alimentado por los recicladores que recorren las calles de la ciudad recogiendo y comprando, a veces, por precios irrisorios cosas que ya no sirven. Ha alcanzado tal magnitud que ya necesita ser vigilado por cámaras de vídeo como los grandes centros comerciales.
La corriente inagotable de basura que produce nuestro tiempo termina en lugares como éste donde se vende o se cambia por objetos igualmente desechados. Y aunque parezca improbable son muchos los que caminan por este laberinto con la mirada atenta, prestos a rescatar algún objeto que satisfaga alguna necesidad y por qué no hasta un anhelo largamente acariciado.
Los curiosos, los posibles clientes, transitan por allí con la seguridad de que mientras permanezcan en esta zona serán observados atentamente; aunque eso no les garantice que saldrán indemnes de un lugar que se rige por otras leyes.

Después (Medellín, Colombia)

Después de haber acompañado a su dueña durante las interminables caminatas por las calles de la ciudad; después de haber sido apretados con fuerza contra las costillas por temor a ser arrebatados por algún ladronzuelo inesperado; después de haber descansado en sillones, mesas o cualquier otro tipo de mueble doméstico; de haber sido guardados con maña en closets o armarios, un buen día su dueña decidió que ya estos bolsos no merecían sus cuidados; que nunca más volverían a llevar en su interior ese batiburillo de objetos inocuos mezclados al azar con otros de mayor importancia.
Tal vez fueron reemplazados por unos nuevos, traídos de la China seguramente o comprados en alguna boutique, de esas que venden las marcas de grandes diseñadores, a sabiendas de que fueron copiadas con minucia en los talleres de Itagüí o del “Hueco” pero cuya apariencia engaña al ojo desprevenido.
Pero eso no es todo. El rechazo a estos objetos ha sido tan definitivo que ni siquiera se hizo de manera discreta. A su antigua poseedora no se le ocurrió arrojarlos a la basura envueltos en una de esas bolsas de grandes almacenes que, con frecuencia, se convierten en sudarios donde piadosamente se empacan aquellas posesiones que ya no nos interesan o a las que el tiempo ha deteriorado tanto que se hace necesario deshacernos de ellas. No, este rechazo debía hacerse abiertamente, como si fuera obligatorio poner en la picota pública estos pobres objetos a los que ya no se les reconocía ningún derecho para ser útiles.
Aunque existe otra posibilidad, tal vez su dueña los regaló pensando que las manos que se estiraban solicitas para recibirlos los cuidarían como ella lo había hecho. Manos que después de revisar con detenimiento los pequeños bolsillos de su interior y de repasar con dedos expertos los forros en busca de algún billete o moneda valiosa perdida u olvidada, los arrojó con despecho para que fueran escarnecidos por la mirada curiosa y desnuda de cuanto transeúnte acertara a pasar cerca de este bote de basura.

Medellín en blanco y negro