Una
tarde lluviosa da a este barrio un aspecto melancólico que va muy bien con las
calles arboladas y las grandes casas, construidas en la primera mitad del siglo
XX, que se entregan sin repulsa a los efectos del tiempo.
Caminar
por el barrio Prado, a la sombra de los árboles casi centenarios, es como hacer
una lectura de una parte de la historia de la ciudad plasmada en las fachadas
de sobria arquitectura. Es volver en el tiempo, sintiendo que a este barrio los
años le han robado el espíritu.
Cabe
pensar que todos los que lo construyeron hace tiempo que abandonaron esta zona
de la ciudad, pero también es posible que algunos de ellos permanezcan allí a
la espera de un fin inevitable.
Algunas
de estas casas se han acomodado a nuevos usos y así se han librado de la
decadencia que afecta a la mayoría. Sin embargo, la vetustez que aqueja a este
barrio no disminuye la dignidad que siempre tuvo desde sus inicios.
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