Entre
la transparencia del agua detenida en pleno salto y el rojo de los anturios se establece
un equilibrio visual que parece pensado de antemano.
Pero
la fluidez del agua es tan imprevisible que sería difícil planear una danza
como esta en todos sus detalles. Sólo es seguro que los chorros de agua saltarán
pero las formas que adopten al caer serán dictadas por el azar únicamente.
Lo
único fijo es el color de los anturios y los planos de diferentes colores con que
participa la arquitectura del fondo.
Una ciudad tan encantada
por las flores como ésta debe mantener una estrecha relación con el agua, tal
vez por eso haya tantas fuentes, aunque no tantas como debiera.
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